La muerte en Venecia: Thomas Mann

Thomas Mann (6 de junio de 1875-12 de agosto de 1955) escritor alemán nacionalizado estadounidense. Considerado uno de los escritores europeos más importantes de su generación, Mann es recordado por el análisis crítico que desarrolló en torno al alma europea y alemana en la primera mitad del siglo XX. Para ello tomó como referencias principales a la Biblia y las ideas de Goethe, Freud, Nietzsche y Schopenhauer.
A pesar de que su obra más conocida sea la novela La montaña mágica, Thomas Mann recibió el Premio Nobel de literatura en 1929 principalmente por su gran novela, Los Buddenbrook, que ha merecido un reconocimiento cada vez más firme como una de las obras clásicas de la literatura contemporánea.

La muerte en Venecia es una obra que, debido a su complejo simbolismo, genera variadas interpretaciones. Baste referir, a modo de ejemplo, la significación de Venecia, la ciudad de las apariencias y las ilusiones románticas y, al mismo tiempo, una ciudad despojo que puede considerarse un emblema de la decadencia que afecta al propio Aschenbach.
La obra fue llevada al cine por Luchino Visconti en su película Muerte en Venecia. Ha inspirado también una ópera homónima de Benjamin Britten, con libreto de My fanwy Piper. El novelista español Luisgé Martín publicó en el año 2000 La muerte de Tadzio en la que el joven Tadzio de la novela de Mann vuelve, ya mayor, a Venecia a morir y recuerda la admiración que su belleza juvenil produjo en el escritor.

“Apoyándose con un brazo en la barandilla del barco, se puso a contemplar a las ociosas gentes congregadas en el muelle para mirar. A los pasajeros de a bordo. Los de segunda clase, hombres y mujeres, acampaban en cubierta, utilizando como asientos cajas y bultos de ropa. Los de primera clase eran muchachos alegres, miembros de una sociedad de excursionistas, que se habían reunido para hacer un viaje a Italia y que debían de ser dependientes de comercio de Pola. Se los veía satisfechos de sí mismos y de su empresa; charlaban, reían, gozaban con sus propios gestos y ocurrencias, y, apoyados en la barandilla, se burlaban a gritos de las gentes que, con la cartera bajo el brazo, iban entrando en los establecimientos de la calle del puerto, amenazando con sus bastoncitos a los ruidosos excursionistas”.

“Había un muchacho con un traje de verano amarillo claro, de corte anticuado, una corbata púrpura y un panamá con el ala medianamente levantada, que sobresalía de entre todos los demás por su voz chillona. Pero apenas Aschen bach lo hubo mirado con cierto detenimiento, se dio cuenta, no sin espanto, de que se trataba de un joven falsificado: era un viejo, sin duda alguna. Sus ojos y su boca aparecían circunda- dos de profundas arrugas. El carmín mate de sus mejillas era pintura; el cabello negro que asomaba por debajo del sombrero de paja, aprisionado por una cinta de colores, una peluca; el cuello aparecía decaído y ajado; el enhiesto bigote y la perilla, teñidos; la dentadura amarillenta, que mostraba al reírse, postiza y barata, y sus manos, llenas de anillos, eran manos de viejo. Aschenbach sintió cierto estremecimiento al contemplarlo en comunidad con los amigos. ¿No sabían, no notaban que era viejo, que no le correspondía llevar aquel traje tan claro; no veían que no era uno de los suyos? Se habría dicho que, por la fuerza de la costumbre”.

La muerte en Venecia: Thomas Mann, Mirlo. 2016 

MasCultura 06-mar-17