Caminos solitarios en “El resto es silencio” de Carla Guelfenbein
Dicen que leer se hace en soledad; que escribir es un acto también en solitario, muchas veces como el estudio. ¿Realmente tenemos que sumergirnos en una burbuja alejada de los demás, en la esquina donde castigan a los mal portados, en el rincón olvidado de alguna sala de estar? En algunas circunstancias, por ejemplo, el padecer sí es un proceso en soledad, pero el acto de lectura y escritura pueden ir más allá e instalarse en algo colectivo, en lo social.
Muy distinto es decir que una lectura se hace en soledad a hacer una lectura sobre la soledad, tema cauteloso que retumba en las páginas de “El resto es silencio” (Alfaguara, 2015) de la escritora chilena Carla Guelfenbein, recientemente condecorada con el Premio Alfaguara de Novela 2015 con la obra “Contigo a la distancia”.
Por un lado, tenemos a Tommy, un niño de doce años suficientemente perspicaz para dedicarse a la tarea de detective e investigar la verdad sobre su pasado, sobre su madre fallecida muchos años antes de que él tuviera conciencia de las implicaciones que tendrían sus descubrimientos, a base de viajes, preguntas y casualidades. Sin embargo, Tommy tiene un problema y no es su corta edad: él padece un problema cardíaco que le impide realizar actividades físicas frecuentes y agitadas.
En el otro lado nos encontramos con Juan, el padre de Tommy, un cardiólogo profesional que lucha con sus propios dilemas. Él no sólo sufre por la enfermedad de su hijo, sino también por la de sus pacientes; las discusiones con su pareja y el aislamiento al que él mismo se somete, el cual, más que ayudarlo a mantener a flote a la nueva familia, va agujereando el bote sobre el que transita.
“El resto es silencio” es una novela que nos permite adentrarnos a los pensamientos individuales de cada uno de los personajes; conocemos íntimamente a Juan, sus peripecias y sus presiones; las inquietudes de Tommy y su certera evaluación del mundo, así como el paulatino alejamiento de Alma –la pareja de Juan y madrastra de Tommy, con quien se ha encariñado profundamente- y el encuentro con Leo, un hombre de su pasada juventud.
¿A quién de ustedes les produce una sensación ciertamente triste o preocupante el sentirse solos? Alma es de esas personas que se angustia cuando piensa en la posibilidad de estar sola, por lo que busca aferrarse a la estabilidad que Juan representa para ella.
En “El resto es silencio” transitamos como Teseo dentro del laberinto, únicamente para que, al llegar y encontrar al Minotauro, descubramos que está tan lleno de soledad y aislado como lo pareciera que están los personajes de esta novela en repetidas ocasiones. El final de la novela… bueno, ése también es silencio.
Por Rolando Ramiro Vázquez Mendoza
-Carla Guelfenbein. “El resto es silencio”, México: Alfaguara, 2015, 251 pp.
Mascultura 10-jun-15