Wallander – Mankell: hombres de honor

La mitología escandinava es épica y brutal. Los sanguinarios dioses nórdicos construyen y destruyen personajes y regiones con el estrépito de glaciares que se desmoronan. En el origen de la creación del mundo, Odín —también llamado Wotam— y sus dos hermanos mataron al coloso Aurgelmir, padre de la raza de los gigantes de la escarcha, y destrozaron su cadáver. Con sus huesos y dientes hicieron las rocas y las piedras, con la sangre y el sudor formaron los ríos y los lagos, con el cráneo compusieron el cielo y con el cerebro modelaron las nubes.

Después, Odín y sus hermanos dieron vida a dos troncos de fresno y olmo, a los que dotaron de pensamientos y sentimientos. Los maderos se convirtieron en el primer hombre y la primera mujer que habitaron la Tierra, el inicio de la humanidad: Ask y Embla, el Adán y la Eva de los vikingos.

La actual literatura policiaca del norte de Europa carece de esa épica, pero en cambio abunda en ética. Los nuevos héroes y heroínas del Walhalla noir no reparten trompadas, ni balazos, ni sillazos. No son sádicos, ni cínicos. Son, quizá, escépticos. Tampoco se llevan a la cama a la primera rubia o primer moreno que conocen en la barra de un bar. Pero en las páginas que habitan hay odio, crueldad y sangre en abundancia.

El peso de la culpa luterana
La novelista uruguaya Ana Luisa Valdés —quien residió en Suecia entre 1978 y 2011, tradujo a varios autores policiacos y es integrante de la Asociación de Escritores de ese país— define así el estilo que nos llegó del frío:

“La novela negra nórdica no tiene carrera de autos ni pistolas humeantes, muchas veces no es ni urbana, es muerte en la nieve, en el bosque, en el mar. La muerte es aquí anónima, cotidiana, a menudo brutal. Los cuerpos aparecen enterrados en la nieve, comidos por animales o cazados como presas. La épica aquí es una épica de la cotidianeidad, los héroes tienen valores culturales y sociales muy altos y les cuesta vivir consecuentemente. Se emborrachan, dicen que van a dejar de fumar y siguen fumando, tienen amantes en secreto, sueñan con pasar el verano en España. Son a menudo funcionarios de la policía, fiscales, empleados públicos cargados de culpa luterana”.

Valdés describe el ambiente en el que se desenvuelven estos complejos héroes y heroínas:

“El Estado sueco es uno de los más antiguos del mundo y la socialdemocracia creó un sistema único de conciliación social: ‘el modelo sueco’. Ese modelo es también un modelo nórdico. Los pueblos al norte de Europa comparten una historia común y un lenguaje con las mismas raíces. Sólo Finlandia tiene una historia diferente y un lenguaje único en la región. El modelo de ‘casa del pueblo’ ha sido también un experimento de ingeniería social y los escritores de novela negra han usado a menudo a sus caracteres como críticos sociales. En una sociedad de tanto control el crimen es el descontrol absoluto, rompe con el consenso, un concepto sagrado para los nórdicos, que no tuvieron una Edad Media feudal como otros Estados europeos”.

Y es en ese ambiente donde cobran vida dos seres, uno real y otro ficticio, ambos de la misma edad, en una relación de autor-personaje que los hermana como dos Quijotes actuales en un mundo tan violento como el de las leyendas nórdicas: el escritor Henning Mankell y su creación, el inspector de policía Kurt Wallander.

La moderna cruzada de los nuevos caballeros andantes
Mankell (1948-2015), además de novelista, fue marino, actor, dramaturgo, músico y editor. Es autor de cuarenta libros, traducidos a cuarenta y dos idiomas, de los que se vendieron cuarenta millones de ejemplares en todo el mundo y que incluyen obras de teatro, ensayos y libros infantiles. La saga del detective Wallander consta de doce títulos, que se llevaron al cine y la televisión de Suecia y Gran Bretaña.

El escritor vivía seis meses en la gélida Suecia y la otra mitad en el caluroso Mozambique, la ex colonia portuguesa en África, donde llegó en 1987. En Maputo, la capital, dirigía el Teatro Nacional Avenida, al que le dedicó veinte años de su vida. “Tengo un pie en la nieve y otro en la arena”, bromeaba.

En 2001, Mankell creó la editorial Leopard, enfocada a promover obras de autores africanos. Y todavía le sobró energía para otra pequeña gran gesta: en mayo de 2010 participó en la Flota de la Libertad —integrada por seiscientas personas de treinta y siete países, a bordo de seis embarcaciones cargadas con diez mil toneladas de ayuda humanitaria— que intentó romper por mar el bloqueo de Israel al pueblo palestino. La flota fue atacada por la marina israelí: nueve activistas fueron muertos y más de treinta resultaron heridos.

El inspector Kurt Wallander, por su parte, trabaja en la pequeña ciudad Ystad, al sur de Suecia, dedicada al turismo y la venta de artesanías. La localidad, donde viven menos de veinte mil habitantes, conserva construcciones medievales y tiene dos iglesias góticas, un solo periódico y un servicio de ferryboat que conecta con Dinamarca y Polonia. Cuenta con cuarenta kilómetros de playas y está rodeada por un bucólico paisaje campestre, con campos de cereales y bosques de coníferas.

En ese escenario de provincia se desenvuelve Wallander, un policía sagaz y con aptitudes para la investigación, pero al mismo tiempo atormentado, poco sociable y frágil emotivamente. Sus relaciones familiares son un desastre, mantiene una complicada relación con un padre muy duro, no supera un divorcio traumático y ha sufrido por el intento de suicidio de su hija cuando era adolescente. En ocasiones, el detective descuida su aspecto, anda con ropa arrugada y no se rasura. De remate, padece diabetes, bebe mucho y duerme poco. No obstante, tiene rígidos códigos morales y un estricto sentido del deber.

Juego de espejos
Varios críticos y comentaristas consideran que el inspector Kurt Wallander es un alter ego del escritor Henning Mankell, un hombre al que no le atraían las relaciones sociales, evitaba las presentaciones públicas y los reflectores, le gustaba estar solo o con su familia y se recluía en sus actividades.

El novelista, sin embargo, siempre negó cualquier similitud con su personaje. En alguna entrevista declaró que Wallander no se parecía en nada a él y que nunca le gustó del todo. “No creo que vivamos vidas iguales. Si él viviera no podría imaginarlo como un amigo. Creo que trata muy mal a las mujeres, lleva una vida muy extraña, bebe demasiado”. Y repitió en distintas oportunidades que sólo tenían tres cosas en común: la misma edad, el gusto por la ópera italiana y que trabajaban mucho.

En una entrevista que le hizo en mayo de 2009, Ñ, el suplemento cultural del diario Clarín, de Buenos Aires, Mankell declaró que no leía novelas policiales porque le resultaban aburridas. Le atraían, en cambio, las historias trágicas y clásicas como Medea y Macbeth.

“Veo que el origen del género del crimen es muy, muy antiguo”, dijo. “Podemos remontarnos al drama griego antiguo para encontrar las raíces. El drama de Medea, que tiene dos mil quienientos años, es el de una mujer que mata a sus dos hijos por celos de su marido. Si eso no es un policial, entonces no sé qué lo es. Si nos acercamos un poco más en el tiempo, quinientos años atrás, y me preguntan: ¿Cuál es la mejor historia criminal que ha leído?, es Macbeth. Ésa es una historia criminal. El hecho es que la ficción criminal, de que sostengamos el “espejo del crimen”, nos da la posibilidad de hablar de las contradicciones en la sociedad. Y la criminalidad es siempre una especie de contradicción. Si usted quiere ese dinero, sale a matar a una persona porque quiere ese dinero. Es una contradicción. Yo trato de trabajar siguiendo esa tradición que usa el crimen como espejo para ver qué pasa en la sociedad. Esa es mi idea de una buena historia criminal”.

Mankell describió mediante sus novelas policiales las contradicciones de las sociedades nórdicas, aparentemente perfectas, la situación de los inmigrantes, la violencia de género, las relaciones de poder. Para él, escribir era iluminar los rincones oscuros y exhibir lo que otros ocultaban. “Existen dos tipos de narrador que se encuentran en una lucha constante. Uno entierra y esconde, mientras que el otro cava para desvelar”, afirmaba.

Y en eso Mankell tiene mucho más en común, a pesar de él mismo, con su personaje Wallander. En todo caso, a los dos podría aplicárseles la opinión de Raymond Chandler acerca del detective privado Philip Marlowe, publicada en El simple arte de matar en diciembre de 1944 en la revista literaria Atlantic Monthly:

“Por estas calles bajas tiene que caminar el hombre que no es bajo él mismo, que no está comprometido ni asustado. […] Debe ser un hombre completo y un hombre común, y al mismo tiempo un hombre extraordinario. Debe ser, para usar una frase más bien trajinada, un hombre de honor por instinto, por inevitabilidad, sin pensarlo, y por cierto que sin decirlo. Debe ser el mejor hombre de este mundo, y un hombre lo bastante bueno para cualquier mundo. Su vida privada no me importa mucho; creo que podría seducir a una duquesa, y estoy muy seguro de que no tocaría a una virgen. Si es un hombre de honor en una cosa, lo es en todas las cosas.

“[…]. Es un hombre común, pues de lo contrario no viviría entre gente común. Tiene un cierto conocimiento del carácter ajeno, o no conocería su trabajo. No acepta con deshonestidad el dinero de nadie ni la insolencia de nadie sin la correspondiente y desapasionada venganza. Es un hombre solitario, y su orgullo consiste en que uno le trate como a un hombre orgulloso o tenga que lamentar haberle conocido. […] Si hubiera bastantes hombres como él, creo que el mundo sería un lugar muy seguro en el que vivir, y sin embargo no demasiado aburrido como para que no valiera la pena habitar en él”.

Por Roberto Bardini

Periodista. Es codirector de la colección Código Negro de novela policiaca.

MasCultura 19-oct-16