¡Niños a leer! Para leer a la luz de la noche

¡Niños a leer! Para leer a la luz de la noche

Con frecuencia asociamos oscuridad con inquietud, como si la ausencia de luz diera vida a un traidor silencioso que aprovecha el menor descuido para comerse nuestras horas de sueño. ¿Y si ello fuese al revés? El monstruo que se comió la oscuridad (Joyce Dunbar y Jimmy Liao, Barbara Fiore) juega con esta idea; aparece una noche debajo de la cama de Lorenzo, luce un tanto pequeño pero muy hambriento.

Siente tal vacío en su interior que mordisquea cualquier cosa a su alcance; una pantufla que le sabe a rayos, un cochecito. Por fin halla algo interesante: una caja. Lo que descubre dentro le sabe delicioso… ¡oscuridad! Sorbe hasta la última gota y hace lo mismo con la negrura del armario. Se devora toda la oscuridad de la casa de Lorenzo y también la de las casas vecinas, después la de las cuevas y los bosques. Finalmente, ¡descubre la noche! Entonces te pregunto: ¿extrañarías la oscuridad si una noche desapareciera?, ¿juzgarías extraño irte a dormir a la luz de la noche?

Al pequeño Iván le ocultan un secreto; ni su mamá ni los maestros particulares que lo visitan a diario, mucho menos el médico de la familia o las trabajadoras domésticas le hablan nunca del cuarto de la casa al que tiene prohibido entrar. Una casa que es más bien un pequeño palacio en el Trópico, aunque las cortinas se mantengan cerradas y ningún espejo propague el esplendor de los salones. La casa recibe seguido la visita de voces melódicas que provienen del palmar, otras veces aparecen en las habitaciones seres etéreos que se deslizan por las superficies, que tientan a Iván a preguntar por el secreto del cuarto prohibido y a encontrar un espejo en el que poder mirarse. Iván teme ser un niño monstruoso; así es como se explica que su madre, Dorota, mantenga la casa en penumbras. Pero ella todos los días lo abraza, le asegura que es un niño agraciado, a fuerza de cariño lo tranquiliza. ¿Qué secreto esconde la oscuridad de la casa?, ¿quién irá a revelarlo? Página tras página de Escucha las sombras bajo el palmar (Mariana Osorio Gumá, Castillo) desciframos un signo, un guiño, una pista para ir construyendo la respuesta. Reconocemos que la oscuridad, en ocasiones, puede ser más fascinante que turbadora. También que el amor puede expresarse aun en las tinieblas.

La oscuridad, como el bosque, sirve de refugio y a la vez da hogar a nuestros peores miedos. Es el lugar donde aprendemos a pedir ayuda y también a cuidar bien de nosotros. Sin importar cuál sea la variante, en ese lugar siempre nos transformamos. El bosque dentro de mí (Adolfo Serra, FCE) trata del viaje que un niño y su misterioso amigo emprenden por un sendero de árboles que conduce a la ciudad. La ausencia de texto es una invitación para que cada lector escoja las palabras con las que prefiera contarse la historia. Le mostré el libro a tres personas y recibí tres interpretaciones distintas. En lo que coincidimos todos fue en la sensación de haber emprendido un viaje habitado por fantasmas y sueños, por lo desconocido y lo familiar inexplicable, por estrellas que te vigilan desde el cielo y colores que se esconden tras las copas de los árboles. Nada tiene de gratuito que la ciudad y el bosque se conecten. ¿En cuál de los dos lugares será más fácil extraviarse o encontrarse? Si hallas la respuesta en el libro será porque ya la encontraste en el bosque dentro de ti.

La penumbra multiplica las incógnitas; ¿será mayor el nú- mero de cosas que podemos ver en la oscuridad o el número de cosas que creemos ver en la oscuridad? El libro Los vecinos de Guau Guau son una pesadilla (Mark Newgarden y Megan Montague Cash, Oceano Travesía) nos ofrece una tercera alternativa: a oscuras la realidad y la fantasía se vuelven una misma cosa. Lo cierto es que nadie puede asegurar que eso a lo que tanto le tememos realmente nos hará daño. Podría darse el caso de que forjáramos una amistad con quienes protagonizan nuestras peores pesadillas. Mentiría si aseguro que el libro responderá alguna de las incógnitas; lo único cierto es que se trata de una aventura delirante, sin buenos modales ni malas intenciones, una historia tan espeluznante que resulta divertida, un libro repleto de imágenes que se leen fácil, pero están llenas de acertijos. Con un final “feliz” que te transporta a tu montaña rusa favorita: así como al bajar de la cabina corres a formarte de nuevo, tan pronto cierras el libro lo giras para abrirlo de vuelta.

Por Karen Chacek

Twitter: @Malkatika

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