Entrevista con Pablo Carbonell
Después del Festival de Rock y Ruedas de Avándaro, celebrado en septiembre 1971, el rock nacional dejó la escena por la puerta de atrás. El gobierno no vio con buenos ojos que miles y miles de jóvenes se reunieran de improviso sólo para escuchar música. Y es que aún resonaban los ecos del conflicto estudiantil de 1968 y dos meses antes del Woodstock mexicano, el 10 de junio, había sucedido el Halconazo. Mediante una prohibición no escrita, el rock se convirtió en un movimiento clandestino, practicado en hoyos fonqui, siempre bajo el temor de que la policía irrumpiera y arrestara a todos los asistentes.
El rock nacional sobrevivió como pudo, flotando como una sombra en las periferias, a la espera de mejores condiciones.
Hasta la década de los ochenta las cosas comenzaron a cambiar. The Police, por ejemplo, se presentó en noviembre de 1980 en un salón del nunca terminado Hotel de México. Un año después, en octubre de 1981, el grupo inglés Queen se presentó en las ciudades de Monterrey y Puebla, aunque en la angelópolis las cosas se salieron de control durante el primer concierto, al grado de que alguien lanzó al escenario una bolsa con tierra que se estrelló contra la guitarra de Brian May. Por su parte, Freddie Mercury esquivó un botellazo.
El pop, sin querer, fue abriendo la posibilidad de conciertos masivos en la ciudad. En 1983 el grupo puertorriqueño Menudo reunió a más de cien mil personas en el estadio Azteca; hacia 1987 Emmanuel se presentó en la Plaza México y en el Zócalo.
La oportunidad para el rock en español llegó de la mano del español Miguel Ríos, al presentarse el 29 de abril de 1989 en la Plaza de Toros México.
La presencia de este rockero español le abrió la puerta a varias bandas ibéricas que habían crecido en el contexto de la “movida madrileña”, fuerte movimiento cultural surgido después de la muerte de Franco y durante la transición a la democracia. Entre ellos, Los Toreros Muertos, grupo de nombre polémico, que conjuntaba cierto grado de performance y una música que pretendía parodiar el rock, y cuyas composiciones hoy en día se siguen escuchando.
Mediante correo electrónico tuvimos la oportunidad de conversar con uno de sus fundadores: Pablo Carbonell, su vocalista, quien acaba de publicar un libro autobiográfico llamado El mundo de la tarántula, en el que narra buena parte de su vida, desde el niño que acudía a la escuela, hasta el padre de familia. Nacido en Cádiz en 1962, como buena estrella de rock, su aún no se apaga y continua haciendo no sólo música, también cine y televisión.
¿Cómo surge la idea de escribir tus de memorias?
Yo había leído un libro titulado Cosas que los nietos deben saber, de Mark Oliver Everett, cantante Eels, mi grupo favorito. El caso es que me gustó y mandé a través de twitter un mensaje de felicitación a la editorial Blackie Books. Jan, su editor, se puso en contacto conmigo y me dijo que yo también tenía un libro que escribir.
Conforme leemos el libro, nos vamos enterando de todas las actividades que realizaste, los trabajos que tuviste y que desembocarán en convertirte en cantante de un grupo de rock. ¿Todos esos años de formación previa, son como las patas de una mesa: de haber faltado una, no habrías llegado a Los Toreros Muertos?
Bueno, Los Toreros Muertos no son mi meta, o sólo lo son en lo que abarca mi interés por satirizar con los estilos musicales y mis ganas de divertirme convirtiéndome en una estrella del rock. Por otro lado disfruto mucho con la interpretación, las películas, reportajes, teatro o, como ahora, con la literatura. Estoy en deuda con una serie de cosas, mis padres, mis amigos, mi cuna, la gente que me ha enseñado el camino, los acontecimientos que me han formado como persona o como artista. Empiezas a juntar y a juntar y te salen trescientas setenta páginas que no son más porque la editorial, con acierto, me quitó el libro de las manos. La parte biográfica podría estar escribiéndola toda la vida, como es evidente. Por cierto me quitó el libro porque quería que fuera presentada en el día de los libros en Cataluña, el día de San Jordi, lo que no sabían es que ese día yo estaría con Los Toreros Muertos en México.
Parece mentira que algunas canciones compuestas hace más de treinta años hoy serían condenadas por las buenas conciencias debido a su incorrección política, pero se supone que ahora somos más libres y civilizados. ¿Qué ha pasado?
Que nos hemos ido quitando libertades nosotros mismos. Nos hemos olvidado de que todas las palabras deben de ser pronunciadas y que la exposición de distintas actitudes no tiene porque ser una incitación a las mismas. Muchas veces este juego de espejos que una canción proyecta nos muestra una imagen que nos provoca una reflexión. Reflexionar nunca ha sido malo y, salvo el insulto deliberado, o la falsedad, todo debe de ser dicho. Es sano. La libertad de expresión es como la espita de las ollas exprés: si no se libera el vapor, la imaginación, la opinión, la olla explota, la sociedad se enferma.
Una de las características del rock español, al menos el de las décadas de los ochenta y los noventa, es el sentido del humor de sus letras. Ahora todos, o casi todos los grupos, quieren tirar netas, como decimos en México, pontificar y hablar de todos los temas. ¿A qué atribuyes este rasgo humorístico en el rock ibérico?
Yo creo que es una burla a todo lo anterior. Cuando España entró en democracia, hubo una explosión de júbilo y lo normal es que la temática de las canciones fuera divertida. Había que celebrar el regreso de las libertades y eso creó canciones lúdicas sobre hombres en la nevera, zombies, viajes imaginarios, esoterismo, romanticismo y demencia.
¿Cuáles fueron las influencias, no sólo musicales, que inspiraron la música de Los Toreros Muertos?
Nosotros somos un grupo muy ecléctico. A Many le gustaba Leonard Cohen, a mí Frank Zappa; Guillermo era más de B-52’s. Todos confluimos en Talking Heads. Yo arrastro fervor por Los Beatles pero a Guille y a mí nos trastornó La gran estafa del rocanrol, de los Sex pistols. En mis últimas letras me dejo llevar por el rigor de la rima consonante para demostrar que nuestro idioma castellano tiene una fuerza que debemos aprovechar y así, pasito a pasito, vamos formando una personalidad que se parece a un juguete ecléctico donde todo tiene sentido gracias a la sátira.
Los ochenta fueron la última década en que se podía hacer el ridículo (entendido esto como rareza, extravagancia) en todos los aspectos de la vida, sin sufrir demasiadas burlas. Después las cosas se pusieron serias y la música popular perdió frescura y esa dosis de desfachatez. ¿En tu opinión qué fue lo que pasó? ¿El “sistema” terminó absorbiendo esa fuerza?
¿El sistema decimal? Creo que, al igual que Tiburón, de Steven Spielberg, cambió el panorama del cine. Se acabaron los motores tranquilos y los desvaríos psicodélicos: había que hacer pasta. Las grandes multinacionales han creado una especie de señuelos con los grupos a los que apoyan. Grupos políticamente correctos, meláncolicos, o insustanciales, donde la forma es más importante que el fondo. Más que nada porque no hay fondo en lo que hacen. Estos grupos aglutinan las preferencias del gran público y las cifras que manejan se convierten en la zanahoria atada al palo que persigue el burro toda la vida. Tener personalidad parece que espanta.
Desde hace ya mucho tiempo, de manera periódica, se decreta la muerte de muchas cosas: de la novela, del arte, etc. ¿Qué pasa con el rock? ¿También murió hace mucho y no nos hemos dado cuenta?
Hay cierta desidia en los escritores que ven que la aparición de sus novelas no alteran a la sociedad. Es muy difícil cambiar un mundo que sabemos que podría ser mejor con literatura, o incluso con canciones. Estamos todos perdidos en nosotros mismos y asistimos embobados al discurrir de una pelota sobre un campo, o miramos televisión mientras nos roban identidad y la cartera si nos descuidamos.
En El mundo de la tarántula cuentas de la primera visita de Los Toreros Muertos a la Ciudad de México. ¿Cómo fue la experiencia de esa primera visita a México y la más reciente cuando tocaron en el Vive Latino de este año?
Muy emocionante. Tuvimos que pasar mas de veinticinco años sin volver para demostrar que toque hacíamos no provocaba algaradas ni creaba psicópatas, drogadictos o enfermos mentales. México ha cambiado mucho. Posiblemente estén ustedes viviendo la explosión de optimismo y creatividad, de fuerza, que tuvimos nosotros en los ochenta. Cuídense. No den un paso atrás.
Canciones como “Yo no me llamo Javier” o “Mi agüita amarilla” siguen cantándose en fiestas, coreadas por jóvenes que nacieron mucho tiempo después que Los Toreros Muertos. ¿A qué atribuyes que tu música haya atravesado con éxito varias generaciones?
No encuentro otra explicación como no sea que el sentido del humor es un conservante similar a la sal o al frío. Nosotros hemos echado algo de barriga, perdido pelo, pero las canciones siguen siendo jóvenes, y vigentes. Yo soy el primer sorprendido.
A la distancia, ¿cómo ves el movimiento llamado “movida madrileña?
Se llama así, pero a mí me parece que fue algo global. Hay cosas que me gustan mucho, la libertad sexual, sin ir más lejos, pero había otras cosas que no entendía. Había mucha superficialidad, se dio excesivo culto a la estética y en ese sentido Los Toreros Muertos, que enviamos una imagen desastrosa y anacrónica, desprejuiciada y multiforme, hicimos un buen trabajo de demolición.
En la actualidad no llega mucha música española a México, al menos rock, como si ya no se estuvieran haciendo nuevas cosas, o como si el pop, entendido como mujeres solistas que cantan tonaditas con samplers o grupos de chicos guapos y bobos, se hubiera tragado todo. ¿Consideras que el rock en español atraviesa por una crisis?
Si es así yo digo, a río revuelto ganancia de pescadores. Una crisis creativa es una mala noticia, pero no para mi. Mis parámetros siguen intactos. Mi forma de hacer también, he sobrevivido en todas las épocas que me ha tocado vivir y si tienes claro qué es lo que quieres se puede derrumbar todo a tu alrededor que tú sigues de pie.
¿Qué músicas escuchas actualmente?
El silencio es mi música favorita.
¿Qué libros has leído últimamente, y que nos puedas recomendar?
Cosas que los nietos deberían de saber, que ya cite antes, que es como el padre de El mundo de la tarántula, e Instrumental, de James Rhodes, que es el hermano de mi libro. Me gusta leer biografías artísticas. Debo haberme vuelto medio vampiro, me gusta vivir la vida que me cuentan los demás.