Alojarse en un hotel nunca será una experiencia llana o desprovista de cierta profundidad. Cuando entramos a esos microcosmos, muchos procesos personales se desatan, llevándonos a exploraciones internas que los folletos no incluyen.
Tengo la fortuna de conocer distintos lugares y países. Conozco bien las largas esperas en los aeropuertos, la incomodidad en los asientos de avión, la ansiedad que produce el miedo de perder tu equipaje, las largas caminatas en los pasillos de distintos hangares. Los despegues y aterrizajes; el cansancio que te hace querer llegar con urgencia para ducharte; quizás tomar una siesta para luego salir a conocer aquellas nuevas calles, restaurantes, gente hablando otros idiomas, con vidas rutinarias en las que tú entras como un desconocido, turbulencia social.
Aquellos cuartos de escasos metros cuadrados se convierten entonces en tu refugio, lugares un tanto incómodos, de regaderas diminutas, almohadas duras y sábanas frías. Habitaciones por las que han pasado cientos de individuos alrededor del mundo, y ahí estás tú, compartiendo huellas y dejando rastros. Mi relación con los hoteles es un tanto introspectiva: son noches encerrado intentando encontrar algún contenido familiar en la televisión, son largas madrugadas dando vueltas en la cama sin poder dormir. Invasión de nostalgia, soledad, vacío, intentándome dar una palmada en la espalda que me inyecte cierto ánimo para salir al día siguiente a una ciudad desconocida y no sentirme tan perdido, tratando de parecer familiar.
Tal y como Alekséi Ivánovich puede describirnos en su ir y venir diario en la ciudad de Roulettenbourg. Dostoievski, en su obra El jugador (Sexto Piso), nos describe así a un Alekséi: gandul, engreído, indiferente ante las reglas sociales, pero conmovido y obsesionado por cada uno de los pasos de Polina Aleksándrovna. A pesar de estar en una tierra extraña, sin esperanza y sin posibilidades, jugándoselo todo a la ruleta, transforma aquel hotel de aquella ciudad ficticia en su refugio. Noches sin dormir, botellas de vino, y escenarios aristocráticos particulares. Quizás poco o mucho haya encontrado Wes Anderson para El Gran Hotel Budapest.
Encuentros: noches en la barra del bar, manteniendo largas conversaciones sobre mí mismo, intentando prestar atención a los detalles, gente que entra y sale por la puerta principal, sonriendo, cansados, tomados de la mano, deteniéndose con un beso en el lobby, abrazos y cercanía rumbo a la habitación. Que la felicidad se guarde en un 3×3. Que las paredes no hablen, no miren, pero recuerden.
Los mejores refugios son y serán siempre en las playas, aquellas construcciones paradisiacas, intentando disimular que estamos en medio de la nada rodeados de todo. La música en la entrada, las sonrisas y el recibimiento por el respeto de tu cartera, suites, jacuzzis, bebida y comida all include; el mejor servicio el mexicano, sin dudarlo. El calor en tu cuerpo, la cerveza cerca de la alberca, los cuerpos semidesnudos paseando de un lado a otro. La calma reinando aunque sea 7 días 6 noches. Después, habrá que volver a la realidad.
Imagina cuántas historias se han escrito en aquellos espacios, cuántas ideas en soledad o acompañado, si existen obras concebidas mientras el room service llamaba a la habitación. O en agujeros de hoteles de paso, donde Charles Bukowski escribía con cierta y única religiosidad su poesía llena de cinismo hasta quedarse dormido, ahogado en alcohol: El amor es un perro infernal (Visor), rodeado de mujeres enigmáticas y llenas de defectos y faldas cortas, saliendo de cuartos con alfombras viejas y gastadas.
Escapes de la realidad, cápsulas que hacemos nuestras por días o temporadas, dependiendo de las circunstancias. Viajes de negocios, vacaciones, seminarios, lunas de miel, infidelidades, conferencias, eventos, ferias, conciertos, siendo nómadas acos- tumbrados a lo sedentario. Qué afortunados somos, aunque nos quejemos.
Encuentros inolvidables y despedidas, promesas de volver, gente que se va y olvida, anhelos de tu hogar, liberación instantánea. Historias y escenarios cíclicos. Es curiosa nuestra manera de compartir el mundo y la existencia.
Este texto fue escrito por @Att_Volk y publicado originalmente en el número 111 de Revista Lee+. Pueden leerlo en su versión digital dando clic aquí o en su versión física, disponible en todas las Librerías Gandhi del país.