La génesis temática de El deseo postergado se puede rastrear desde el Diván de Mouraria publicado por Mario Bojórquez en 1999, en éste se exploran temáticamente diferentes pasiones humanas de manera más bien expositiva, tomando una distancia prudente entre el sentimiento y la voz lírica: “cada golpe una angustia, un odio, una indolencia/ y el deseo postergado, vivo fuego en las manos/ se escurrió como el agua.”
En cambio, en el Deseo postergado, el sujeto lírico se instaura en el escenario de la imposibilidad de saciarse, a la manera de un tántalo moderno, cuya circunstancia lo llevan hacer un catálogo de infamias.
La musicalidad del volumen está sustentada en el uso constante del heptasílabo, con recurrencias de eneasílabos y endecasílabos, las más prestigiosas elaboraciones métricas del castellano, de tal modo que la voz se afirma en esa música, lo que revela una cuidada construcción técnica.
Una “Lápida” es el portal de esta obra, donde esa inscripción es epitafio de tajante desaliento que perdurará inalterable en sus certeras palabras. Deudor también del siglo de oro español y de su profunda raíz moral, este libro le debe mucho a Fray Luis de León, San Juan de la Cruz y en especial al poeta Andrés Fernández de Andrada. De tal modo que es en buena medida una epístola moral para sí mismo, escarnio en carne propia, proceso judicial donde el indiciado, el juez y la defensa son la voz misma que canta y que no atina a encontrar su casa sosegada.
La falsa segunda persona desarrolla con mayor fuerza la imagen de ese paisaje desolado que es el alma humana. Canta como si no fuera él sino otro el que “surcó esos aires”.
Cada uno de los apartados es la declaración que brinda el acusado, ya del modo en que la vida ha mellado sus fuerzas, o de cómo la derrota todo lo circunscribe a un pasar la vida siendo ante todo una sombra impertinente. La desacralización de la memoria, de la infancia que marca todo destino, es un trámite necesario para entender la oprobio que se yergue ante cada uno, la ignominia de quien no fue preparado para ella.
Este pues es el canto de un exiliado de la juventud, de esa juventud de promesas que creemos invulnerables y que sin embargo, se ven caer por el suelo. Es este el canto de quien sabe que al final no hay otra redención que la poesía.