Nerd Plus por BEF: ¡De pelos!
Cuenta la leyenda (y qué mal que empiece cualquier texto con esta frase, sobadísima y lugarcomunera) que la fuerza sobrehumana de Sansón provenía de su abundante cabellera. A pesar de no ser religioso, siempre me fascinó esa ¿metáfora? ¿alegoría?
La misma leyenda cuenta que el héroe no resistió lo encantos de la preciosa Dalila, quien tras seducirlo cometió la canallada de rapar al fortachón, éste quedó reducido a un hijo de vecino más, sus superpoderes diluidos por el filo de una vulgar tijera de peluquero. El destino fatal de Sansón estuvo precedido de desgracias y vejaciones que incluyeron sacarle los ojos y ponerlo a jalar un molino cual vil burro, ¡y todo por cortarse la mata!
Me sigue conmoviendo el final de la historia, cuando Sansón es llevado al templo mayor de sus enemigos, ya con el cabello un poco crecido, en donde con su último soplo de fuerza derriba las dos columnas del edificio al tiempo que grita “¡Muera Sansón con todos los filisteos!”. El templo se colapsa, matando a todos los presentes.
La difusa enseñanza de este pasaje bíblico se me escapa, si es que existe, pero al menos me dejó muy clara la importancia cultural que el cabello ha tenido desde… bueno, desde tiempos bíblicos. Yo no soy religioso pero sí fui punk. O todo lo punk que se podía ser en los colegios de los hermanos maristas a finales de los años ochenta. Haber crecido en un hogar progre/comunistoide/hippie/de izquierda provocó un fenómeno muy curioso en mi educación musical: en casa no se escuchaba rock por ser música imperialista. Ello incluía a Los Beatles.
Por eso, en la adolescencia, mi hermano Alfredo (hoy frontman de la banda Mamá Pulpa) y yo llegamos directo a los Sex Pistols sin haber escuchado jamás a ninguno de sus antecesores. Como no podía raparme un mohawk, so pena de ser corrido de la escuela y de mi casa, lo más transgresor que hice a los diecisiete años fue pelarme el cabello como Jason Todd, el Robin de Batman de aquellos años, con un par de estrafalarios rulos que causaron el escándalo de mis papás. Lo tuve que emparejar hasta pocos años después, ya en la universidad, cuando me rapé la cabeza. Desde entonces uso el cabello cortito y soy punk de la secreta.
De modo que tengo un amor especial por Johnny Rotten y compañía. Lo que más me deslumbraba de aquellos punkies originales eran sus peinados, los mohawks y el cabello trozado en púas. En su autobiografía, La ira es energía, John Lydon (que es el nombre de civil de Juanito Podrido) dedica largos pasajes al asunto de la vestimenta (adjudica claramente la creación de la moda punk a Vivienne Westwood y su mánager, Norman McLaren) y los peinados.
En el libro, en sí mismo un fascinante testimonio de un protagonista de la cultura pop que ha transitado por la música como un transgresor los últimos cuarenta años, Lydon/Rotten se detiene en varios momentos a hablar del cabello, y de la manera en que los peinados punk se transformaban en una auténtica declaración política frente al uniforme en que se había convertido el cabello largo entre los aficionados al rock progresivo.
“Requiere de mucho valor vestirse diferente; supongo que así es la sociedad. Siempre intenta homogeneizar todo. Darle un uniforme y una etiqueta para de ese modo contenerlo. Esa contención no me interesa, yo quiero tenerlo todo”, declara mi querido Johnny.
Acaso los peinados estrafalarios de los punks se inserten en una tradición inglesa de cabello extravagante. Siempre pienso en las pelucas de los jueces ingleses y me pregunto cómo se puede llevar una audiencia judicial sin morirse de risa. En todo caso, otro inglés por el que tengo debilidad, Neil Gaiman, autor que ya ha sido mencionado abundantemente en este espacio, dedicó uno de sus libros al cabello.
En Cabello loco, Gaiman vuelve a colaborar con su viejo amigo Dave McKean, uno de los mejores ilustradores del mundo. ¿Me oyeron? ¡Del mundo! La carrera de Gaiman tiene dos vertientes: la literatura fantástica, en cómic y narrativa, y los libros infantiles. Ya he comentado por acá algunos de sus libros, pero ahora viene muy a cuento uno de ellos que pasé por alto, Cabello loco.
En la tradición anglosajona del nonsense y las coplas infantiles, Gaiman parte del encuentro de una niña con un sujeto de extravagante peinado para componer una serie de versitos ingeniosos alrededor del cabello y los peinados, que hacen las delicias de los lectores tempranos, en su musicalidad e ingenio. Gaiman literalmente desenreda prodigios del cabello al tiempo que McKean hilvana imágenes maravillosas que complementan el texto, en una de esas simbiosis entre autor e ilustrador tan inglesas (recuérdense duplas como Lewis Carroll/John Tenniell o Roald Dahl/Quentin Blake). Una delicia.
Hablando de cabello, es imposible cerrar esta columna sin recordar Planeta Champú, aquella novela de los años noventa de Douglas Coupland (quien acuñó el término Generación X al escribir la novela homónima) o el disco Shampoohorn, de la banda Z, formada por Dweezil y Ahmet Zappa, hijos del gran Frank.
El cómic del mes: la serie de historietas infantiles de Bolita de pelo, cómics mudos para niños chiquitos. Una maravilla.
Por: Bernardo Fernández, BEF
MasCultura 18-abr-16