Columna Jóvenes: "Brillar en sociedad"

Nunca vas a brillar en sociedad, me dijo una de mis tías en una cena elegante, todo porque me negué rotundamente a tocar el piano para sus invitados.

De nada sirvió que le dijera que a) hacía años que había olvidado lo poco que aprendí en mis clases de piano y b) la idea de entretener a sus invitados me atraía tanto como una visita al dentista. Vamos, yo tenía dieciséis años: la sola idea de ir a una cena en casa de mi tía con sus invitados copetones me daba horror. Sobre todo porque todo mundo en esas reuniones me agarraba de pretexto para romper el hielo y unir fuerzas: ¿por qué te vistes de negro?; no te muerdas las uñas; ese bilé es demasiado rojo para alguien tan joven; etcétera. Sus reglas me parecían tan absurdas y elaboradas como las de alguna sociedad futurista de las que menciona Jack Vance en sus aventuras espaciales. Por ejemplo, en el cuento “La mariposa lunar”, en el que un policía busca a un criminal en un mundo donde todos usan máscaras. El diseño de las máscaras tiene que ver con el rango de quienes las usan y lo que cada persona tiene permitido depende de ese rango. ¡Ah!, y además es de mal gusto que la gente hable: tienen que cantar acompañándose de instrumentos complicadísimos. Claro, el pobre fulano, recién llegado y sacadísimo de onda, nomás no da una. Como yo en casa de mi tía. Por cierto, al parecer ahorita no hay una buena edición de los cuentos de Vance en español, y es una pena; pero hay varias antologías en inglés en epub, por si andan con ánimo aventurero. De ser así, el cuento que les digo está en The Moon Moth and Other Stories (Gateway Essentials).

Lo que nunca se me ocurrió contestarle a mi tía fue que el brillo depende de en qué sociedad se mueva uno. Seguro que ella tampoco habría brillado para nada en el mundo de Jonathan Strange y el Señor Norrell (Salamandra), una novela que combina las estrictas reglas de la Inglaterra de principios del siglo xix con las de un mundo lleno de magia. Y ya que hablamos de esta novela, déjenme les cuento que en ella están tan detalladas las reglas de ese mundo que uno pensaría que es realismo puro (nomás que con magos). Si a eso le agregamos que se trata de una historia llena de aventuras (por ejemplo, los magos protagonistas ayudan en la guerra contra Napoleón) y muy bien escrita, con personajes tan bien armados que uno hasta piensa que se los podría encontrar en la calle… pues nada, que es toda una experiencia. Infinitamente mejor que ir a cenar con  la tía y sus amigos, claro. Porque no era sólo que yo no entendiera sus reglas y que a ellos no les gustaran las mías: era que ni siquiera había un interés pequeñito en buscar un punto intermedio. Habría estado muy bien, en esos ayeres, llegarles un día con el libro Gastón, de Kelly DiPucchio (Leetra). Este álbum ilustrado cuenta la historia de un perrito que, por más que se esfuerza, no logra comportarse como los otros hijos de la señora French. Pero un día, en el parque, conoce a Antoinette, una perrita que tiene alma de bulldog pero cuerpo de poodle… Juntos, le dan un par de lecciones de urbanidad y tolerancia a sus respectivas familias. Sí, es un libro “para niños”, pero está padrísimo y las ilustraciones son adorables, así que lo puedes disfrutar sin importar si tienes diecisiete o cuarenta o setecientos años (que es la edad que yo le calculaba a los amigos de mi tía, acá entre nos).

En todo caso, no se me ocurrió nada de eso cuando mi tía me regañaba; y ahora creo que estuvo bien quedarme calladita porque, para ella, las únicas reglas importantes eran las que venían dadas en el Manual de Carreño. ¿Alguna vez has escuchado hablar de él? De morra, yo pensaba que era algo mítico, como el año de la canica, los calzonzotes de Chucha o los hijos de María Morales; pero resulta que es un libro que de verdad existe y de verdad servía como guía para la gente que quería tener buenos modales. Su verdadero título es Manual de urbanidad y buenas maneras y su autor fue el venezolano Manuel Antonio Carreño. En México, su primera edición apareció en 1875 (para que se hagan una idea, eso es ¡ciento un años antes de que yo naciera!) y obviamente su lectura hoy en día es como un viaje en el tiempo. Si les da curiosidad, busquen la edición (reciente) de Nueva Imagen, que además trae notas explicativas. Puede ser una lectura muy divertida y a lo mejor hasta le aprendemos algún tip que todavía nos sirva para no fracasar tan miserablemente en una cena con las tías.

Por Raquel Castro

MasCultura 04-oct-16