Columna Niños a ¡leer!: "Modales para recomponer el mundo"

Qué mejor lugar para recibir una lección de urbanidad y buenos modales que una casona victoriana con escaleras que rechinan y tobogán para la ropa sucia, coronada con una cúpula que sirve de morada para la residente más antigua del lugar: una dama de casi doscientos años que responde al nombre de Olivia T. Vela, quien siglos atrás escribiera numerosas novelas de misterio que nadie quiso publicar en su momento, lo que provocó en la misteriosa inquilina una amargura que todavía la hace azotar puertas y ventanas de vez en cuando.

Pero con la llegada del nuevo inquilino de la casa, parece que el destino ha decidido regalarle una segunda oportunidad para consumar su viejo sueño; el hombre que ha rentado la mansión se llama I. S. Rezongón, es un afamado escritor de libros para niños que no ha podido volver a escribir un libro en diez años, está en la bancarrota y sólo tiene en mente un plan desesperado: encerrarse varios meses en la vieja casona, lejos de cualquier distracción o ruido, y obligarse a escribir una nueva novela (pobrecillo, ¿qué iba imaginar que tendría que compartir la casa con un fantasma verdadero y sus dos protegidos: un niño de once años de nombre Armando y su gato negro?). Narrado por completo mediante cartas, recortes de periódico, recados y dibujos, Mortalmente encantado, de Kate Klise y Sarah Klise (Castillo), tiene por partes iguales su pizca de anécdota excéntrica, su algo de manual de urbanidad, su dosis de juego de palabras y su todo de diversión.

Porque nadie debe perder la compostura ni siquiera cuando un cohete atraviesa su casa, El libro del cohete, de Peter Newell (Thule), es una estupenda guía para aprender a fascinarse con los sucesos inesperados que agujerean la rutina cotidiana, en lugar de sufrir un sobresalto y entregarse a la ofuscación tras descubrir que un proyectil ha producido un boquete en el suelo de tu departamento, otro en el techo y además ha destruido a su paso el objeto que se encontraba a medio camino entre el suelo y el techo: la maceta favorita, una máquina de escribir, la locomotora del tren eléctrico, la casa de muñecas recién armada… La historia parte desde el sótano de un pintoresco edificio, donde un niño de nombre Iván le prende fuego a la mecha del cohete que habrá de atravesar veinte departamentos del edificio hasta quedar atascado en el ático (y no por casualidad), dejando a su paso veinte pequeños desastres, ilustrados con una técnica magistral.

A veces los buenos modales son como las telas magníficas, se pueden volver invisibles ante los ojos de necios y tontos (o al revés). “El traje nuevo del Emperador” es uno de los ocho relatos de la recopilación Cuentos de Andersen, ilustrado por Anastassija Archipowa (Everest). La historia narra las peripecias de un emperador excéntrico al que nada le provocaba mayor entusiasmo que usarse a sí mismo como percha para lucir trajes nuevos de telas extraordinarias, y finísimos. Según las habladurías, a veces destinaba un traje distinto para cada hora del día. Era tal su obsesión por los trajes nuevos, que cierta vez no dudó en mandarse confeccionar uno que llevara por base un material rarísimo, desconocido en el resto del mundo. Así, pues, en pleno desfile real, el emperador se dejó ver de cuerpo entero con un traje de tela invisible que todos en el palacio, él incluido, aseguraban ver. Únicamente los niños tontos y necios rieron al ver desfilar con extrema elegancia a un hombre en calzoncillos que se hacía llamar el rey.

En ocasiones lo que se necesita para recomponer el curso del mundo no es faltar a los buenos modales sino reinventarlos; darles a las viejas razones nuevas formas, formular nuevas preguntas en lugar de sólo cambiarle palabras a las viejas respuestas. ¿Qué tan salvajes son las ideas salvajes? Al menos la que imaginó el señor Tigre parecía una idea salvaje de lo más urbana. Ponerla en práctica no fue cosa fácil para él; era una idea tan novedosa que ninguno de los animales a su alrededor la entendía. Más de uno creyó que se trataba de una extravagancia pasajera, que al señor Tigre le había picado una idea loca que después se le pasaría. Sucedió todo lo contrario: la ocurrencia del señor Tigre se hizo cada vez más consistente, muchos temieron que se volviera contagiosa; ¡que el mundo dejara de funcionar como acostumbraba! Para fortuna del señor Tigre y los demás animales, eso fue exactamente lo que sucedió. A los libros como El señor Tigre se vuelve salvaje, de Peter Brown (Oceano Travesía), conviene tenerlos a la mano como caramelos para la garganta y leerlos al primer asomo de tos.

Por Karen Chacek

MasCultura 03-oct-16