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Cimientos del pop para un arte por venir

A quienes ejercemos la crítica de las artes plásticas, visuales y conceptuales nos entusiasma sobremanera aproximarnos a las obras de aquellos artistas que, habiéndose propuesto impulsar realmente el desarrollo cultural, han conseguido su propósito; lo anterior, toda vez que la crítica consiste en resaltar la existencia de esa índole de impulsos.

Quienes reflexionamos acerca del devenir de la cultura artística gozamos enormemente cada vez que ubicamos piezas con las cuales nos es posible poner a prueba nuestras hipótesis, ya que requerimos confirmar -o, en su caso, descartar− nuestros planteamientos teóricos. Y a quienes nos dedicamos a historiar el arte contemporáneo nos resulta muy satisfactorio dar cuenta de los aportes que realizan quienes cultivan lenguajes emergentes, puesto que la historia del arte la erigen quienes practican léxicos que en su momento son de avanzada.

Pablo Llana (Tijuana, 1980) es un autor que, desde 2010, recorre un derrotero que lo ha llevado a impulsar el desarrollo de la cultura artística; ha hecho posible que yo corrobore mis sospechas sobre la existencia de novísimos paradigmas para las artes, y que (para bien de la historia del arte) cultiva lenguajes incipientes. De ahí mi creciente interés por la obra de este artista.

En 2010, Llana era un pintor que había conseguido una probada solvencia expresiva, temática y técnica. Tanta, que incluso podría haberse afianzado como un autor post vanguardista típico, en tiempos en los que aún se vivían los resabios de la entronización de la llamada pintura-pintura, la cual había sido ensalzada desde la década de los 80 del siglo XX. Empero, asumió el riesgo de interesarse por temáticas como el desmesurado incremento en el consumo de productos chatarra; las causas reales de tal incremento, entre las que descuella nuestra sumisión al colonialismo estadounidense (es decir, al capitalismo, de suyo patriarcal), así como los nocivos efectos de tal consumo (obesidad, diabetes y caries).

Para subrayar su enfoque subversivo, profundo y categórico ante tales temas, este artista optó por abandonar tanto pinturas como pinceles y utilizar, como materiales pictóricos, envolturas de productos procesados e industrializados de las marcas más solicitadas hoy en día. En sus obras, Pablo Llana no se limita a denunciar el actual estado de las cosas, sino que clama por una inaplazable reorientación de la política pública nacional en materia de salud, que garantice la divulgación veraz de los riesgos de enfermedad y muerte que se corren al consumir golosinas, botanas, bebidas y alimentos procesados e industrializados, tanto de marcas trasnacionales como de empresas locales.

En lo que concierne a la filiación estilística de este autor, cabe recordar que desde que el arte pop concluyó su fase como una de las vertientes artísticas de los años 60 del siglo XX, ha devenido en una tendencia permanente del arte contemporáneo. Y que, además, hoy en día existe una corriente post-pop, practicada por artistas que han continuado alguno o varios de los postulados del pop histórico.

Pablo Llana participa de la tendencia pop, toda vez que en sus obras se refiere a las mercancías de consumo masivo, a la publicidad o a las marcas registradas, por ejemplo. Y asimismo participa del post-pop, dado que en sus obras hace uso de enfoques que van de lo irónico a lo sarcástico acerca de los temas que aborda. En virtud de que su postura como autor es de rebeldía frente al presente artístico, Llana dista mucho de ser un post vanguardista típico, puesto que con su labor realiza una crítica al pop desde la propia tendencia pop y como practicante de un arte pop revisitado por él mismo. Pablo Llana se ocupa más bien de preludiar un arte por venir.

Cuando nos enfrentamos con las obras de este autor experimentamos reacciones sensibles diversas, algunas de las cuales ocurren de manera si- multánea. Sus piezas nos atraen, nos conmueven, nos inquietan, nos impactan, nos sorprenden y nos repelen; todo a la vez. Si esto acontece es porque Llana fundamenta la expresividad de sus pinturas en elementos que, asimismo, se encuentran entremezclados; entre éstos los de lo típico, lo terrorífico, lo siniestro, lo sarcástico, lo precario, lo patético, lo nefasto, lo grotesco, lo dramático y lo brutal.

En cuanto a lo expresivo, entonces, y asimismo en lo que respecta a lo temático y a lo específicamente técnico, la producción de este autor impulsa el desarrollo de la cultura artística al contar con recursos que no son de un uso muy extendido. Su labor en los años recientes refuerza la confianza colectiva en la supervivencia del arte −la cual hoy en día se halla en una encrucijada que amenaza su continuidad− ya que, con sus obras, apuesta por un arte alejado del artecentrismo, ejerce un indispensable artivismo (o activismo artístico), consigue una producción irreverente con la cual vulnera la normatividad impuesta; asume el riesgo, en fin, de generar un arte que amén de serlo, pugne por contar con alguna utilidad social amén de la específicamente artística. Y tal compromiso solo puede conseguirlo su autor practicando un lenguaje emergente, como lo es esa figuración post pop que él abraza con tanta prestancia.

Este texto fue escrito por Carlos-Blas Galindo y publicado originalmente en el número 111 de Revista Lee+. Pueden leerlo en su versión digital dando clic aquí o en su versión física, disponible en todas las Librerías Gandhi del país.