Vamos a espantarnos un rato
Mucha gente no entiende el gusto por las historias de fantasmas: les parece masoquista que uno se ponga a leer (o a ver películas, según el caso) para sentir miedo.
Lo curioso es que así como hay mucha gente que no entiende la afición, hay también muchas personas que aman las historias de fantasmas. Y es que las buenas historias de terror logran un efecto físico: que se te acelere el pulso, se dilaten tus pupilas, te cueste trabajo respirar y —y ésta es mi parte favorita— que se ericen los vellitos de la nuca, como si alguien estuviera acechándote o, por lo menos, leyendo por encima de tu hombro.
No sé desde cuándo soy fanática del horror, pero sí sé que, a pesar del cariño que les tengo a los zombis y el poder de seducción que ejercen sobre mí los vampiros, los fantasmas son mis grandes favoritos cuando se trata de leer cuentos de miedo. Por ejemplo, un libro que me dejó incapaz de dormir por una semana fue Fantasmas, del escritor estadounidense Peter Straub: una novela que relata las experiencias sobrenaturales de cinco hombres que han sido amigos desde su juventud. Cada uno cuenta su historia de fantasmas y poco a poco nos vamos enterando de que lo que platican esconde una historia aún más terrible, que es compartida por todos.
Es una lástima que actualmente esta novela es muy difícil de encontrar, pero si leen inglés pueden conseguirla bajo su título original, Ghost Story, tanto en edición impresa como electrónica (¡ojalá algún editor visionario se animara y encargara una traducción en español de México!).
En caso de que el inglés no sea su fuerte pero tengan ganas de conocer al autor, tal vez puedan encontrar alguno de los libros que ha escrito en coautoría con un gran amigo suyo, Stephen King. Y ya que hablamos de King, otro libro que me obligó a no apagar las luces para dormir fue El traje del muerto, de Joe Hill (Suma). Hill es nada menos que el hijo de Stephen King, pero se cambió el apellido para que lo juzgaran por su trabajo y no por el de su papá. Y ¿qué creen? Que sus libros son buenísimos. En éste, en particular, la forma en que describe a los fantasmas es muy original e inquietante, mientras que la manera en que éstos establecen comunicación con los vivos sí puede causar pesadillas. Y, sí, lo confieso: me gusta tener pesadillas.
Es decir, me gusta cuando mis pesadillas tienen seres sobrenaturales y ambientes macabros y no cuando sólo tratan de voy a llegar tarde a casa luego de una fiesta y que mi papá me va a regañar (les juro que, a pesar de que hace doce años que no vivo en casa de mi papá, sigo teniendo esa pesadilla). Porque, aunque en ambos casos despierto agitada y con el corazón latiendo a todo lo que da, cuando mis sueños tienen ánimas en pena que se arrastran por las sombras me siento como personaje de un cuento salido de Ella fantasma, 14 relatos espectrales de escritoras del siglo XIX (Cal y Arena). Por cierto, esa colección es buenísima. Mi cuento favorito es “El tapiz amarillo”, en el que una mujer enferma y encerrada en su cuarto descubre que hay un ser macabro atrapado en el tapiz que cubre sus paredes, y en la narración se combinan los elementos típicos de una historia de horror con detalles que apuntan a otro tipo de espanto: el de una mente que comienza a resquebrajarse.
Ahora bien: si lo de ustedes son las culturas orientales, asómense a Fantasmas y samuráis: cuentos modernos del viejo Japón, de Okamoto Kidô (Alfaomega Grupo Editor). Es como si combinaran la película El aro con los cuentos de Edgar Allan Poe. Por otra parte, si prefieren la tradición occidental, no se pierdan La más densa tiniebla, de Antonio Malpica (Ediciones El Naranjo). En este libro, Malpica retoma algunas de las historias clásicas de Hans Christian Andersen, pero con un toque macabro. Las ilustraciones de Joaquín Aragón son también sublimes.
Lo que tienen en común, a pesar de ser libros aparentemente tan distintos, es que en ambos podemos explorar nuestros propios miedos y obsesiones.
Creo que esa última parte es lo que más me gusta de las historias de fantasmas: que me hacen pensar en mis propias telarañas mentales. De pronto estoy leyendo una y pienso: y a mí, ¿qué me daría más miedo: enfrentarme a un fantasma o creer que estoy frente a un fantasma? Es decir, ¿encarar lo sobrenatural o sospechar que mi cordura se está fracturando? Luego de pensarlo un rato, llego siempre a la misma conclusión: prefiero leer cómo otros se ven de cara a lo sobrenatural o a la locura. A fin de cuentas, por buenas historias de espectros no paramos.
Por Raquel Castro
Léelo completo en nuestro nuevo número dedicado al tema "FANTASMAS"
MasCultura 10-nov-16