Una conversación con Dolores Reyes

Una conversación con Dolores Reyes

02 de diciembre de 2020

“Justamente yo quería sensibilizar, visibilizar y narrar desde otro lugar, desde el nuestro, que es el lugar del enorme costo emocional, existencial, que tienen para nosotras todas las mujeres que nos están faltando y que nos están arrebatando absolutamente todos los días”, Dolores Reyes

Irma Gallo

Dice Dolores Reyes (Buenos Aires, 1978) que Cometierra se le apareció durante un taller literario, mientras seguía la lectura del cuento de un compañero, con los ojos cerrados para concentrarse mejor. Era un relato que terminaba en un cementerio, y ahí Dolores –que nunca había publicado nada pero asistía al taller que impartía la escritora, también argentina, Selva Almada– vio por primera vez a una jovencita, casi niña: “flaca, de pelo oscuro, largo; la piel morena también, del color de la tierra, sentada en un cementerio, estirando la mano hacia abajo de las piernas, llevándose a la boca y comiendo tierra”.

Así nació el personaje para el que le tomaría cinco años construir una anécdota, un lenguaje, un tono y, finalmente, escribir Cometierra (Sigilo editorial), la novela que ya está disponible en México, España, Estados Unidos, Francia, Italia y Polonia, y está por publicarse también en Suecia, Reino Unido y Grecia.

La llegada de la ficción

Una vez que vislumbró a su protagonista, Dolores Reyes se dio a la tarea de pensar “qué podía pasar con esa tierra tan particular de un cementerio que está en contacto con otros cuerpos, y ahí tirar un poco de la ficción y ver qué acontecía. Se me ocurrió que quizá algo del orden espiritual o del alma pasase a la tierra, además de la carne, los huesos, los pelos, la sangre de la persona, al morir. Entonces, eso otro es lo que Cometierra incorpora en su cuerpo cuando come tierra y lo puede ver”.

La primera vez que la adolescente averigua qué fue lo que pasó con alguien es cuando come la tierra alrededor del ataúd de su madre. Lo que ve definirá su destino:

La sacudieron. Veo los golpes aunque no los sienta. La furia de los puños hundiéndose como pozos en la carne. Veo a papá, manos iguales a mis manos, brazos fuertes para el puño, que se enganchó en tu corazón y en tu carne como un anzuelo. Y algo, como un río, que empieza a irse.

Hija de un feminicidio, Cometierra estará, desde entonces, debatiéndose entre comer la tierra que le llevan los familiares de las desaparecidas con la esperanza de que les ayude a encontrarlas, y experimentar una y otra vez sus pesadillas, o vivir su vida como una adolescente lo más “normal” posible.

“En América Latina estamos tan acostumbrados a ver gente y organizaciones y buscadores que están buscando a sus mujeres que ya no están, y no sólo no están ellas sino no está su cuerpo, no está su recuerdo”, dice Reyes en entrevista. “Esto es: borrar a las mujeres es algo tan frecuente y también es frecuente que los Estados no se hagan cargo. Entonces, Cometierra tiene que responder con esas poquitas herramientas que tiene, esa poca experiencia porque es una chica muy joven y está en un barrio absolutamente precarizado, y sin embargo, puede resolver”.

Dolores Reyes se embarcó en la difícil tarea de escribir una novela sobre un tema del que ya han corrido ríos de tinta (los feminicidios): “Ese dolor, que me atraviesa el alma, es el que me está sosteniendo para hacer esto, para que esto no siga repitiéndose todos los días sin que le importe a nadie”.

La docente, activista y feminista apostó por el uso de un lenguaje poético, que le costó cinco años de trabajo, pero no se quedó sólo ahí:

“Venía leyendo bastante al respecto. Creo que incluso es inevitable porque esto se viene trabajando desde hace muchísimo tiempo. Pienso en Borges y La intrusa, pienso en (Juan José) Saer y dos novelas: Cicatrices y La pesquisa, que abordan el feminicidio; pienso en algunos textos de Cortázar, de Sábato y en un montón más; en el género negro, en general, en donde la prostituta es asesinada una y otra vez”, rememora la escritora argentina.

“Pero a mí no me interesaba eso: narrar desde ese lugar, muchas veces erotizando los cuerpos de las mujeres muertas, incluso planteando, en torno a la prostitución, una suerte de conexión de la historia de vida de la protagonista con ese desenlace, los estereotipos. Para nada me interesaba abordarlo de esa manera. Justamente yo quería sensibilizar, visibilizar y narrar desde otro lugar, desde el nuestro, que es el lugar del enorme costo emocional, existencial, que tienen para nosotras todas las mujeres que nos están faltando y que nos están arrebatando absolutamente todos los días”.

Retratar al feminicida

Así como existe el padre feminicida, en Cometierra hay hombres con distintos registros emocionales: el hermano mayor, el Walter, que cuida y protege a la adolescente; el amigo, Hernán, que siempre está enamorado de ella pero la relación nomás no se da, y Ezequiel, el policía que irá a buscarla para que la ayude a averiguar el paradero de su prima y con quien iniciará una relación amorosa y sexual no exenta de una dosis de sometimiento.

“Lo que quería era problematizar, porque Virginie Despentes dice muy acertadamente que si me pongo a hablar con amigas y con mujeres en general, muchas van a contar que fueron abusadas, o golpeadas o maltratadas; incluso amenazadas de muerte”, responde Reyes con respecto a este abanico de personajes masculinos. “Entonces, cuando me reúno con un grupo de hombres, incluso con amigos, necesariamente tiene que haber maltratadores, abusadores, violadores. Siempre construimos al feminicida o al abusador, al maltratador, como una suerte de monstruo. Y esto es solo en algunos casos extremos. La mayoría son hombres comunes, hombres de familia, que de un día para otro nos enteramos que mataron a su mujer, a su ex pareja o a una amante embarazada. El feminicida puede ser el vecino de toda la vida, el que corta el pasto y nos saluda cordialmente”.

A la hora de concebir a sus personajes masculinos, a Dolores no le interesaba construir estereotipos, porque afirma que: “no vamos a avanzar creando un imaginario de feminicidas monstruos, sino en la medida que vayamos deconstruyendo mandatos de violencia y viendo realmente qué es lo que nos pasa”.

La tragedia de América

El clasismo y el racismo que definen la mayor parte de las relaciones sociales, económicas y políticas en este continente también son temas que trata Dolores Reyes en su novela.

“Eso también quería abordarlo, cómo son sopesadas muchas veces las vidas de las víctimas de esta manera. Acá es muy común encontrar esas expresiones tan poco afortunadas como ‘estos negros aquello o lo otro’, para referirse no sólo a los afrodescendientes sino por supuesto a la gente morena, descendiente de indígena, que en realidad somos todos, por supuesto, porque somos de una mixtura absoluta. También transitamos esta lengua y esta cultura, porque no sólo la raza nos performatea, también la pertenencia a una tierra o a una cultura. Así que nosotros no somos, ni vamos a ser nunca, blancos europeos, ni nuestra lengua va a ser esa”, dice la escritora.

“Pensaba mucho en todas las tragedias de América que en realidad vienen asociadas a esto: no sólo a asesinar al otro, sino a tratar de hacerlo desaparecer, a borrarle su cultura a la fosa común, desde la Conquista de América, pasando por todas las dictaduras hasta el presente. Hacerlo desaparecer: algo muy propio de América”. A punto de finalizar la entrevista, Dolores Reyes, madre de siete hijos, entre varones y mujeres, dice:

“Construyamos una sociedad de varones que no sean agresivos, y que no sean asesinos y que no sean violadores. No podemos estar guardando a nuestras hijas de esa monstruosidad porque es generalizada”. +


Irma Gallo, periodista y escritora. Fundadora de La Libreta de Irma. Premio Nacional de Periodismo Cultural René Avilés Fabila 2018. Autora de Profesión: mamá (Vergara, 2014), #YoNomásDigo (B de Blok, 2015) y Cuando el cielo se pinta de anaranjado. Ser mujer en México (UANL, 2016 y VF Agencia Literaria, 2020; segunda edición en eBook). Twitter: @irmagallo