Columna de Raquel Castro: “El otaku cero”
Cuando yo era morra y no existía internet, el Oriente era, para mí, exótico y misterioso. En mi entorno inmediato no había mangas ni se conocía el concepto de anime—las animaciones japonesas que nos llegaban se llamaban simplemente caricaturas y se parecían más a las telenovelas que a Hora de aventura o Steven Universe. Es más: la primera vez que me llevaron a comer sushi tenía ya diecisiete años, y tardé bastante más en ir a un restaurante coreano o a uno vietnamita. Se los juro, así era la vida antes de la globalización.
A lo mejor por eso me impactó tanto Kwaidan, de Lafcadio Hearn. Desde el título, que sonaba oriental, pero cuyo significado me era desconocido hasta el nombre del autor, que me parecía angloparlante, pero que también podría ser de mis rumbos (con eso de que tengo un tío que se llama Biliulfo), era un volumen extraño para mí. Lo comencé a leer porque me lo habían recomendado mucho con el gancho: “a ti que te gustan los cuentos de horror…” —y que conste que fue antes de Ringu, esa novela (y película) de la que ya he hablado por aquí.
Kwaidan es una recopilación de historias tradicionales japonesas relacionadas con lo sobrenatural: alrededor de medio centenar de cuentos breves sobre fantasmas, demonios, maldiciones y supersticiones y es, en realidad, una selección de algunos de los muchísimos relatos sobre estos temas que Hearn puso en papel.
Debo confesar que cuando me dieron el libro yo arrugué la nariz y pensé que un tipo con ese nombre (mitad de tío mío y mitad de gringou) no podía ser una autoridad en la materia; pero ahora reconozco que eso fue puro prejuicio mío, porque resulta que Hearn no era el gringou del cliché, ése que sólo habla inglés y se pone nervioso cuando la gente a su alrededor usa otro idioma, o que cuando viaja sólo quiere ir a la hamburguesería más cercana, sea que esté turisteando en Mazatlán, Shangai o París.
No: para empezar, Lafcadio Hearn no era americano en absoluto: nació en Grecia, de padre irlandés y madre griega (lo que explica el nombre tan resonante) y se dedicó al periodismo hasta que uno de sus viajes lo llevó a Japón y, enamorado de la cultura de la isla, decidió quedarse. Se dedicó a dar clases de inglés y a hacer traducciones, se casó con la hija de un samurái y llegó a ser profesor de la Universidad Imperial de Tokio y a obtener la ciudadanía japonesa. De haber ocurrido en nuestros días habría un meme con la cara de Hearn y el texto “otaku nivel: japonés”. Pero esto sucedió mucho, mucho tiempo antes de que ser fan de la cultura japonesa fuera popular en Occidente (Hearn vivió de 1850 a 1904), y a lo mejor por eso sus traducciones de esos cuentos tradicionales fueron tan apreciadas de este lado del mundo: los seres aterradores que pueblan las leyendas de horror japonesas eran prácticamente desconocidos en Europa y América, por no hablar de la estructura de esos relatos, que nos los vuelve más inquietantes por tratarse de una forma de contar tan diferente a la que se usa por estas latitudes.
Lo más impresionante con Hearn es que su obra no ha envejecido ni tantito. A lo mejor es porque sus temas y personajes pertenecen al mundo mítico en el que el tiempo no importa, o quizá su enorme pasión por estas historias quedó atrapada en sus renglones. Lo comento porque entiendo que habrá quienes piensen que un libro de principios del siglo pasado o finales del antepasado debe ser de flojera total y absoluta; pero les aseguro que no es el caso. Es más, me atrevo a decir que la cosa va como sigue: si ustedes son fans de la cultura japonesa, sean otakus de hueso colorado o sólo simpatizantes, ¿no sería lo máximo leer a uno de los pioneros en poner las historias niponas en el interés de Occidente? Y, por el contrario, si ustedes son de los que tuercen la boca cada vez que ven a un fan de lo oriental y nomás no pueden entender por qué les gusta tanto, ¿no les gustaría asomarse a esas mentes llenas de ideogramas empezando por el paciente cero? Y todavía más: si les atrae la ondita japonesa y no saben por dónde empezar a hincarle el diente, ¿no les gustaría probar con las versiones que escribió al respecto uno de los primeros en estar metido en esos zapatos?
Por cierto, Hearn escribió además de varias colecciones de relatos, algunos libros de ensayos sobre la mitología japonesa, que también son buenísimos. Y como don Lafcadio murió hace más de cien años, su obra ya ha pasado al dominio público, por lo que puede encontrarse en diversas ediciones, desde algunas de bolsillo hasta otras de lujo; tanto en papel como en formato digital. Así que, ¡aprovechen!
MasCultura 13-mar-17