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El otro o la tormenta del azar*

“Mis queridos colegas […], el que abandonó su casa por inconformidad familiar fui yo y no el otro; el que tomó participación en las revueltas de Italia, de Grecia y de París, fui yo y no el otro; el que inició la revolución artística en México, fui yo y no el otro”. Con estas palabras el pintor, escritor y vulcanólogo, Dr. Atl, defendía su derecho a aceptar la membresía a El Colegio Nacional con el nombre que él mismo había elegido y no como Gerardo Murillo, como marcaría el protocolo legal.

Esta extravagante petición no representó impedimento alguno para que ese mismo día, el 5 de marzo de 1951, pasara a formar parte del grupo creado ocho años atrás. Durante esos años, Atl se había dedicado al estudio exhaustivo del volcán del Paricutín, lo que había concluido en la reciente publicación de su libro Cómo nace y crece un volcán, y  la amputación de una de sus piernas, consecuencia de sus viajes vulcanológicos. Sería miembro de El Colegio Nacional sólo un mes, antes de renunciar de manera definitiva; sería junto al economista Víctor Urquidi, ambos entre los únicos en hacerlo en la historia de la institución.

Lejos de haber renunciado, como se pudiera sospechar en un primer momento, por causas políticas o discusiones con sus compañeros, el Dr. Atl renunció por su fidelidad a las tormentas.

En su juventud, durante un viaje en barco de Nueva York a París, el pintor fue testigo de una terrible tempestad. Según su versión de los hechos, por poco se hunde la embarcación. “Tanta agua, caray, y yo aquí con este nombre”. Decidió entonces llamarse agua, en lengua náhuatl y evocación cacofónica del Atlántico, aquel océano de temporales inciertos al que había sobrevivido. Después, el poeta argentino Leopoldo Lugones le sugeriría anteceder a su nombre un título, doctor, por su grado en estudios de filosofía.

Por su correspondencia con El Colegio Nacional deducimos que Atl se siente orgulloso de su recién designación: “el cargo que se me confiere corona maravillosamente todos los esfuerzos que he hecho en mi vida”. Afirma su compromiso con su recién adquirida responsabilidad pedagógica y su emoción por la aventura intelectual de convivir con sus compañeros, a los que relata con gran entusiasmo lírico el origen de su nombre, y describe la naturaleza intempestiva de su propia personalidad.

¿Por qué renunciaría un mes después? Quizá por razón de su nombre.

“El que aceptáis ahora en la Casa de la mexicanidad, es el Dr. Atl, no al otro, porque ese otro, que ha desaparecido en una explosión de fuerza nuclear, no lo conoce nadie. […] Yo soy el Dr. Atl, porqué soy el Dr. Atl [sic]. Y todo lo bueno o malo que he hecho y que tenga cierto valor, lo hice yo, el Dr. Atl, autobautizado paganamente con el agua maravillosa de mi alegría de vivir ligeramente coloreada, a veces con la sangre de una herida”.

El pintor Diego Rivera y el físico Manuel Sandoval Vallarta sospechaban en la renuncia una decisión moral. Atl, impedido para trasladarse cotidianamente por su padecimiento en la pierna, habría decidido dimitir, según la versión de ambos integrantes de El Colegio, antes de verse en la disyuntiva de no poder cumplir a cabalidad sus obligaciones de cátedra libre y gratuita. Lo cierto es que después del incidente el Dr. Atl continúo trabajando de manera prolífica, incluso en actividades tan demandantes físicamente como sus aeropaisajes. Hasta donde podemos saber, después de eso no tuvo serios conflictos con los integrantes de El Colegio, y siempre guardó una respetuosa admiración por la institución.

Su renuncia: “mi dimisión […] es la consecuencia lógica de mi falta de espíritu de asimilación, de mi vida azarosa, sin finalidades, desorbitada, incapaz de someterse a una disciplina ni a discusiones amables […]. Mi lema ha sido siempre: ‘No llegues nunca al puerto’ […]. El Colegio Nacional era el puerto ideal para que yo hubiese podido anclar, pero ante su magnitud y su positiva seriedad, he sentido el temor de un pobre navegante que en un mísero barquichuelo tratase de atracar en un muelle de Nueva York. Vuelvo al Océano”.

Entusiasta de la incertidumbre, Atl decidió legar en su mes en El Colegio el testimonio de una renuncia cuya única deducción posible es la duda. Sería imposible definir claramente hoy sus razones como para sus contemporáneos lo fue entonces. Ante la reconstrucción de su breve travesía, el agua reafirma su identidad con forma de naufragio.

La única lección del Dr. Atl en El Colegio Nacional fue la del navegante iracundo: “sólo navegar es indispensable”. Quien elige un nuevo nombre aprende que a fuerza de una mitología propia, su camino será marcado por la voluntad caprichosa de los dioses. Mejor la incertidumbre, la tempestad y la locura, al retorno del otro. Yo es siempre la tormenta que no acaba.

*Agradezco al Dr. Hildebrando Jaimes y al Centro de Información del Colegio Nacional por facilitarme los citados documentos y la investigación del caso.

Por Fernando Martín Velazco

MasCultura 10-abril-17