Los malos también (di)sienten
Tal vez el cine, como ninguna otra forma de expresión artística, nos desafía a imaginar otras formas de existencia; recrea conflictos, pone a dialogar cuerpos y es capaz de generar emociones genuinas en sus espectadores.
El cine es un vehículo eficaz y masivo de representación de mundos posibles, por eso también es terreno de lo político. La industria en torno a las películas de superhéroes ha crecido sin descanso en las últimas décadas, y una de las razones que ha impulsado este auge es lo mucho que el espectador disfruta de la fórmula: el género materializa la oposición entre el bien, encarnado en un sujeto con capa (o el accesorio y el poder que el lector guste), y el mal, personificado por un individuo alienado que representa un peligro para la sociedad.
También se refuerza el triunfo de dicho bien (occidental, blanco, capitalista y, ya que estamos enlistando, masculino) sobre el mal, representado de forma chafa con personajes a lo tonto malvados. A veces se olvida que la clave para construir un buen villano está en sus motivaciones y que éstas son en esencia ideológicas.
Las grandes productoras detrás de estas películas insisten en mostrarnos villanos mal logrados, antagonistas sin ningún trasfondo que son más bien un débil pretexto para lucir al héroe. Por fortuna, hay excepciones; la mejor y más grande, el Joker, pero también están Magneto y, en menor medida, el hermano feo de Thor, Loki. ¿Acaso no son villanos así los mayores disidentes en estas historias? Pero, ¿qué implica ser un disidente dentro de la pantalla grande? No es difícil visualizar a una mujer u hombre avanzando contracorriente.
El encuadre más obvio: una figura humanoide oponiendo resistencia contra un mar de cuerpos que avanza en sentido contrario. Un individuo literalmente ahogado por su entorno que, no obstante, avanza. El disidente es aquel que expresa su desacuerdo hacia un estilo de vida, una ideología política, el status quo, la religión, o cualquier otra dinámica hegemónica.
En ese sentido los villanos son disidentes, sí, pero también son criminales (su plano ideológico es llevado a un extremo moralmente reprobable en la práctica) y esto no puede ni debe ser dejado de lado. La disidencia es necesaria en la vida política. Cuando un punto de vista es cuestionado, se acumulan voces alternativas al discurso oficial que lo ponen en crisis. También por eso no es descabellado afirmar que un villano, al menos uno bien construido, plantea una forma distinta de ver y pensar el mundo.
Me remito a una de las mejores escenas —aunque elegir sólo una no es fácil— de Batman: The Dark Knight, aquella película de Christopher Nolan que en el 2008 nos hizo replantearnos el género de superhéroes. En ésta el Joker, ese personaje que quiere ver el mundo arder, ha amenazado con dinamitar un hospital como parte de un juego de poder para encontrar a Batman y castigar a quienes luchan contra el crimen organizado. Mientras tanto, el fiscal de distrito Harvey Dent yace en una camilla (luego de haber sido víctima de una de las tretas del villano, el fiscal queda completamente deformado de la mitad izquierda de la cara), ahí un Joker inolvidable vestido de enfermera lo visita.
Este diálogo es fundamental no por lo que gana el Joker en el juego del gato y el ratón, sino por la caída, dramá- tica y definitiva, del héroe público de ciudad Gótica. El nacimiento de Dos Caras es una ventana a las formas de disidencia más potentes de la película: la de Joker, quien desconoce desde siempre al sistema; y la de Harvey Dent que surge del dolor de haber perdido a su novia, Rachel Dawes, y de la desilusión de haber fracasado en su objetivo mesiánico de restablecer la justicia en una ciudad que no puede dejar de ser corrupta. Antes de despedirse, el Joker le dice a un Dent que literalmente se retuerce en el lecho: “Instaura una pequeña anarquía, altera el orden establecido y comenzará a reinar el caos.
Soy un agente del caos, ¿y sabes qué tiene el caos? Que es justo”. Lo mismo sucede con Magneto; un personaje de claroscuros que cuesta trabajo contar en el bando de los malos. Sabemos que Charles Xavier y Magneto son amigos y tienen un pasado en común.
También conocemos la postura de Magneto ante el rechazo humano hacia los mutantes. Xavier cree en la convivencia, Magneto en la salvación de los suyos a cualquier costo, por eso se posiciona en First Class (Matthew Vaughn, 2011): “He estado a la merced de hombres que cumplían órdenes. Nunca más”. Con lo que alude a su paso por los campos de concetración nazis donde perdió a su familia. Cuando vemos películas de superhéroes por lo general fallamos en contextualizar (en intentar imaginar al menos) el porqué de la disidencia de sus villanos —quiénes más alienados por un sistema, quiénes más politizados que aquellos que reniegan de la política misma—; con esto no intento hacer una apología: las acciones de estos personajes cobran vidas y siembran terror. Aun así es interesante preguntarse cómo el cine puede plantear un escenario donde el orden dado y aceptado de las cosas se disloca y es puesto en duda.
La experiencia cinematográfica entrega a los espectadores un espacio en el que son reveladas algunas de las posibilidades de esa disidencia. Tal vez sólo por eso valga la pena defender nuestro derecho a los villanos que también (di)sienten.
Por Paulina del Collado
MasCultura 24-abril-17