René Magritte (Bruselas, 1898-1967) encontró al surrealismo de manera inesperada, cuando un amigo le enseñó una reproducción de la obra de Giorgio de Chirico, “Can- ción de amor” (actualmente en el MoMA), en 1914. Tal obra lo inspiró tanto que más tarde dijo: “Mis ojos vieron el pensamiento por primera vez”. Posteriormente profundizó en sus experimentos previos de escritura y pintura, influidos por las ideas de Marx y Freud, donde exploraba la liberación del pensamiento y abrazaba la poesía irracional a través de la disrupción, pues creía que el mundo había perdido la razón.
Los escritos y poesía de su compatriota Paul Nougé -cuyos diarios de Correspondencias (Belgian Francophone Library) comenzaron a circular en 1924 en París, el mismo año en que André Bretón fundara el movimiento surrealista y publicara La revolución surrealista– lo incitaron a buscarle para comenzar una relación colaborativa que sentó las bases políticas del grupo surrealista belga. La amistad y constantes colaboraciones entre los escritores belgas y otros compañeros franceses fortalecieron el movimiento surrealista en Europa.
En materia de su obra, el suicidio de su madre (cuando él tenía 14 años) es un tema recurrente simbolizado por el uso de telas sobre los rostros, a manera de máscaras, pues así fue encontrada tras ahogarse en un río: con su camisón cubriéndole el rostro. Su inspiración primaria era la destrucción de los convencionalismos: romper lo conocido.
Tuvo su primera exhibición en Bruselas en 1927, cuando comenzaba a jugar con los temas de la violencia y la sexualidad. Para Magritte, el pensamiento era más importante que otra cosa: “Para mí una reproducción es suficiente. Como en la literatura, no necesitas ver el manuscrito original del escritor para estar interesado en el libro.”
Consideraba sus obras un trabajo filosófico en lugar de objetos preciados: “El arte de pintar es un arte de pensar. Pintar es darle vida a mis pensamientos. Pienso en imágenes, no en poemas ni en novelas”. Paul Nougé comentaba que Magritte vivía en “una constante meditación crítica sobre la relación entre el mundo y el hombre”.
Cuando era joven intentó escribir novelas detectivescas, usando el seudónimo de Renghis. Aunque no logró consagrarse como novelista sí escribió ensayos, poesía, guiones cinematográficos, entrevistas, memorias, reseñas, manifiestos, aforismos, panfletos y continuó siendo un gran lector a lo largo de su vida. De hecho, muchos de los títulos de sus obras corresponden a libros famosos como Las flores del mal(Cátedra), de Baudelaire; Alicia en el País de las Maravillas (FCE) y la novela de Edgar Allan Poe, El dominio de Arnheim. Su admiración por personajes como Fantomas, Nat Pinkerton y Nick Carter, explican su deseo de representar la realidad con la verdad empírica: “El misterio no es una de las posibilidades de la realidad. Misterio es lo que es absolutamente necesario para que exista la realidad.”
En 1929 se mudó a París y conoció a André Bretón, quien inmediatamente lo hizo miembro oficial del círculo íntimo surrealista. Su relación fue breve debido a una tremenda disputa: en una reunión donde también estaba Luis Buñuel, la esposa de Magritte portó una cruz en el cuello y le pareció a Bretón una descarada provocación. Magritte defendió a su esposa, se retiró de la fiesta y se convirtió en un artista independiente, apartado de las reglas del grupo. Determinó sus propios principios, fuera de cualquier corriente. “La palabra surrealismo no significa nada para mí. Igual que la palabra Dios: son términos que sirven para resumir o deshacerse de una preocupación”.
Pintar para leer |
La manera en que Magritte pintaba era muy extraña, no tenía un estudio y trabajaba enfundado en un traje sastre en una estancia pequeña. Pintaba de manera ordenada e invitaba a sus amigos surrealistas para ver a quién se le ocurrirían los títulos más absurdos para sus últimas pinturas. Su representación del hombre de negocios, con una manzana como rostro, busca ser chocante, crear una imagen irracional para cuestionar el orden de las ideas y la veracidad de la realidad.
El constante empeño de Magritte era trabajar la relación entre la lógica, lo paradójico, la contradicción y lo onírico, e insultar los valores racionales de la existencia diaria. Un hombre que luchaba por el bienestar social pero que se convirtió en burgués. Tan contradictorio que también encontraba aburrido pintar, dedicar horas y horas para plas- mar algo que visualizó en segundos.
El compromiso de Magritte con el marxismo influyó en gran medida el movimiento surrealista. Lo demostró en una lectura pública del ensayo Life line que escribió en 1938: “Conocí a los surrealistas que de manera violenta demostraron su disgusto con la sociedad burguesa, sus demandas revolucionarias las hicimos nuestras, nos unimos al servicio revolucionario proletario”. En 1939 coescribió con Louis Scutenaire“El contrato de arte burgués”, denunciando la hipocresía capitalista que negaba la disparidad y la injusticia social: “Para mí, el arte consiste en expresar placeres y encanto. Antes de la guerra mi trabajo reflejaba ansiedad. Al conocer el conflicto y el sufrimiento de la guerra, lo que más me importa es celebrar el gozo para la mente y para los ojos. Es mucho más fácil aterrorizar que encantar. Vivo en un mundo poco placentero por la fealdad de su rutina. Por eso mi pintura es una batalla, una contraofensiva. El mundo es tan extraño, ¿alguna vez podremos conocerlo completamente?”.
Curiosamente, los norteamericanos conocieron su obra a través de la publicidad que usaba la Ford Motor Company. En aquel país su primera exposición fue en 1936 y la primera crítica que obtuvo fue dura. Sólo compraron una obra, pues consideraban que no tenía la capacidad para crear una intriga psicológica, como Salvador Dalí.
La obra de Magritte mostraba consistencia y su fama comenzó a crecer en Europa, teniendo su primera retrospectiva en el Museo de Arte Moderno de Bélgica, en 1954.
Hacia 1965, el MoMA de Nueva York montó una retrospectiva que lo describía como un pionero del arte conceptual. Aquella exposición fue visitada por los creadores del siguiente movimiento contundente: Andy Warhol, Jasper Johns y Robert Rauschenberg, cuyos hombros sostendrían al Arte Pop.
De palabras |
Los textos de Magritte eran argumentativos y críticos: mostraban su decepción por ciertos momentos fallidos de la filosofía, ya que consideraba que las estructuras lingüísticas eran arbitrarias y podrían llevar a una incomprensión mayor. Prefería la literatura con sus metas para el encantamiento, a través de la poesía y el misterio. Se planteó los mismos problemas que suscita la representación de la realidad anhelada por el arte. De su serie denominada “La traición de las imágenes”, la obra más famosa por su inscripción es Ceci n’est pas une pipe, que significa «Esto no es una pipa». Este cuadro incitó al espectador a cuestionar qué es más veraz, ¿la representación del objeto o la palabra que lo niega? Una pipa platónica, ya que ambas sólo son maneras de representar algo.
Su preocupación por el uso de la palabra continuó siendo un hilo conductor a lo largo de su trabajo. No fue un pintor sino una figura literaria que vislumbraba las ambigüedades que pueden surgir al agru- par objetos familiares y palabras puestas en contex- tos inesperados. Todos los elementos en la pintura de Magritte están representados de manera realista, sin distorsión ni exageración, pero es la correlación entre los elementos realistas y surrealistas la que ex- presa su irracionalidad perturbadora. Su obra interroga la propia naturaleza del arte. Para entenderla se requiere la libertad del poeta, aquel que sabe que las palabras pueden describir lo que los ojos ven, aunque el silencio tendría más exactitud.
*Información obtenida de: Morris, Desmond. La vida de los surrealistas, BLUME. Rooney, Kathleen (ed.). René Magritte. Selected Wri- tings, University of Minnesota Press.
Este articulo fue publicado originalmente en Revista Lee+ número 110. Pueden encontrar su versión física en Librerías Gandhi de todo el país y su versión digital en el siguiente enlace.