LA MOSCA. Una incomprendida historia de amor

La historia de Romeo y Julieta, esa aproximación tan realista a las relaciones sentimentales y al mismo tiempo maravillosa metáfora de tantos vicios y tantas virtudes humanas, es universalmente conocida. Muchos de nosotros, incluso, hemos vivido algo semejante; por eso extraña que una historia de amor semejante dirigida por David Cronenberg sea tachada como una simple historia de ciencia ficción barata.

La adaptación de Cronenberg al clásico de Kurt Neumann (The Fly, 1958) sí es una aproximación a la ciencia ficción que apunta y acusa el endiosamiento de la ciencia, ese enfoque que nos recuerda que Prometeo pagó caro el pecado de robarle el fuego (la sabiduría) a los dioses; un análisis que otras historias como Frankenstein (contando con sus adaptaciones al cine) han plasmado más, digamos, poéticamente. Pero La Mosca de los ochenta también es, si la revisamos con un poco más de afecto, una historia de amor imposible, un monumento a la imposibilidad de la felicidad. Todo ello expuesto en la pantalla con el estilo de uno de los directores más raros, extravagantes, y excéntricos de fines del siglo XX, con un aire casi irreverente, muy poco cariñoso, violento incluso.

Y a pesar de todo, la historia del científico obsesionado con la tele-transportación —dispuesto a probar con su propio cuerpo lo efectivo de su invento—, atrapado en los juegos de la casualidad y sus consecuencias (la mosca tele-transportada junto con él), puesta en manos de Cronenberg, es la historia de una pareja que lucha hasta donde puede por permanecer unida.

Más allá de la atracción física, mucho más allá de la admiración y de la identificación, debajo de litros de fluidos digestivos que él tiene que vomitar para poder alimentarse frente a ella, al lado del asco perdido a un ser al que se considera deforme, ante la imposibilidad física e instintiva de él para reproducirse con su antigua pareja, hay un amor entre los personajes que me atrevería a calificar de conmovedor.

El científico (Jeff Goldblum) cambia de cuerpo y de mente frente a su novia (Geena Davis); poco a poco se va convirtiendo en mosca, pero dentro de su cerebro disminuido, a través de sus ahora cientos de ojos la sigue viendo como algo que lo motivó a ser el mejor científico de su época: el Prometeo que paga su atrevimiento con una tortura interminable, amar a su pareja y al mismo tiempo darse cuenta que jamás será feliz.

La mosca de David Cronenberg en Gandhi

Por: Erick Estrada www.cinegarage.com