TORO SALVAJE, el personaje más complejo de Martin Scorsese

El retrato de un hombre requiere muchos puntos de vista y si alguien sabe de eso es el maestro Martin Scorsese. Así, mirando a sus personajes desde todos los ángulos posibles armó incluso el retrato de Jesucristo en su versión cinematográfica para la novela de Nikos Kazantsakis. Y sin embargo, es probable que de todos los retratos que podemos anotarle (el del héroe de guerra incomprendido, el del Buda infantil, el de Nueva York que arma y reagrupa cada vez que filma en esa ciudad), el más complejo sea el de Jake LaMotta de Toro Salvaje, campeón de box y atormentado ser humano preso de su época y de sus pasiones.

Sabiendo eso no extraña nada que Toro salvaje, la película en cuestión, haya sido filmada en blanco y negro, en el contraste bendito del cine en el que los grises a fuerza de bailar en la pantalla se apoderan del encuadre: los matices, las sombras, el movimiento con estela. ¿Por qué? Porque lo que le interesaba a Scorsese era dejar que los matices de personajes tan complejos como los de esta película se dejaran ver y se sintieran todos, saliendo del encasillamiento que la masa hace del personaje del boxeador, el bruto que solamente sabe hacer una cosa: no caer.

En esos matices, en esas sombras, Scorsese desmenuza la compleja situación de un hombre al que se le ha enseñado a ser un macho, a sobrevivir a base de sangre, a salir vivo de las calles que en esos años eran quizá igual de sanguinarias que las nuestras. Con movimientos de cámara brutales y atrevidos, con las sombras deslizándose en la pantalla, con gritos y susurros, Scorsese evidencia también que ese mundo de esplendor y de bonanza exige pagos y que esos pagos no son sencillos de realizar. Jake La Motta queda entonces como el sufridor máximo, la ofrenda humana por excelencia que sabe que la única manera de ganar en el sistema es tomar todos los golpes que te lance, la paradoja del éxito.

Jake LaMotta sangra de todos lados en este retrato. Sangra su orgullo, sangra su boca sedienta del éxito que necesita el hijo de inmigrantes para valorarse a sí mismo; sangra el rostro de sus amigos, incapaces de ver el otro lado de su persona; sangra su inocencia violenta, la que no lo deja ver un camino mejor; sangran sus ojos ante los fantasmas de la fama; y sangra su corazón, agobiado por no entender el éxito ni el proceso que lo llevó hasta él, un éxito que también sangra manchando de negro los trajes de seda y los televisores nuevos.

Así es Toro salvaje de Martin Scorsese.

Por: Erick Estrada www.cinegarage.com

Mascultura 17-Nov-11