SHORTBUS: Tu última parada. Basta una mirada para dejar caer las ropas y comenzar el juego sexual

El cine de John Cameron Mitchell tiene algo de surrealista. Son las atmósferas, sus saltos en el espacio, los personajes que de tan reales parecen de otra dimensión. A veces creemos saber lo que piensan, como cuando uno sueña a alguien y sabe qué opina de nosotros, aunque nunca lo hayamos visto en ese o en otro sueño, ya no hablemos del mundo tangible.

Quizá por eso no extrañe la decisión igualmente surrealista de tener Tu última parada (o Shortbus como se le conoce mundialmente a esta película) en la sección Cine Erótico de Gandhi. Desde niño, la idea que tengo de cine erótico es una mezcla tan rara como ociosa, pero en un mundo más acorde con mis desvaríos Shortbus nunca tendría lugar en ese estante. Y sin embargo, tampoco es una decisión equivocada.

En Shortbus, John Cameron Mitchell se ocupa, como probablemente nunca en el resto de su muy joven filmografía, de la sexualidad de sus personajes. No cualquiera abre una narración con una autofelación. John Cameron Mitchell se acerca con esa introducción al espíritu festivo y jovial del cine erótico de Pasolini, en el que bastaba una mirada para dejar caer las ropas y comenzar el juego sexual. Pero en la exploración de la sexualidad de sus personajes, es más un cronista del Nueva York más liberal, aunque ese espíritu libertario deba esconderse tácitamente.

Shortbus es una especie de centro nocturno al que nos dejan entrar por ser amigos del amigo, y ahí nos damos cuenta que la exploración es tan natural al humano como las escamas al pez. En Shortbus (el club y la película) esa exploración está dedicada al sexo, a la explosión de felicidad del orgasmo, a la aceptación de las limitaciones y la búsqueda de otras habilidades. Sexo en el sentido más abierto y desenfadado, en el que los terapeutas conviven con los pacientes y Yo La Tengo toca en el minúsculo escenario del bar subterráneo.

El sexo es también el cimiento de las posturas políticas, una expresión estética y un vehículo de reconciliación. Ahí donde muchos ven la enfermedad (y pienso en sexólogos de muy poca monta que usan a Freud donde un buen masaje sería la solución), John Cameron Mitchel hace que sus personajes ejerciten la medicina que es el sexo. Eso convierte a Shortbus una especie de libro sin lecciones pero lleno de anécdotas, un texto sin palabras pero atiborrado de dibujos.

No hay una historia definida, no hay un héroe ni un antagonista. Es el olor de la libertad sexual que contamina al de otras —la de pensamiento, la de decisión, la política, la libertad total— el que nos conduce de un extremo al otro de la película. Por esa razón resulta complejo describirla pero, se los aseguro, es muy sencillo disfrutarla. En dos segundos podrán leer el pensamiento de estos personajes dignos de un zoológico humano, pero tan elementales que parecerá que ya habían soñado con ellos.

Por: Erick Estrada www.cinegarage.com

Mascultura 09-Dic-11