¿Quién mató al perro?

Un extraño pueblo recibe a un investigador que está a la pista de un crimen que se cometió hace tiempo. Los huesos de un hombre parecen haber sido descubiertos, enterrados en su propiedad, pero otros dicen que no se trata de los huesos del hombre sino de su perro.

En este peculiar escenario el investigador tratará de entrevistar a su población, hombres y mujeres renuentes a contar la verdad, pero ávidos de contar todo aquello que creen saber. Tres Piedras, un pueblo en el que, como bien dice uno de sus personajes: “Los chismes son el alimento de la gente, si no desde cuándo nos hubiéramos muerto, porque comer comer, lo que es comer como Dios manda, eso no lo sabemos”.

"Nos imputaron la muerte del perro de enfrente", de Alejandro Hernández, es una historia plagada de humor y de nostalgia, de abandono y de consuelo, en esta pasa de todo y al mismo tiempo no pasa nada. Mientras el investigador intenta resolver qué sucedió y a quién pertenecen los huesos, encontramos el relato de los hermanos Esteban y Efraín Olmedo, dos almas también abandonadas desde su nacimiento; estos serán los principales sospechosos, aquellos repudiados por todos, incluso por su única amiga y amor, Victoria San Lucero; dirá uno de ellos al ser acusado: “Pero lo que se me hizo más triste, lo que me dolió hasta el fondo del alma, fue cuando más allá de todo el gentío descubrí la figurita de miel de Victoria San Lucero”.

Llena de enredos, “Claro que algo que se cuenta más de una vez se va haciendo grande grande. Si empezó con un suspiro acaba con un grito”, publicada por primera vez en 1988 y galardonada por la Enciclopedia Británica como la mejor novela mexicana editada en ese año, es posible que le recuerde al lector aquellas voces de los personajes de Juan Rulfo en "El Llano en llamas" o en "Pedro Páramo", voces dolientes. De esta manera los personajes de Hernández nos harán sentir que leemos, y escuchamos, efectivamente las voz de un pueblo inmerso en la miseria, en el que sólo el recuerdo y la transmisión de éste, veraz o no, los mantiene vivos.

En esta historia, el lector será a la vez el investigador, pues le generará la sensación de que algún día resolverá el misterio de quién mató a quién y de quién son los huesos, pero también impotencia ante los relatos que cifran la información: “Algún día lo voy a encontrar, aunque no sé para qué. Mi asunto es otro, y me estoy dejando llevar por los ardides de esta gente. Me tienen prendido de sus voces horas enteras y luego me doy cuenta de que estoy igual, que sé tanto como cuando llegué”.

De esta manera tenemos un crimen contado desde diversas voces y, claro está, perspectivas, en las que pareciera que lo menos importante es resolver el problema, sino entender sus causas. Alejandro Hernández con un humor agudo exhibe así la vida de los pobladores de Tres Piedras, crédulos, trabajadores, chismosos, etcétera, y en cada una de ellos una anécdota aún más extraña que el propio pueblo, como la de la mujer que manda hacer su cajón para tenerlo listo el día que muera, o la de la hija muerta y enterrada que tal vez esté viva. El lector se congratulará de que "Nos imputaron la muerte del perro de enfrente" haya resucitado como los personajes que la habitan.


-Nos imputaron la muerte del perro de enfrente, Alejandro Hernández, México, Planeta, 2014, 278 pp.

Por Perla Holguín Pérez

Mascultura 23-Mar-15