Fragmentos descarnados; EL COLECCIONISTA DE HUESOS, de Jeffery Deaver

Llega un momento –en la vida de muchos– cuando uno deja de temerle a aquellas historias de fantasmas y monstruos que salen de la coladera o cobran vida por hechizos de magia –de oscura y dudosa procedencia–, para comenzar a fijarse en las personas que muchas veces caminan a nuestro lado. Ladrones, asesinos, psicópatas. Pensar que alguien como nosotros, incluso, de nuestra propia comunidad pueda atentar contra nuestra integridad es algo que nos estremece constantemente. En la calle, en nuestra casa o en el transporte público.

Y dicen por ahí que pocos son los que denuncian los crímenes, pues es sabido que, de nuestro sistema judicial, no llegarán –y si llegan es para la mordida– los heroicos policías, detectives y criminólogos que desfilan en CSI o en La Ley y el Orden. Tampoco podríamos esperar a personajes como Lincoln Rhyme y no lo digo por el desafortunado accidente que lo dejó inmovilizado, sino por las mismas razones. “El coleccionista de huesos” (Umbriel Editores, 2013), de Jeffery Deaver, nos pone frente a un caso con el que no quisiéramos lidiar, ni siquiera el gran detective Lincoln, pues en su trágico estado, únicamente piensa con finalizar su vida.

Amelia Sachs, la guapa policía, es quien halla a la primera víctima: un hombre enterrado cuya mano sobresalía de su tumba en vertical, cerca de las vías por donde transitan locomotoras. De uno de sus dedos descarnados colgaba un anillo. Esa noche, sin imaginarlo, la joven policía agobiada por la artritis, iniciaría una extenuante búsqueda, al lado de Lincoln Rhyme, para encontrar a un asesino catalogado en dicho caso como SNI (Sujeto No Identificado) 823.

“El coleccionista de huesos” es una novela donde la inteligencia es desafiada. ¿Qué creen que pretenda un delincuente al dejar pistas junto a sus víctimas para que descubran su siguiente movimiento? Es, posiblemente, el deseo por involucrar a todos en su retorcido juego. ¿Cómo se sentirían –y qué harían– si tuvieran la posibilidad de salvar a una persona de un asesino y, sin embargo, fueran breves minutos los que hicieran la diferencia entre la vida y la muerte? Porque suele ser así, ¿no creen? Nuestras decisiones pueden cambiar cualquier cosa en tan sólo segundos.

Jeffery Deaver nos enfrenta a un individuo que disfruta de sus atroces crímenes, a una de esas personas con las que no queremos cruzarnos nunca, porque el día que sucede se experimenta un miedo genuino, como el del pobre anciano que subió al carro del Coleccionista para ir al hospital y fue secuestrado; como el de la joven Monelle Gerger al ser abandonada con una puñalada profunda, a su suerte, en medio de decenas de ratas hambrientas; como el suyo, quizá, al haber escuchado en aquella ocasión las detonaciones de plomo en un microbús, afuera de su casa exigiéndoles dinero o las llaves del carro o con la amenaza de entregar dinero y celular, para después tener que subirse a un taxi que se perdería en el horizonte. Esa es, quizá, la complicidad a la que nos entrega el autor con “El coleccionista de huesos”, el del miedo, la preocupación y la impotencia. Mejor, andarse –y leer– con cuidado.

Por: Rolando Ramiro Vázquez Mendoza.

Imagen: Portada del libro “El coleccionista de huesos”, de Jeffery Deaver.
Mascultura 20-Sep-13