La muerte nunca pasa de moda

Existen ciertos protocolos sociales que no distinguen edad, sexo o religión. Usar ropa negra como señal de luto es uno de ellos. Dado que nadie nos enseña cómo reaccionar, qué decir o qué no preguntar cuando un ser querido fallece, cada quien maneja esta dolorosa situación a su propia manera. Mientras algunas personas se sumen en una profunda depresión otras tienen que guardarse el dolor y continuar con su vida, pero William Bellman, protagonista de “El hombre que perseguía al tiempo” no entra en ninguna de estas categorías.

Después del gran éxito obtenido con “El cuento número trece”, la escritora Diane Setterfield tenía un gran peso sobre sus hombros: crear una historia mejor o igual de extraordinaria que su libro debut. La hazaña era difícil, tanto sus seguidores como la crítica literaria estaba a la expectativa de su siguiente publicación, pero después de siete años la autora británica volvió a sorprender a todos con su segunda novela.

Estructurada en tres partes y con ciertos tintes de fábula, la historia nos introduce a Londres y sus suburbios en plena época victoriana. Ahí somos testigos de como una simple travesura de niños se convierte en un hecho crucial que marcará la vida de Will Bellman. Así pues, William crece para convertirse en un hombre trabajador, astuto y muy atractivo, quien en un principio parece que todo le sale bien: su trabajo en la fábrica de su abuelo es ejemplar, se divierte con sus amigos y tiene una sólida relación con su familia e hijos, pero todo cambia a raíz de una epidemia de tifus que cobrará la vida de sus seres más queridos.

Paralelamente a la historia de Will, la autora nos da una pequeña cátedra sobre cómo los grajos, pequeñas aves muy parecidas a los cuervos, son mucho más interesantes de lo que pensamos. Comenzando por su excelsa negrura, los grajos están superdotados para la supervivencia, son resistentes, viven como quieren, lo saben todo y no olvidan nada. Pero sobre todo, son sus necesidades nutritivas las que los distinguen de otras aves, pues se alimentan de los muertos, tal como William Bellman, que gracias a los consejos de un enigmático personaje clave en la novela, abre una tienda especializada en vestuario y objetos para enfrentar el duelo de los difuntos. La idea es novedosa, aunque resulta algo macabro lucrar con la muerte, el negocio llamado Bellman & Black se convierte en un hit para la sociedad londinense. Considerando que la necesidad de consuelo es la misma en todos lados, la tienda no se da abasto con sus millonarias ventas ocasionando que poco a poco Will se convierta en un adicto al trabajo.

Pero entre cuentas, pagos, juntas, supervisiones, contratos, estrategias y demás tareas empresariales, Bellman comete el error de sacrificar su vida por el exceso de trabajo. Por consiguiente descuida a su única hija que le sobrevive, su salud se debilita y vive a la espera de una cuenta pendiente.

“El hombre que perseguía al tiempo” nos enseña que todo es cuestión de tiempo, tarde o temprano cualquier historia llegará a su fin. Porque finalmente el tiempo vuela, cual grajo en el horizonte, y no hay manera de evitarlo o al menos eso es lo que Diane Setterfield intenta demostrar con esta novela.

– “El hombre que perseguía al tiempo”, Diane Setterfield, Editorial Lumen, 2014.

Por Orianna Martínez

Mascultura 17-Jun-14