La fama y sus veleidades

Hace mucho tiempo conocí a un rockero que entonces era muy famoso. De hecho, me lo presentó un amigo mutuo que, en esa época, era famosillo también. Recuerdo perfectamente que me dijo: “Raquel, voy a presentarte a X, así que piensa algo inteligente qué decirle”. Yo pensé y pensé y, por supuesto, no se me ocurrió nada inteligente, así que terminé diciendo: “Hola, mucho gusto”, y luego de una media hora: “Adiós”. Creo que el entonces famoso rockero no se acuerda de mí ni de mi lamentable torpeza social (que, por cierto, sigue siendo una de mis características notables), porque hace poco coincidimos en una reunión y platicamos un rato. Esta vez él resultó tan poco interesante como yo, y ahora que lo pienso, no acabo de entender por qué me puse tan nerviosa aquella vez. Supongo que la fama vestía al cuate éste de misterio y sofisticación y que, para colmo, la presión de mi amigo fue paralizante. Sin embargo, lo que más me sorprende es que, aunque todos sabemos —o intuimos— que la fama va y viene y que no es una característica que realmente nos defina como personas, es fácil que nos seduzca: muchos quieren cortejarla, atraerla, conservarla, sea una fama propia o de una persona cercana. Y entonces, de pronto, nos topamos con alguien que la tuvo y la dejó escapar, o peor, que renunció a ella, y entonces no entendemos nada.

De eso, entre otras cosas, trata Chicas en la luna, una novela de Janet McNally publicada por Editorial Océano. La protagonista, Phoebe, es una chica de diecisiete años que tiene encima una carga complicada: es hija de una mítica pareja del rock, Kieran y Meg Ferris, que tuvieron una banda casi tan importante como Nirvana pero que se separaron —como pareja y como banda— cuando Phoebe era pequeña. Para colmo, la hermana de Phoebe, Luna, acaba de desertar de la universidad para dedicarse también a la música, y le está yendo bastante bien: es muy probable que pronto ella también sea una estrella.

¿Suena ideal? Sí, claro. Y a la vez no. Phoebe no sabe por qué su madre rehúye a sus fans y hasta finge, cuando puede, que no es la otrora famosa cantante; tampoco sabe por qué su padre prefirió a sus fans que a su familia y cortó el contacto con ellas de tajo hace tres años; y, sobre todo, necesita saber cuál es su lugar en el mundo, más allá de los logros, talentos e infiernitos privados de su padre, su madre y hermana. Por si fuera poco, al mismo tiempo tiene que lidiar con sus propios problemas: su mejor amiga de toda la vida está enojada con ella y hay un chico que le gusta, pero que quizá no debería gustarle.

La novela es divertida, está llena de referencias musicales, de personajes y situaciones memorables. A lo mejor, la próxima vez que me digan: “te voy a presentar a un famoso, piensa algo inteligente qué decirle”, podría hacerle una reseña de Chicas en la luna y así salir airosa del problema.

@raxxie

MasCultura 23-jun-17