Los otros oficios de los grandes compositores

En la música de concierto hay apellidos que, si bien hoy asociamos con grandes composiciones y con el mundo del arte, en su época -o en sus inicios- debido a múltiples circunstancias no tuvieron una posición económica desahogada que les permitiera vivir exclusivamente de su trabajo como compositores, o bien que por decisión propia se desenvolvieron en otras actividades a la par de la música.

Los grandes hombres de la música eran también personas –en ocasiones con familias- que tenían que buscar otros oficios que les procuraran los medios de supervivencia; no todos tuvieron mecenas ni patrocinadores como en el conocido caso de W.A. Mozart o de Franz Joseph Haydn, y tampoco provenían de familias de grandes fortunas, como los hermanos Mendelssohn Bartoldi, nacidos en una familia judío alemana de banqueros. Conocer los otros trabajos de estos compositores nos permite adentrarnos en un aspecto más terrenal de sus vidas.

Philip Glass (Baltimore, 1937) raras veces concede entrevistas. Y no porque el compositor tenga mal genio, sino porque prefiere trabajar. Puede pasarse ocho, diez, doce horas encerrado en su estudio componiendo. Con 81 años, es uno de los más afamados compositores estadounidenses en activo, pero no siempre fue de esta manera.

En el año de 1976, cuando se estrenó la película Taxi Driver de Martin Scorcese, Glass conducía un taxi en Nueva York. Tres o cuatro días a la semana asistía al Dover Garage de Greenwich Village, que entonces daba de comer a toda una flota de artistas incipientes. Fue fontanero, obrero en una fábrica de acero, asistente de una galería de arte y cargador en una compañía de mudanzas, hasta que a los 42 años decidió dedicarse por completo a la música. Ninguna beca, dice en una entrevista, le habría proporcionado las dosis de inspiración que le procuraron sus días al volante. “Con el taxi llegué a sitios que no pensé que existieran y a los que no he conseguido volver…”.

La casualidad –o el destino– quiso que en 1997 el mismo Scorsese le llamara para componer la banda sonora de Kundun, a partir de la cual despuntaría su fama como compositor. Entre sus composiciones destacan la banda sonora de The Hours (2002), sus Metamorfosis (1989) , su ópera Einstein on the Beach (1976) , así como su Concierto para violín y orquesta (1987). Glass es conocido por ser uno de los mayores exponentes del serialismo, corriente que ha dicho ha abandonado en pos de la libertad creativa.

El nombre de César Cui (Vilna 1835–1918) figura dentro de Los Cinco, una lista de compositores que se reunieron en San Petersburgo entre los años 1856 y 1870. Dicha agrupación se formó con el objetivo producir un tipo de música específica de Rusia, en lugar de imitar el estilo de la música europea que era la tradición dominante en la música orquestal.

Los orígenes de Cui son curiosos: venía de una familia de nobles y militares, ninguno de sus padres tenía al- gún interés en la música por lo que en 1850 enviaron a su hijo a San Petersburgo a estudiar ingeniería, carrera de la que se graduó con honores. Trabajó toda su vida como ingeniero y también escaló en la academia militar, hasta ser teniente general. En 1864, Cuí comenzó a escribir crítica musical, y se hizo conocido por su ferviente oposición a la música occidental. Mayormente autodidacta, y haciéndose amistades como Mily Valákirev o Modest Mussorgsky, fue un miembro destacado de Los Cinco que aportó a la música en la rama teórica con su primer libro que “describe la música rusa” y también en la rama práctica con composiciones como Orientale Op. 50 No. 9 (1893), o sus óperas El prisionero del Cáucaso (1857) o La hija del capitán (1911).

César Cui prácticamente ayudó a formar a toda una generación de compositores en su país, y escribió crí- tica musical hasta el final de sus días; por eso es un personaje imprescindible cuando se habla de música rusa.

El prolífico compositor mexicano Carlos Chávez (1899–1979) llegó a la redacción del periódico El Universalen 1924 con una serie de editoriales sobre música. Chávez dedicó sus páginas en este diario a filosofar sobre el arte o a fijar posturas políticas, así como para polemizar sobre sus colegas músicos –a Arnold Schoenberg lo llamó “germano cuadrado, con talento y sin genio, que hace música sin musicalidad”–, también escribió reseñas, fungió como corresponsal e incluso fue activista del arte popular y el arte indígena; habló sobre música, sobre literatura y sobre artes plásticas (textos sobre la poesía de López Velarde o el teatro de Shakespeare), y cuando lo hizo fue con lenguaje accesible para el público general, lo que está ligado a una de las ideas más constantes en su palabra escrita y en su labor fuera de la música: la lucha por la educación artística.

La importancia de Carlos Chávez, no sólo en la música nacional, sino como impulsor y representante del re- pertorio latinoamericano es indiscutible. En su catálogo de obras destacan la Sinfonía No. 2 India (1936), Es- pirales para violín y piano (1937), los 10 preludios para piano (1937) y el Concierto para piano (1938-1940).

Este texto fue escrito por Osiris Dominguez y se encuentra en el número 115 de Revista Lee+. Su versión física se encuentra disponible en todas las Librerías Gandhi de México y la versión digital la pueden disfrutar aquí.