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Memoria, desmemoriada, memorándum

Hay libros que inicia en el título y continúan más allá de la última página impresa, su historia se sigue contando por tiempo indefinido en los rostros de todas las personas con las que coincides en el camino. Tal es el caso de Las arrugas de la abuela (Andana Editorial), una invitación a la fiesta de cumpleaños de una risueña septuagenaria, cuya nieta más chica no le quita los ojos de encima; sabe que su abuela disfruta un montón ver a la familia reunida, pero todas esas líneas en su cara expresan algo más que simple alegría: de pronto parece un poco triste, una pizca sorprendida, un algo pensativa, ¡todo a la vez! Y de cierto modo es así, en la cara de la abuela están impresos los momentos más significativos de su historia de vida, es como una enciclopedia de aventuras singulares. ¿Podrá caber un recuerdo en una arruga tan pequeña? “¿Qué guardas aquí?”, pregunta la niña. “¿Y en esta otra?”

 

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Los libros de David McKee se pueden leer de frente o de cabeza, se pueden visitar muchas veces y en cada nueva lectura encontrar algo distinto. Seis hombres (Libros del Zorro Rojo), publicado por primera vez en 1972, no es la excepción. De hecho, el final de la historia puede cambiar de un día a otro, dependiendo del ánimo con el que lo leas. Habrá días en que le des la razón a Aldo Huxley con su célebre frase: “Quizá la más grande lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia”, y otros más en los que te levantes de mejor ánimo y, como el propio McKee sugiere, confíes en que los grandes autores de literatura infantil escriben para el adulto que el niño será un día y también para el niño que aún está en el adulto. Este libro relata el andar de seis hombres “que viajaban por el mundo buscando un lugar donde poder vivir y trabajar en paz”. Pero a medida que los seis hombres se fueron haciendo ricos, empezaron a volverse temerosos y desconfiados, formaron un ejército… y un día olvidaron lo que originalmente buscaban. Recordar es sencillo, mantener el recuerdo vivo en la memoria es el gran reto.

 

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Todo ser vivo es una combinación extravagante de elementos diversos. Hay mezclas más notorias, seres que se diferencian tanto de la mayoría que se sienten excluidos, aun si son ellos el mejor recordatorio de que todo ser vivo proviene de una madre y es asimismo una forma de vida única e irrepetible. A buena hora llegaron al mundo los ornitorrincos, para curarnos el ilusorio afán humano de inventariar, organizar y normalizar todo. ¿En qué siglo se nos olvidó que la naturaleza es un desorden armonioso? El ornitorrinco de la historia, por ejemplo, bebe leche como mamífero pero nació de un huevo como los reptiles y las aves, tiene pico, patas, garras y pelaje. Por supuesto que a la hora de revisar las tablas de clasificaciones y grupos, no hay especialista humano que escape a preguntarse: Pero, ¿dónde está Ornicar? (Tecolote)

Malabaristas y adivinos, a los habitantes de este siglo nos encanta leer el mundo en un parpadeo y hacer cantidad de cosas al mismo tiempo. Puede que con tanto ajetreo, algo se nos escape en el recorrido. Pero, ¿será realmente algo importante? ¿Cómo saberlo si ninguno de nosotros se detiene un instante a pensar en ello? Para muestra, un oso grandulón con cara de necesitar un sombrero, unas botas, un amuleto, unas alas, un tarro de miel y una botella de vitaminas. Tengo un pequeño problema, dijo el oso (Libros para imaginar), y no faltó en la historia personaje que se ofreciera a ayudarlo. Lo intentaron de mil amores, ninguno de los voluntarios atinó a dar solución al problema. Tuvo que llegar un insecto peludo y zumbador a realizar la pregunta clave y así regalarnos una pista de qué podría ser ese algo importante que últimamente olvidamos con notable frecuencia.

Este texto fue escrito por Carlos-Blas Galindo y se encuentra en el número 114 de Revista Lee+. Su versión física se encuentra disponible en todas las Librerías Gandhi de México y la versión digital la pueden disfrutar aquí.