Orientes íntimos

En una calle de Beijing vi a un hombre escribiendo con agua sobre el asfalto, con un pincel enorme, algo que borraban una y otra vez el sol y el viento. Ese ejercicio de un calígrafo urbano me pareció al mismo tiempo una lección sobre la fugacidad final de lo que escribimos.

En un muy antiguo templo de Chengdú, una anciana agitaba en el aire un manojo de varitas de incienso. Cantaba enojada y regañaba a sus dioses por no haberla escuchado atentamente en sus súplicas de la semana anterior. Lección de dignidad ante lo sagrado.

En lo más alto del Templo de la Montaña Blanca, camino a la Gran Muralla, escuché al viento dialogando con un bosque de bambú. Y tañí como campana un enorme pez de piedra que era a la vez un antiguo mapa mágico del imperio. Cada escama un territorio, cada campanada un augurio. Lección de maneras distintas de representar al mundo y de convivir con sus poderes evidentes y ocultos.

En la Bahía de Halong, en Vietnam, amanecimos flotando entre mil islas de jade que parecían curbaturas de un dragón gigante medio sumergido, con el cuerpo poblado de chicharras y de pájaros que las imitaban para atraparlas. Lección de asombros, de sueños despiertos, de mitos de origen de la vida.
En la isla de Bali vi despertar a la ciudad de Ubud llena de ofrendas de incienso y flores sobre platitos de paja tejida. Era la escritura que les permitía comunicarse con lo invisible. Lección de espiritualidad cotidiana.

En un mercado del Cairo vi a unas mujeres completamente veladas usar su atuendo para asaltar anónimamente a una turista. Y en la fortaleza de Alepo, un año antes de la guerra, canté con mil niños de Siria los juegos que en ese instante les inventaba sin saber que en menos de doce meses todos ellos conocerían en carne propia la maldad radical de los adultos en guerra.
Y afuera de la ciudad de Alepo, en las ruinas antiguas de un templo monté la piedra donde estuvo erigida la extraña columna de San Simón “el Estilita”. Consejero de reyes que quiso acercarse piedra a piedra al cielo. Parecía imposible pero logré dar en Beijing con la tumba de Matteo Ricci, el primer occidental que entró a la Ciudad Prohibida y fue enterrado en la capital del imperio. Pude tocar en la estela que la señala al dragón enroscado que indica su territorio de muerto.

Escribir con agua, peculiar definición de la fragilidad sustancial a toda escritura. Y título que di a la breve reunión de algunos de mis poemas de orientes lejanos que me publica ahora Miguel Ángel Calleja, en su editorial Parentalia, y que presentamos en la Feria del Libro de Minería, Escrito con Agua.

A lo largo de los años he explorado con curiosidad atenta varios orientes. Como viajero y como lector. Pero siempre será mucho más lo que quiero conocer y reconocer. El libro todavía inédito de crónicas, instantáneas y ensayos, algunos publicados en periódicos y revistas, se titulará, tal vez, Viajar es enamorarse despacio. Y en él, orientes lejanos y cercanos son el eje de mi relación apasionada con una parte del mundo.

Mi relación más intensa ha sido, por supuesto, con los muchos Méxicos que laten en nuestro país y que nuestros gobernantes con fecuencia no saben ver, les incomodan, no saben cómo pensar ni comprender. Y mucho menos incluir en sus proyectos de modernidad. Ésa ha sido por casi treinta años la labor que hemos hecho en Artes de México, explorar los orientes y occidentes siempre sorprendentes de nuestras culturas.

Mi segunda relación larga e intensa ha sido con Marruecos. Y en especial con la ciudad portuaria de Mogador. Donde se sitúan en parte cinco de mis novelas y algunos cuentos: Nueve veces el asombro; Los nombres del aire; En los labios del agua; Los jardines secretos de Mogador; La mano del fuego; el relato “La huella del grito” y los poemas de Decir es desear. Por más de treinta años he escrito sobre esa ciudad, en ella y con su gente, sobre todo mujeres que he escuchado atentamente hablar de su deseo.

Hace más de una década, para conjurar equívocos, lancé allá en una especie de manifiesto el concepto de orientalismo horizontal, que hace un par de años fue objeto de un coloquio internacional en la Universidad de Rabat, en el Instituto de Estudios Lusos e Hispánicos, donde me invitaron a hacer el discurso inaugural. Edward Said, en su libro Orientalismos, hizo la clara disección de las fascinaciones europeas por Oriente como fenómenos de poder, como figuraciones culturales coloniales o poscoloniales.

En discusión con él, me dio la razón cuando le señalé que su libro en realidad no hablaba de una relación entre Oriente y Occidente, términos forjados por los mismos poderes coloniales, sino que aclaraba en realidad una relación de poder Norte-Sur. Que toda esa concepción cambiaba si comenzáramos a establecer una relación Sur-Sur. Es decir, un orientalismo horizontal entre iguales que culturalmente tienen rasgos comunes y distintos, reconocibles algunos y otros diferentes. Una relación que huya de los estereotipos del orientalismo, pero no tenga miedo de explorar la otredad íntima que se nos descubre y nos vincula. Una otredad donde las mujeres son activas y deseantes y no típicos objetos de deseo. Una otredad donde las formas literarias, incluyendo los géneros que conocemos, tienen posibilidades nuevas y tradiciones distintas.

Durante muchos años he visto a escritores y viajeros marroquíes fascinados por México, por todo lo que tenemos en común y por nuestras diferencias. Equivalente certero de mi propia fascinación mogadoriana de sur a sur. Del “extremo Occidente” que es el México profundo con el extremo occidente del norte de África, que es el Magreb: en esta tierra redonda, de aquí para allá y de allá para acá, un sano y vital orientalismo horizontal.

Hace unos meses, presentando en la Feria de Guadalajara el conjunto de novelas que forman ahora este Quinteto de Mogador, Julián Herbert tuvo la idea de comentar sobre todo la enorme cantidad de páginas que hablan de Sonora y del desierto donde viví de niño en la Baja California. Es un hecho que conscientemente traté de establecer un imaginario puente de arena entre desiertos, del Sahara a Sonora y de vuelta. Y para encontrar las formas literarias más apropiadas a cada tema desarrollado en los libros tomé de las sabias y antiguas tradiciones artesanales de Marruecos y de México, de la cerámica a los textiles, fórmulas de composición que, creo yo, enriquecen nuestro oficio.

La extraña ocurrencia que tuvo hace unos años un crítico mexicano de cierto prestigio de escribir que Los nombres del aire, uno de los libros del Quinteto de Mogador, era una “alegoría orientalista” despertó en Marruecos una reacción de asombro y profunda extrañeza. Incluso de indignación: ¿cómo era posible que un intelectual supuestamente instruido no supiera que Marruecos no es Oriente? ¿No sabe esa persona que la región del mundo donde se sitúa Marruecos se llama Magreb, que significa Occidente? ¿Y que la cultura del norte de África que cualquier visitante de Marruecos puede ver ahora está mucho más relacionada con la antigua civilización andalusí (que no andaluza) que ocupaba dos terceras partes de lo que ahora conocemos como España y Portugal? Que el Imperio otomano no llegó a Marruecos y que su cultura árabe e islámica es sobre todo de población berber. Que cualquiera de nosotros se confunda sobre regiones del mundo que no conoce es relativamente normal.

Pero que un intelectual escribiendo profesionalmente sobre un libro demuestre esa ignorancia es visto además como un desprecio por la cultura de aquellas regiones. Una grosera asimilación de su realidad a los estereotipos más comerciales y comunes. Y sobre todo una incapacidad para percibir diferencias más sutiles, más verdaderas.

Los más de treinta años que he pasado conociendo, estudiando y visitando Marruecos y sus habitantes, sobre todo mujeres deseantes cuya voz nunca es sustituida por la mía, así como formas y pasiones de otras culturas presentes también de manera explícita e implícita en el Quinteto de Mogador han sido recompensados por una recepción más que generosa en varios países y en la más de una docena de lenguas donde se han traducido.

El reto de escuchar con respeto y de escribir sobre otra cultura o desde otra cultura es inmenso. ¿Pero no lo es acaso toda escritura sincera, profunda, cuestionante incluso de nuestras relaciones más íntimas y verdaderas? Me atrevo a afirmar que toda escritura literaria que pretenda ser radicalmente creativa, cuestionante, nueva y a la vez atenta a tradiciones fértiles y variadas, es una forma de orientalismo horizontal que se extiende entre horizontes diversos, cuerpo a cuerpo, polo a polo, costa a costa. De la identidad y otredad entre los cuerpos amantes a la otredad y fascinación entre culturas surge vital la poesía.

Quinteto De Mogador, Alberto Ruy Sánchez, ALFAGUARA.

Por Alberto Ruy sánchez @AlbertoRuy

MasCultura 28-mar-17