La búsqueda de la felicidad en la humanidad

Píldoras de filosofía para los males de nuestro tiempo.

Hace veintitrés siglos, Aristóteles concluyó que lo que los hombres y mujeres buscan más que cualquier otra cosa es la felicidad. Ya sea que la búsqueda se centre en cuestiones de salud, belleza, dinero o poder, lo valoramos únicamente porque consideramos que esto nos hará felices. Muchas cosas han cambiado desde aquel entonces, podría decirse en cierto sentido que hemos evolucionado considerablemente, hoy nuestra comprensión de los mundos de estrellas y de átomos se ha ensanchado más allá de lo que en algún momento podríamos haber imaginado.

Sin embargo, sobre este tema de la felicidad muy poco ha cambiado en los siglos que han trascurrido. Hoy no sabemos más acerca de la felicidad de lo que sabía Aristóteles y respecto a saber cómo obtenerla casi se podría decir que no hemos realizado ningún progreso. Aunque hoy nuestra vida es más larga y contamos con mejores medios para cuidar la salud, a pesar de que incluso el menos rico entre nosotros cuenta con lujos materiales impensables hace sólo unas pocas décadas como la televisión, las sillas o los cuartos de baño, y a pesar del inmenso conocimiento científico con el que hoy contamos, a menudo las personas acaban sintiendo que han malgastado su vida y que sus años han transcurrido entra la ansiedad y el aburrimiento, entre el rencor por lo pasado y el miedo al futuro. ¿Acaso el destino del hombre es permanecer en la insatisfacción? ¿Será que deseamos las cosas equivocadas o que buscamos la felicidad en el lugar equivocado?

El concepto de felicidad
La felicidad para nuestra sociedad actual está en esencia limitada a la satisfacción de nuestros rituales cotidianos adictivos y hedonistas. La mayoría de nosotros pensamos de forma compulsiva que la satisfacción de nuestras necesidades puede operar como una fuente genuina de bienestar y de felicidad y que si no la hemos obtenido a la fecha no es porque estas variables no puedan brindarlas sino porque simplemente no hemos hallado los estímulos correctos, todavía tenemos la esperanza de la existencia de nuestra otra media naranja, o tenemos la sensación de que nuestro bienestar genuinamente depende de una casa en tal o cual barrio de la ciudad, en otro estado, o en otro país. Tenemos la sensación de que podemos ganar felicidad o bienestar genuinos si podemos obtener tal o cual coche, tal o cual yate, tal o cual dimensión de cuerpo aunque ello implique tener que ser talla cero. Entonces, nuestra cultura que es en buena medida y casi de forma global una civilización de consumo, nos vende la idea de que el florecimiento psicológico y la satisfacción genuina y la felicidad, pueden obtenerse de diferentes y cada vez más fuertes estímulos sensoriales, solo para comprobar una y otra vez que en el mejor de los casos generan una satisfacción pasajera y en el peor de ellos una gran cantidad de inestabilidad y de dolor.

Pero, ¿qué nos dice la sabiduría milenaria de occidente en relación a la felicidad? Hagamos un recorrido a vuelo de pájaro:

“Es feliz quien tiene un cuerpo sano, fortuna y un alma bien educada”. (Tales de Mileto)
“La felicidad es la medida del placer y la proporción de la vida”. (Demócrito)
“Los felices son felices por la posesión de la justicia y de la templanza, y los infelices, infelices por la posesión de la maldad”. (Platón. Gorgias 508b)

“Son felices los que poseen verdad y belleza” (Platón. El Banquete. 202 c)
“Es el alma desarrollada conforme a la virtud”. (Aristóteles. Ét. Nic., I, 13, 1102 b).

Para los estóicos, sabio y feliz es el que se basta a sí mismo y por lo tanto solamente en sí mismo encuentra la felicidad. Para los cirenaicos y epicúreos la felicidad se encuentra estrechamente relacionada con el placer.
En el mundo moderno, Leibniz comenta “Yo creo que la felicidad es un placer duradero, lo que no podría suceder sin un proceso continuo hacia nuevos placeres” (Nouv. Ess., II 21, 42).
Fue Hume quien da un significado social al concepto de felicidad, pues par él sólo resulta el placer de la felicidad cuando se puede difundir el placer entre el mayor número de personas.
Y Kant, consideraba imposible considerar la felicidad como fundamento de la vida moral, la felicidad dice Kant “es la condición de un ser racional en el mundo, al cual, en el total curso de su vida todo le resulta conforme con su deseo y voluntad” (Crít. R. práctica, Dialéctica, sec. 5).

Para Hegel, es el ideal de un estado o condición inalcanzable, excepto en un mundo sobrenatural y por intervención de un principio omnipotente.
Para la filosofía cristiana pilar de nuestro pensamiento occidental, “nada puede satisfacer la voluntad humana, excepto el bien universal (total, infinito) que no se encuentra en ningún bien creado sino únicamente en Dios” (Tomas de Aquino, I-II, q. 2 , a. 8).
Y para Aristóteles “La felicidad es ese fin, el bien último y máximo al que todos aspiramos, y que todos los demás fines, bienes y valores los elegimos por él” (Ética a Nicómaco, 1094 a 20)
El hilo conductor de todas estas ideas son el placer y la acción entrelazados pues la felicidad no es algo que sucede, no es resultado de la buena suerte o el azar. En contra de lo que nuestra cultura consumista nos dicta, no es algo que pueda comprarse con dinero o adquirirse a través del poder y tampoco parece depender del todo de los acontecimientos externos sino más bien de cómo los interpretamos. De hecho la felicidad, según la sabiduría antigua, es una condición vital que cada persona debe cultivar y que las personas que saben controlar su experiencia interna son capaces de determinar la calidad de sus vidas independientemente de las circunstancias. Es el privilegio del que goza el hombre que vive involucrado en cada detalle de su vida y dedicado a algo mayor que sí mismo.

Por Lourdes Vega

Fuentes

Yepes, R. Echeverria, J. Fundamentos de Antropología. Ed. Eunsa, Navarra, 1999
Abbagnano, N. Diccionario de Filosofía. Ed. Fondo de Cultura Económica, México D. F. 2008
Ricard, M. En defensa de la felicidad, Ed. Urano, Barcelona, 2007

MasCultura 17-nov-2016