El librero de Socorro Venegas
03 de noviembre de 2020
José Luis Trueba Lara
Cuesta trabajo encasillar a Socorro Venegas: ella escribe, edita y promueve la lectura; todo esto lo hace sin mancha. En este caso, tal vez lo mejor sería pensarla como una fiel de la religión del libro, como alguien que lo crea y lo recrea para compartirlo, como alguien que lleva su buena nueva sin caer en las fáciles tentaciones y sin recorrer el camino empedrado con buenas intenciones que sólo lleva al Infierno. Conocer sus libreros es una oportunidad para tratar de descubrir los secretos de una escritora, una editora y una promotora de la lectura. No por casualidad, en sus palabras hay un afán memorioso sobre la formación de los lectores y, tal vez, una presencia definitiva: el ensayo Escribir, de Marguerite Duras.
Mi biblioteca está dividida: tengo algunos ejemplares en la Ciudad de México donde he vivido desde hace unos años y otros se encuentran en Cuernavaca. Tengo, como dice la canción, el corazón partido. A mí me pasa lo mismo que a muchos lectores que desarrollan una relación entrañable con sus libros y, como tengo mi acervo en dos lugares distintos, cuando necesito un libro —por razones de trabajo o afectivas— lo compro de nuevo.
Yo inicié mi colección de libros casi entrando a la adolescencia. Tenía unos once años cuando, con toda conciencia, empecé a reunirlos. En mi casa, mi padre era un comprador compulsivo de enciclopedias; los vendedores llegaban a la puerta y él adquiría lo que le ofrecieran, por eso había libros de ciencias, de bellas artes, de todo, pero ellos cimentaban la idea de mi papá de que los libros tenían que ser útiles para algo. Esto no estaba del todo mal, pues gracias a ellos fue como empecé a formarme como lectora de ficción, esto —por ejemplo— ocurría por medio de la mitología griega. Ya después, mi hermano más pequeño murió de leucemia y alguien que llegó a dar el pésame olvidó una novela. Ese fue el primer libro que atesoré en mi vida, era la historia de una chica que era hija de un comerciante de Marsella y se enamoraba de alguien que nadie sabía que se convertiría en emperador de Francia: Napoleón Bonaparte. Era una historia de amor que se convirtió en una compañía indispensable en esos días en los que todo era naufragio.
Gracias a ese libro descubrí que en ese otro mundo, en el mundo de papel, los naufragios eran distintos. Ese dolor se podía dejar atrás a diferencia del que había en el mundo de lo “real”, de lo tangible, del mundo de mi familia.
Después de esto seguí leyendo y entre los libros que reuní probablemente estaban mis lecturas de Mark Twain. Yo no seguía ninguna prescripción, todos mis libros eran descubrimientos y pronto descubrí la biblioteca pública. Lo que encontraba en esos estantes me maravillaba, era algo que quería conseguir, que buscaba y encontraba.
De todo esto es de lo que se construye un lector: de los descubrimientos, los experimentos, de los hallazgos dispares. Por eso también tenía revistas de ovnis, comics y revistas de rock. Y muy temprano también conseguí Bajo el volcán, la novela de Malcolm Lowry, pues yo quería comprender esas aguas profundas porque vivía en Cuernavaca. Los lectores también se van formando con los libros que no se comprenden en el primer acercamiento, pero que desafían por su complejidad.
No podría decir si tengo más libros de un autor que de otro en mi biblioteca. Esto es sencillo de explicar: no cuento cuántos libros tengo de cada escritor, pero cuando un autor o autora me apasiona reacciono de manera compulsiva. Necesito tener todo lo que haya de él o de ella. Esto es, por ejemplo, lo que me pasó con Erri de Luca, de quien tengo todo lo que se ha traducido. También tengo otra manía: no me conformo con tener los libros en su versión electrónica, me gusta muchísimo el papel, sobre todo si es un libro importante para mí. Necesito que exista en el librero, necesito ver su lomo y saber que está allí, al alcance de mi mano.
Uno de los libros más antiguos de mi biblioteca y también uno de los más importantes que me ha acompañado en distintas épocas es Escribir, de Marguerite Duras. Lo que me interesa mucho de este breve e intenso ensayo es la reflexión sobre la escritura y su vida, esa mirada tremendamente solitaria que encuentra en la escritura una especie de salvación. Ella, muchas veces, escribe desde una oscuridad muy profunda y de ella sólo logra salir porque escribe. En las páginas que están en blanco de los libros —las llamadas páginas de cortesía— yo acostumbro escribir algunas notas, en este caso, como no las tenía, utilicé la del colofón y seguí hasta la tercera de forros. +