Lautréamont “Los cantos de Maldoror”

A Montse Mateu:
… y dicen que, anclada en el sueño, sembraba de melodías la albura de la alcoba a la que, de vez en cuando, yo me asomaba por entre las paredes bermejas del corredor.
Maruyme (Horatú Monogatari).

Los cantos de Maldoror, obra entre las más raras y sorprendentes de la literatura, fue escrita entre 1868 y 1869 y publicado ese mismo año. Los cantos que forman el libro son obra de un hombre de veintidós años al que la muerte se llevará apenas un año más tarde. Los ecos de estas páginas irán aumentando a lo largo del siglo XX, en particular por el impulso de André Breton, que vio en ese libro “la expresión de una revelación total que parece exceder las posibilidades humanas”. Así, los surrealistas consideraron al libro como un precursor.

Los cantos de Maldoror

“El magnetismo y el cloroformo, cuando quieren hacerlo, saben a veces engendrar, también, tales catalepsias letárgicas. No se parecen en absoluto a la muerte: decirlo sería una gran mentira. Pero vayamos enseguida al sueño para que los impacientes, ávidos de esa clase de lectura, no se pongan a rugir como una manada de cachalotes macrocéfalos batiéndose entre sí por una hembra encinta. Soñaba que había entrado en el cuerpo de un cerdo, que no me era fácil salir de él y que revolcaba mi pelambre en los charcos más cenagosos. ¿Sería una especie de recompensa? Objeto de mis deseos, no pertenecía ya a la humanidad. Así entendí, yo mismo, la interpretación y experimenté una alegría más que profunda”.

IV

“Sin embargo, buscaba activamente qué acto de virtud había llevado a cabo para merecer, de parte de la Providencia, tan insigne favor. Ahora, que he repasado en mi memoria las distintas fases de aquel espantoso aplastamiento contra el vientre del granito, durante el cual la marca, sin que yo lo advirtiese, pasó dos veces por encima de aquella irreductible mezcla de materia muerta y carne viva, no carece, tal vez, de utilidad proclamar que tal degradación sólo fue, probablemente, un castigo que la justicia. Noche tras noche, hundiendo la envergadura de mis alas en mi memoria agonizante, evocaba el recuerdo de Falmer… noche tras noche. Sus rubios cabellos, su rostro oval, sus majestuosos rasgos estaban todavía grabados en mi imaginación… indeleblemente… sobre todo, sus rubios cabellos. Apartad, apartad pues esa cabeza sin cabellera, pulida como el caparazón de la tortuga. Tenía catorce años y yo tenía, sólo, uno más. Que se calle esta voz lúgubre”.

¿Por qué viene a denunciarme? Pero soy yo mismo el que habla. Valiéndome de mi propia lengua para emitir mi pensamiento, advierto que mis labios se mueven y que soy yo mismo el que habla. Y soy yo mismo el que, contando una historia de mi juventud y sintiendo que el remordimiento penetra en mi corazón…

Cátedra, edición 2012. Colección Letras Universales.

MasCultura 23-mar-17