“La muerte de Artemio Cruz”: hasta abajo o hasta arriba, no en medio

“La muerte de Artemio Cruz”: hasta abajo o hasta arriba, no en medio

03 de diciembre de 2020

Jesús Pérez Gaona

Aún con un prestigio que podría acercarlo a la izquierda latinoamericana, al estilo de Julio Cortázar o de García Márquez, a principios de los setenta hay un espacio para reseñar un libro de Carlos Fuentes en ese clásico instantáneo en que se convirtió Las venas abiertas de América Latina (1970). “El proceso del personaje se parece al proceso del partido que, poderosa impotencia de la Revolución mexicana, virtualmente monopoliza la vida política del país en nuestros días”, escribió Eduardo Galeano sobre La muerte de Artemio Cruz (1962). Y remató, a propósito del protagonista de la novela y del partido único en el poder: “Ambos han caído hacia arriba”.

Caer hacia arriba, en tirabuzón, como en un sueño, como en una pesadilla, donde se habla en yo, en tú, en él. Combinando el pasado con el presente, lo real con las visiones de la fiebre. Distinguiendo apenas entre el antihéroe de la obra y la historia del país donde se cuenta. En un desconcierto total, nebuloso, complicadísimo, pomposo, desesperante en momentos, sin salir de la tormentosa mente de Temo Cruz. Porque para Fuentes — así lo sentencia— el caos “no tiene plural”.

“Paso junto tocando, oliendo, gustando, viendo, oliendo las tallas suntuosas, las taraceas opulentas, las molduras de yeso y oro, las cajoneras de hueso y carey, las chapas y aldabas, los cofres con cuarterones y bocallaves de hierro, los olorosos escaños de ayacahuite, las sillerías de coro, los copetes y faldones barrocos, los respaldos combados, los travesaños torneados, los mascarones policromos…”. Una lista eterna de objetos, paisajes, plantas, comida, de un lucimiento del lenguaje, a través de un recuento revuelto de la Reforma liberal, la Revolución mexicana, la Cristiada, la Posrevolución y, cruel y triunfante, la Modernidad priista.

La muerte de Artemio Cruz, novela que como es conocido se inspira en The Citizen Kane (1941), es una muestra paradigmática de ese ciclo de atención internacional a los narradores de este continente, el boom. En ella aparece retratada, e inventada también, una clase media mexicana distinta a la actual (solipsista, enamorada de sí misma). En ese momento pertenecer a la clase media fue un vacío vergonzoso de desclasados y desarraigados: no una maldición como la pobreza, sino un limbo.

Así lo piensa Temo ante su esposa e hija que lo ven moribundo: respirando pero medio muerto. “Imagínense en un mundo en el que yo fuera virtuoso, en el que yo fuera humilde: hasta abajo, de donde salí, o hasta arriba, donde estoy: sólo allí, se los digo, hay dignidad, no en medio […] todo o nada: ¿conocen mi albur? ¿lo entienden?: todo o nada, todo al negro o todo al rojo, con güevos”. Pues Cruz pasó del campo lleno de alzados, a una diputación y a dirigir un periódico; de Puebla a París, bajo la idea de que el pobre es bueno por inocente y el rico para serlo debe volverse malo.

Dentro de ese delirio partisano, sus memorias evocan a la gran guerra, a la revolución inconclusa, congelada, traicionada, abarrotada de “muertes inútiles”. “Los años pasados, hace cuarenta, algo se rompió aquí, para que algo comenzara o para que algo, aún más nuevo, no empezara jamás”. Porque “esa riqueza la gané exponiendo el pellejo, sin saberlo, en una lucha que no quise entender porque no me convenía saberla, entenderla, porque sólo podían saberla, entenderla quienes no esperaban nada de su sacrificio. Eso es el sacrificio, ¿no es verdad?: darlo todo a cambio de nada”.

“Qué bueno que nuestros ideales coinciden con nuestros intereses”: un gran aforismo del cinismo de la corrupción. “Siempre había escogido bien, al gran chingón, al caudillo emergente contra el caudillo en ocaso”: lección de política gatopardista para los cachorros de la Revolución.

Con maestría, a veces inaccesible, Carlos Fuentes escribió una historia en la que la patria, la ficción y el poder lo obsesionan en su visión del arte. Adereza todo aquello con sexismo de macho pelo en pecho y pensamientos sobre la identidad nacional al estilo de Octavio Paz al hablar de “los hijos de la chingada”. Y de México, “este valle de lágrimas”, esta “comunidad jánica, de rostro doble”, “siempre viviendo en dos tiempos”, tan lejano de lo que fue y tan lejano de lo que quiere ser.

Por ahí aparece una advertencia sobre “las contingencias absurdas de un país incapaz de tranquilidad, enamorado de la convulsión”, para hoy, ojalá no para siempre: “A veces me parece que la falta de sangre y de muerte nos desespera. Es como si sólo nos sintiéramos vivos, rodeados de destrucción y fusilamientos”. Ya no podemos seguir sintiéndonos vivos así, no lo merecemos. +