Aquí están las tres semifinalistas del Primer Concurso de Minificción de Lee+. ¡Disfrútenlas!

Les presentamos los tres textos finalistas de nuestro Primer Concurso de Minificción. El jurado integrado por los escritores Raquel Castro, Alberto Chimal, Bernardo Fernández, Bef; Antonio Malpica, y Jorge Vázquez Ángeles, editor de Lee+, se dio a la tarea de leer las 541 minificciones que se recibieron en total. El fallo ese transmitió en vivo el pasado 29 de mayo, resultando ganador “La válvula que duele”, de Mauricio Iván del Toro Huerta. Las minificciones finalistas son obras de Juan Arturo Villegas Lara, del estado de Guanajato; Karla Gabriela Díaz Ventura, del D.F.; y Martha Evelia Pérez Obeso, del D.F. 

"A mató a B por culpa de C"
Martha Evelia Pérez Obeso

 “¿Cuándo se ha visto un tercer lugar como codiciable? No es digno ni para los que obtienen el último”.

Eso pensaba C, quien estaba a punto de romper su conocido ceceo y expresar, de una vez por todas, el calvario de ser la tercera letra del alfabeto. Su molestia era enorme al cavilar en lo que significaba ser clasificación de película, incómodo asiento de avión, aguerrido grupo escolar, deshonroso puntaje. Odiaba las abreviaciones de los etcéteras. Y la lista era muy larga.

Si bien C aparece en cines, cocinas, y sin ella casa sólo es agarradera, el tercer turno en el alfabeto no la convence.

Para ganar la contienda entre consonante y vocal, C consideró más acertado que A eliminara a B. En aquel absurdo plan C tenía dos hechos a su favor:

1. La astucia de A estaba ausente.
2. En Guadalajara, y en alboradas, A siempre se atolondraba.

C consiguió cincuenta cajas de tolondrones. A los comió, de una sentada, con polvito de ababol; mientras C, fricativa, la camelaba. Todo ocurrió una madrugada en la perla tapatía. Apis reconoció que las bobaliconas caen mal.

Y sucedió lo que C esperaba: A sucumbió ante las encantadoras peticiones de C. “B debía morir por ser, de todas las letras, la única boba”.

Cegada A se abalanzó contra B. Aborregada y en babieca B fue presa fácil. Artera A usó una mortal arma para abatir a B. La víctima nunca, ni en su más belicoso ánimo, imaginó tal acción. Sonora y babeante la fenicia Beth empezó a abicharse y luego desapareció.

Consumado el hecho, C se encargó de hacerlo saber al resto de las letras. La más ñoña lo consideró una malandranada. Todas pidieron cárcel para A.

P, J y V sentenciaron: Proscrita. A quedó vetada para todo uso.

Hor l criminl est en el infierno.

Por fin C es primer. Su orgullo es enorme. Vij por el Cosmos; imprte conferencis de superción personl y clves de éxito. Se cree merecedor del lugr que detent. Pero el mor por sí mism le impide ver que E estudi ls estrtegis de C pr logrr su cometido. E prepr un elegnte y mejor pln: ser primer en ecedario.

***
En el Hades, triste y meditabunda, custodiada por una RR sorda e irracional, la sinaíta reflexiona con incompletitud su existencia. Espera que alguien haga algo.

 

"Estertor"
Juan Arturo Villegas Lara

Su primer pensamiento fue llamar por teléfono a Danna. Advertirle. Que fuera por el pequeño Guille y la aguerrida Fernanda al colegio. Aunque el Observatorio estaba a las afueras de la ciudad, se encontrarían con pocos minutos de diferencia en su hogar, aproximadamente dentro de una hora.

Pero eso implicaría levantar sospechas, pánico, incertidumbre. La noticia se correría como fuego en pastizal. El caos se apoderaría de todo en esas horas. ¿Danna podría mantener el secreto? No. Hay escenarios que no se pueden ocultar. La desolación y sobresalto de su rostro la traicionarían. Los demás leerían con facilidad sus pensamientos más sombríos y su tristeza corrompería al resto del mundo. Definitivamente no era una opción. No era necesario. ¿Para qué hacerlo? ¿Mero egoísmo? Esto era inexplicable, incomprensible. Incompartible.

Sus cálculos auguraban no más de seis horas para el impacto. Eran conjeturas precisas. La trayectoria y la velocidad eran suficientes para causar una devastación sin precedentes sobre la costa del Pacífico. Pero el mayor de los problemas era la masa del objeto. Un cuerpo de esa dimensión no dejaría estructura en pie, cúspides elevadas u océano sin evaporar. Sería un cataclismo.

¿Cómo era posible que una entidad de tal magnitud pudiera moverse con esa velocidad tan galopante? Desafiaba todos los cánones establecidos. Decidió hacer algunas llamadas a colegas en el orbe. Ninguna novedad o susurro. Silencio absoluto. Bendita ignorancia. Cuán afortunados los sentía, a la vez que maldecía.

¿Y sus padres? Hacía más una década que no los visitaba. El trabajo. La rutina. Patrañas. Atrapado entre la ciencia y el automatismo. Seguramente el Parkinson habría deformado el cuerpo de su madre, tan distante ahora de aquellas viejas fotografías y recuerdos con esencia sepia. Con su padre nunca se llevó bien, por lo cual no se sentía culpable. Pero su madre. Y su hermana Cande. Y Tomás…

Un vaso de agua sosegó su aliento después de volver la mirada al lente gigante. Sudor helado recorría su cuerpo. El ente no parecía desviar su trayectoria, pero sí aceleraba su andar. Quizá en una hora más tocaría las puertas de la tierra. No habría marcha atrás.

Tomó con calma otro vaso de agua. Guardó papelería dispersa dentro de su archivero y checando su salida del observatorio a las 17:17 horas, salió por la puerta principal. Con suerte, a paso medio, tendría un asiento de primera fila para ver el fin del mundo.
 

"Envidia"
Karla Gabriela Díaz Ventura

La encontré sola, tomaba un poco de agua de la cascada. Estaba hermosa, como siempre.

No imaginé porque ella no me veía, quise pensar que una ingenua distracción de su parte le había hecho no percatarse de mi presencia.

Encendí mi cuerno para que pudiera verme; luego, preferí no aventurarme, así que me volví completamente visible para ella. Quedó sorprendida; al verme, halagó mi pureza; me encontró hermoso. Conversamos por un largo tiempo; era su belleza, quizá su bondad; mientras la admiraba, no supe lo que decía.

Así nos frecuentamos a diario; su perfección rondaba en lo sublime, sólo sé que me cegaba.

Aquel día la encontré sentada llorando; sequé sus lágrimas y me pidió disculpas. Pregunté el por qué. Con una deformada sonrisa, levantó el tono de aquella angelical voz y me dijo: “Aquí nada es lo que parece”.

Su belleza se esfumó, la doncella quedó convertida en un ente horrible; pude mirar su alma y no era buena. Sin saberlo me volví visible ante la maldad.

Tomó la espada que llevaba consigo, la hizo entrar al lado de mi cuerno. Durante esos segundos de agonía, me di cuenta de que ella era quien cazaba unicornios. Tomaba las riquezas de nuestros cuernos, tomaba nuestras almas y las ofrecía al mal.

Segundos antes de cerrar por completo mis ojos, pude verla y escucharla decir:

-¡Malditos vanidosos, arrogantes! ¡Los odio!
 

Mascultura 11-Jun-13