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Escribo los libros que me gustaría leer: entrevista con Juan Gabriel Vásquez

En una época en la que se debate si la gente lee o no, el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez ha publicado su nueva novela, La forma de las ruinas, libro de quinientas sesenta páginas. El volumen, compacto como un ladrillo, narra una historia que difícilmente puede resumirse en una sinopsis, pues al mismo tiempo es una novela autobiográfica, policiaca e histórica, que hace de las teorías de la conspiración el eje de su trama, a partir de las muertes de dos personajes fundamentales en la historia de Colombia: Jorge Eliécer Gaitán y Rafael Uribe Uribe.

Le digo a Juan Gabriel que parece que a la hora de escribir se toma su tiempo, va paso a paso, sin prisas: “Escribo los libros que me gustaría leer y me gustan estos libros que se toman el tiempo de pensar, de poner a la conciencia en el centro de esa novela policial que hay en el corazón de mi novela, o esa novela autobiográfica que aparece por momentos”.

Para dar forma a un trabajo como éste, Juan Gabriel Vásquez habla de cómo entiende la escritura de una novela: “Me gustan los libros que se toman el derecho de incluir digresiones, de apartarse de la trama principal para contarnos una historia igual de apasionante pero que probablemente no tenga una relación directa con la trama principal y, creo, además, que se me ha vuelto un poco una obsesión esta manera de entender la novela, porque es la manera como nace el Quijote, libro revolucionario por esa desfachatez con la que mezclaba géneros, una novela de aventuras con una novela picaresca metida ahí dentro, pero también historias de amor, y por algunos parlamentos de los personajes que son casi ensayos, ensayos a la Montaigne. Me gustan estas novelas que son como circos de muchas pistas”.

Para el ganador del premio Alfaguara de Novela 2011, la novela es la posibilidad de entender más a fondo la vida misma: “La novela no es una reproducción de la realidad, posee una capacidad única, la de ir a lugares a donde ni la historia ni el periodismo pueden llegar.”

En La forma de las ruinas el personaje que cuenta la historia se llama igual que el autor: Juan Gabriel Vásquez. Sobre su transformación en personaje literario afirma que aunque no es el mismo se le parece demasiado: “He tenido que inventar muy poco para construir el personaje de este narrador que lleva mi nombre, que ha escrito los libros que yo he escrito, y sobre todo, al que le han ocurrido dos cosas muy importantes que me han ocurrido a mí: en 2005 conocí a un médico, hijo de un profesor de ciencias forenses muy importante en mi país, que después de enterarse de mi interés en los grandes crímenes del siglo XX en Colombia me invitó un día a su casa y me contó que tenía en su propiedad, y me los mostró y me los puso en mis manos, restos humanos de las dos grandes víctimas del siglo xx en Colombia: Jorge Eliécer Gaitán y Rafael Uribe Uribe. Ese momento en que tuve en mis manos una vértebra de Gaitán y una parte del cráneo de Uribe Uribe coincidió en el tiempo con el nacimiento de mis hijas. Y de alguna manera esos dos incidentes se mezclaron en mi cabeza y empecé a preguntarme cómo van a heredar mis hijas que acaban de nacer, que acaban de llegar a este país, cómo van a heredar su pasado violento, los crímenes, los traumas nacionales, y de ahí nace mi decisión de contar desde mi biografía, desde mi punto de vista como Juan Gabriel Vásquez, padre estas niñas, amigo de este médico que tiene en sus manos estos restos. Todo eso fue tan potente que me pareció evidente que inventar un narrador ficticio para que contara esta historia iba a disminuir su fuerza. De alguna manera era faltarle el respeto al azar maravilloso que me entregó esta historia y fue así que decidí contarla desde mi nombre, desde mi biografía y desde mis traumas, porque la novela es un exorcismo de mis conflictos, no sólo con la historia colombiana sino conflictos personales, íntimos, que están en la novela de manera muy franca y autobiográfica”.

Alrededor de esos conflictos personales flota la palabra obsesión, quizá el combustible del verdadero novelista: “Creo que un novelista es una persona perseguida por obsesiones, por demonios, como dice Vargas Llosa, y escribir muchas veces es la única manera que tiene de liberarse de esas obsesiones, de darles una forma de entender lo que son y cómo tratarlas. La obsesión es lo que nos impide que cerremos los ojos cuando eso es lo que dicta la lógica y las emociones, que nos apartemos de esos hechos dolorosos y violentos. Esta novela es probablemente la novela más obsesiva de las que he escrito”.

Esa obsesión del autor permea tanto la trama de la novela que los personajes también son afectados por ella, como el caso de Carlos Carvallo, que en este relato funciona como la bujía, el personaje que va dejando el rastro a seguir: “Carlos Carvallo es un hombre obsesivo, convencido de que hay una teoría de la conspiración que explica los grandes crímenes de la historia colombiana. Al final de la novela entendemos que está tratando de explicar su propia vida traumática y un hecho difícil que lo toca directamente por su pasado familiar. Pero para llegar a eso, el lector tendrá que haber atravesado también toda sus obsesiones y habérselas tragado y haberlas compartido con él”.

Mientras escribía la novela, Juan Gabriel hizo un descubrimiento que a su vez hace Carlos Carvallo durante sus investigaciones para fundamentar la teoría de la conspiración que nutre su vida: “Fue una coincidencia aparentemente banal pero que para mí es muy significativa: tanto en el crimen de Uribe Uribe como el de Eliécer Gaitán, todos los testigos hablan de un hombre vestido de manera muy elegante que observa la escena, alguien que no pertenece a ella, que no se involucra pero que sí la observa desde la distancia. Luego encontré en las memorias de García Márquez, él dice sin cortarse ni un pelo, y esto forma parte del tejido de la novela, que él estaba presente en el asesinato de Gaitán y que vio que un hombre de modales de duque británico lograba que la multitud enardecida por la muerte de Gaitán asesinara al asesino. García Márquez dice que le quedó la convicción de que ese hombre elegante había logrado que mataran al falso asesino para proteger a los verdaderos. Y esta idea de ese hombre misterioso que atraviesa treinta y cuatro años de historia para estar presente en dos crímenes que son aparentemente distintos y que luego tiene más puntos en común de lo que uno cree, comenzó a obsesionarme a mí y se le convirtió en una gran obsesión a Carlos Carvallo, el personaje que encuentra ahí mucho más que una coincidencia, encuentra toda una visión de lo que es la violencia colombiana y de lo que son nuestros grandes momentos traumáticos”.

La conspiración que mató a John F. Kennedy también se menciona en el libro La forma de las ruinas, porque un médico forense colombiano concluyó muchos años antes que al presidente estadounidense no lo mató un asesino solitario: “Aparece en la novela no sólo por el interés que yo siempre he tenido alrededor de este asesinato y de las sombras que aún lo rodean sino porque en la vida real, el padre de quien inspiró al doctor Benavides, fue un médico forense que en los años sesenta estudió balística en Estados Unidos y él, mediante sus propios conocimientos, llegó mucho antes que nadie a la conclusión de que a Kennedy no hubiera podido matarlo un solo tirador. Hablamos de principios de los años sesenta, quizá un año después de la muerte de Kennedy. Utilicé sus documentos en la novela como parte de la creación de la intriga, sus papeles y anotaciones que llegaban a la conclusión de la conspiración contra Kennedy. Fue fascinante descubrir que este hombre había llegado a una conclusión que después se da por sentada entre nosotros sobre el crimen de Kennedy”.

Además de los vínculos históricos entre los países latinoamericanos, llama la atención la relación con los muertos y sus restos, que son tratados como reliquias religiosas:

“Es una relación que he detectado especialmente en Colombia, México y Argentina, uno de los rasgos más fascinantes que he descubierto y que también forman parte de la novela. El día que yo tuve en mis manos una vértebra de Jorge Eliécer Gaitán y una parte del cráneo de Rafael Uribe Uribe, empecé a pensar en la relación que los argentinos han tenido con los restos de Evita Perón, en la relación que los mexicanos tuvieron durante muchos años con la mano de Obregón, con los grandes hombres, nuestros grandes líderes, los grandes personajes de nuestro mundo político. Creo que es un poco malsana pero muy fascinante. El personaje de Francisco Benavides, el doctor que tiene entre sus posesiones estos restos humanos, sugiere la idea de estos objetos como reliquias, de un pasado con el que tenemos una relación casi religiosa y creo que es así. Si alrededor de Kennedy se hubiera formado una religión después de su muerte, hoy estaríamos persiguiendo los trozos del vestido de Jackie manchado con su sangre”.

No sólo los huesos de sus grandes hombres unen la historia de Latinoamérica, también sus magnicidios: “Creo que compartimos ese mismo rasgo de nuestra historia reciente y por reciente me refiero al último siglo: todos nuestros países tienen un armario lleno de esqueletos, todos tenemos un hecho traumático en nuestro pasado sobre el que intuimos que no nos han dicho la verdad completa, sólo tenemos versiones mentirosas, encontradas, falseadas o distorsionadas, y todos compartimos esa sensación de vacío ante las mentiras de la historia, ante los secretos de nuestra historia que nos obliga a escribir novelas, a contar historias para hacer películas, o inventar teorías de la conspiración. Esa ha sido mi experiencia en los últimos diez años, mientras escribía este libro y me iba enterando de lo mucho que compartimos los países latinoamericanos en ese sentido. Hay un vínculo especial entre Colombia y México. Si en Colombia están Rafael Uribe Uribe y Jorge Eliécer Gaitán, en México están Álvaro Obregón y Luis Donaldo Colosio, secretos, misterios de nuestra historia reciente que nos siguen atormentando porque no hemos sabido iluminarlos, llegar al fondo de ellos, y creo que por eso se siguen transformando en historias, como las teorías de la conspiración que todos inventamos, novelas o películas que fabricamos para tratar de llegar a buenos términos con esos misterios, con esos lugares oscuros de la historia”.

A Juan Gabriel Vásquez le gusta caminar por el centro de Bogotá para cruzar por esos mismos lugares donde han ocurrido tragedias o hechos históricos: “Creo que hay gente más sensible que otra a los fantasmas de la historia, a la presencia de los hechos pasados en nuestros escenarios presentes, pero desde luego ésta es, nuevamente la palabrita, una de las obsesiones que me han marcado desde hace mucho tiempo, la presencia de los hechos clave de nuestra historia en los espacios que todos cruzamos todos los días. Ésta es la razón de que mis novelas ocurran en buena parte en las mismas calles del centro bogotano. Hay un barrio llamado La Candelaria, donde ocurrieron los hechos que a mi más me han marcado en toda la historia colombiana, desde su vida independiente y cuando estudiaba derecho en una universidad que queda en el corazón de este barrio. Me ocurría con frecuencia que ya hastiado de las clases de derecho, sabiendo que lo mío era la literatura, me iba a dar una vuelta y fui desarrollando una rutina, una caminata que me llevaba del lugar donde José Asunción Silva, el gran poeta, se pegó un tiro en el corazón; al lugar donde casi matan a Bolívar; al lugar donde mataron a Rafael Uribe Uribe, al lugar donde en 1948 mataron a Jorge Eliécer Gaitán, y a veces iba al lugar donde un caricaturista importante que me gusta mucho, Ricardo Rendón, se suicidó de un tiro en la cabeza en 1931. Este tour macabro de nuestras distintas formas de violencia se convirtió en un fetiche, pero que ya emperezaba a ser parte de mi sensibilidad, la sensibilidad a los fantasmas de la historia, la presencia de estos muertos en esos rincones de cemento y de ladrillo que existen todavía en Bogotá, y donde alguna gente, algunos locos, entre ellos, yo podemos percibir todavía el peso de los hechos históricos”.

Por Jorge Vázquez Ángeles

MasCultura 30-may-16