Ceremonia con "Carne de ataúd" de Bernardo Esquinca

Cada época tiene sus asesinos, como un sello propio que las caracteriza. El Porfiriato, esa época tan estudiada, enaltecida por unos y defenestrada por otros, tuvo uno de los más célebres y recordados: Francisco Guerrero Pérez, mejor conocido como “el Chalequero”, considerado como uno de los primeros asesinos seriales mexicanos y que, a la par de sus acciones, el periodismo mexicano enaltecerá para darle forma al género de la nota roja.

En este contexto, la nueva novela de Bernardo Esquinca, Carne de ataúd, tercera entrega de la saga de Casasola, nos lleva a un país que entra de lleno en la modernidad mediante la luz eléctrica, el telégrafo y el ferrocarril pero en cuyas calles de la Ciudad de México aún puede escucharse el grito de la Llorona, mientras deambulan la mulata de Córdoba, Pachita la alfajorera y sus alfajores hechos con tuétano de muerto y en muchas casas se celebran sesiones de espiritismo.

Sin haberse planteado que las aventuras de Casasola serían una saga, desde que publicó La octava plaga (2011), primer libro de la serie, Esquinca poco a poco fue advirtiendo que este personaje, su alter ego, un reportero de nota roja que es capaz de hablar en sueños con los muertos, había crecido junto con su perfil psicológico, sus vivencias y su pasado, y que daba para más. Luego de publicar Toda la sangre (2013), novela que sucede en el Templo Mayor, había que ir al pasado para establecer y entender las razones por las que el reportero del Semanario Sensacional escucha voces de ultratumba, y el misterio alrededor de su abuelo, Eugenio Casasola, protagonista de Carne de ataúd, un reporter de El Imparcial, amigo de Julio Ruelas y quien se obsesionará con el temible Chalequero debido a una mujer.

Dice Bernardo Esquinca sobre esta vuelta al pasado: “El Porfiriato es una época particular porque por un lado ha sido muy estudiada, pero no muy reproducida en la ficción. Que yo sepa, no había una novela policiaca situada en el Porfiriato. Situarme ahí me parecía interesante para contar una historia y hablar del nacimiento de la nota roja, que es el eje central de la saga Casasola, un reportero de nota roja”.

No únicamente en sus novelas sino también en varios de sus cuentos, la presencia de la Ciudad de México no es sólo un escenario sino un personaje importante: “Fue muy divertido recrear la ciudad de la época, era lo que más me interesaba. La Ciudad de México es una de las grandes obsesiones de mi literatura, tengo un romance con esta ciudad, y como la he explorado en tiempo presente en mis cuentos y novelas, era un deuda pendiente explorarla en el pasado. Afortunadamente hay mucha información, muchas crónicas que retratan cómo era la ciudad, que básicamente es lo que hoy conocemos como Centro Histórico. En la novela aparece esta cantina centenaria, El gallo de oro, en Bolívar y Venustiano Carranza, donde uno puede entrar a tomarse una cerveza y ver el mobiliario de la época; o Tlalpan, que hoy en día es una avenida de concreto y en la época en que narro era un potrero, había vacas, llovía y se hacían lodazales. En Peralvillo, la zona donde asesina el Chalequero, había una garita, era la aduana, el final de la ciudad, como pasaba también en Salto del Agua, donde está la fuente hoy rodeada de edificios, y en la Alameda central”.

Además de documentar esa ciudad porfiriana mediante mapas, Bernardo Esquinca también encontró información útil en las crónicas de personajes como Ciro B. Ceballos, que en su libro Panorama mexicano, habla sobre las costumbres de la sociedad, a qué restoranes acudían, qué comían, las cantinas más famosas, los lugares de moda, los teatros: “También fui al Archivo General de la Nación donde los periódicos de la época no sólo me sirvieron para conocer las andanzas del Chalequero sino para encontrar, alrededor de las noticias que me interesaban, muchas otras cosas que te dan el tono de la época, como los anuncios clasificados”.

Sin que el lenguaje de Carne de ataúd suene anacrónico, Esquinca lo trabajó mucho para darle cierto sabor a viejo, partiendo de la premisa de que Eugenio Casasola es reportero de El Imparcial, el primer periódico moderno de México: “El lenguaje periodístico del Porfiriato es muy particular. Para empezar los periódicos de finales del xix no se interesaban en las noticias, ponían énfasis en la crónica de costumbres, pero no había noticias ni ese seguimiento como lo conocemos hoy en día. Cuando nace El Imparcial, en los primeros años del siglos xx, Rafael Reyes Spíndola, su fundador, copia el modelo estadounidense; estaba revolucionando el periodismo y pone mucho énfasis en el reportaje y en la noticia porque se da cuenta que eso vende muchos periódicos y que las noticias de crímenes, el amarillismo, la nota roja, también tienen mucho arrastre entre los lectores. Justo esa época marca el nacimiento de algo que a lo largo del siglo xx fue muy común de ver en los periódicos: ensalzar crímenes y criminales porque eso vende, como seres humanos somos morbosos y los mexicanos tenemos una relación muy particular con la muerte, con todo lo macabro. A diferencia de otras novelas, en ésta trabajé mucho el lenguaje para que no se notara actual, pero que al mismo tiempo reflejara la época”.

Cuando Bernardo Esquinca se da cuenta de que va a escribir una precuela ambientada en el Porfiriato, el Chalequero encaja a la perfección en el marco, y el autor va descubriendo que las vidas de Porfirio Díaz y este asesino están más relacionadas de lo que parece: “El Chalequero era un zapatero y fue el primer asesino serial famoso en México, gracias a la nota roja. El día que lo descubrí me llamó mucho la atención la fecha en que mata por primera vez: 1888. Para los clavados en temas de asesinos seriales es el mismo año en el que Jack ‘el Destripador’ está matando prostitutas en Londres. El Chalequero también mataba prostitutas en el Río Consulado, en Peralvillo, de manera muy sangrienta, degollándolas. Estuvo preso en San Juan de Ulúa, durante veinte años y sale libre en 1908 para volver a matar. Son personajes contemporáneos, de patologías muy similares. Era, además, un personaje de culto. En 1888 se vive el auge del Porfiriato, Díaz es muy popular, y cuando en 1910 muere el Chalequero, ya sabemos lo que pasa con el régimen. Además me tomé algunas licencias: moví fechas para que empataran con la trama e inventé una entrevista que desde luego nunca ocurrió entre Porfirio Díaz y Aleister Crowley, el hombre más malvado del mundo, que sí viajó a la Ciudad de México en esos años.”

No se podía escribir una novela como Carne de ataúd sin hablar del espiritismo, fenómeno de masas de su tiempo: “Parte de recrear la época, era poner en la mesa todas las cuestiones que la definieron y una de ellas sin duda fue el espiritismo, en boga en mundo entero, como en la Londres victoriana, y México no fue la excepción. Además de la atmósfera de la época, me permitía plasmar mis obsesiones, como lo sobrenatural, el terror y la literatura fantástica. Era irresistible construir a un personaje como Madame Guillot, quizá el más enigmático de la novela, una francesa de ideas muy avanzadas, que usa escotes escandalosos, y que está en contra de las teorías de la criminalística de la época que se basan en la idea de que el criminal nato posee características físicas que lo hacen identificable a simple vista. Ella es una médium obsesionada con hacer que se caiga la barrera que divide el mundo material del inmaterial. Eugenio Casasola es amigo de esta mujer y la utiliza para comunicarse con los muertos y tener pistas de los crímenes que ocurren. Además, ella ata y desata partes de la trama, como la Bestia, otro de los misterios a resolver en la novela”.

Aunque ya no existe, el manicomio de La Castañeda también aparece en esta novela. Es ahí donde Eugenio Casasola, ingresado, escribe un diario en el que va contando sus preocupaciones acerca de la Bestia: “Un rico excéntrico se llevó el edificio piedra por piedra a Amecameca. Además del espiritismo y otros emblemas de la época, otro tema irresistible era La Castañeda, recién estrenada en la época, por lo que prácticamente mi personaje es el primer residente del manicomio porque justo va a dar ahí cuando está recién inaugurado. Ya ha aparecido antes La Castañeda en un cuento mío, pero ésta era la oportunidad de situarla ahí, porque además se trata de la parte más íntima de la novela, donde Eugenio Casasola escribe un diario de locura, y desde ahí habla de sus obsesiones y cuenta las razones por las que porque fue a dar ahí: por ser un conscripto”.

Bernardo Esquinca ha prometido escribir el final de esta saga, aunque aún no comienza: “Todavía no empiezo a escribir la última novela, pero ya estoy listo. La novela que cierra este cuarteto, lo digo así porque Casasola me pidió continuar, pero ahora él me está diciendo que hay que darnos unas vacaciones. Después de la cuarta novela va a ser muy bueno que Casasola y yo nos dejemos de hablar durante un tiempo. Mientras tanto tengo otras ideas para hacer, y probablemente en algunos años Casasola y yo volvamos a ser cómplices. Esta cuarta novela ya la tengo estructurada en la cabeza, va a ocurrir en el presente, pero también una parte en el pasado con la Ciudad de México como protagonista principal”.

Por Jorge Vázquez Ángeles

Investiga con Casasola los misterios de gandhi.com.mx

MasCultura 02-jun-16