“A Tijuana le debo ser escritor”, asegura Hilario Peña.

“A Tijuana le debo ser escritor”, asegura Hilario Peña.

Hilario Peña (1979) supo que quería ser escritor desde chavito, pero también sabía que no iba a aprender a serlo estudiando en la Facultad de Filosofía y Letras, por lo que decidió tomar el camino “más largo y más difícil”: el del voraz lector. Así que digamos que sus maestros fueron [nada menos que] James Cain, Raymond Chandler, Martin Goldsmith, Dave King, Jim Thompson y Charles Williams.

Su destino en su natal Mazatlán, Sinaloa quizá hubiera sido como dependiente de una tienda de abarrotes, eso sí, uno muy leído, pero terminó la carrera en Ingeniería Industrial y, como muchos, decidió irse a Tijuana, “en donde puedes levantar el dinero con pala”. Fue ahí, trabajando como capataz en una maquiladora de capital asiático, en donde conoció la materia prima de sus historias: gente normal que habla normal y luce normal pero que, al observarlos más de cerca, tienen una historia de vida que los vuelve personajes literarios a los ojos de un escritor. 

Hilario empezó a escribir una vez que se sintió listo para hacerlo, y por mucho tiempo lo hizo para su propia complacencia, hasta que un día se animó a enviar el manuscrito de Malasuerte en Tijuana a la editorial Random House Mondadori México, y contra todo pronóstico personal, lo llamaron de inmediato y en tres meses ya estaba publicada –con todo y portada del Dr. Alderete- bajo el sello Literatura Mondadori.

No es difícil saber qué fue lo que a Edgar Kraus, editor de Mondadori, le gustó de Malasuerte en Tijuana, quizá sea la forma tan natural en que Hilario construyó a Tomás Peralta: es norteño y se le nota, es bruto y también se le nota, pero también es un pobre inocente que huye de su pueblo -en donde no lo querían y lo apodaban Malasuerte por pelirrojo- y se enrola en una travesía ferroviaria cuyo destino final será Tijuana, en donde confiado de no ser feo y tener “buen cuerpo”, se presenta a un casting para strippers en el salón de baile Mondo Bizarro, pero lo batean por sus nalgas peludas y su pinta de salvaje. Aunque al final por esa misma salvajez lo contratan como cadenero, trabajo en el que se desempeña hasta que el dueño del lugar le pide rastrear unas fotografías comprometedoras, y es ahí cuando Malasuerte le toma gusto al oficio de detective privado.   

En El infierno puede esperar, segunda entrega de la que será una trilogía, Hilario une la historia de Malasuerte con la de Silverio, un vendedor de accesorios para celular, fanático de Los Apson, oriundo de Mazatlán, Sinaloa, que se une a los testigos de Jehová convencido de que así cambiará su suerte, pero en uno de sus peregrinajes conoce a Telma: “En sus ojos veía mi perdición; el movimiento de su melena pelirroja evocaba las llamas del infierno, en cuya hoguera nos cocinábamos juntos”. Es por esta pelirroja que Silverio se convierte en asesino y conoce a una serie de personajes que le ven la cara y lo van llevando a cometer crimen tras crimen, hasta que una vez encerrado en el penal acusado por tráfico de armas del ejército, un reo –influyente y con privilegios- le propone ser el doble de un capo muy importante, y es cuando Silverio se encontrará con el detective Malasuerte.

Las historias de Hilario Peña tienen la particularidad de desarrollarse en ciudades del norte de México, especialmente en Tijuana, en donde como todos sabemos, se están viviendo episodios de violencia extrema. Pero esta violencia, a diferencia de la “violencia desértica de Ciudad Juárez”, es -hasta cierto punto- “más colorida” y kitsch.

No hace falta recordar que esto es literatura y que en la página escrita no hay concesiones, así que no hay porqué defender o justificar el humor negro con el que Hilario aborda y expone la realidad tijuanense en sus historias.

Pero lo que sí amerita una mención aparte, es que tanto en Malasuerte en Tijuana como en El infierno puede esperar, pareciera que Hilario Peña escogió al azar a dos tipos en la [calle] Emiliano Zapata de Tijuana y les preguntó a qué se dedicaban, cómo llegaron a Tijuana, en dónde viven, qué música escuchan, cómo es la mujer que aman, qué carro conducen, etc. Porque Silverio y Malasuerte son personajes completamente verosímiles, y en esa verosimilitud también nos damos cuenta que una cosa es saber de Tijuana por lo que vemos en Televisión, y otra muy diferente es vivirla día a día. Y aunque muchos estemos consternados por lo que ahí sucede, tampoco tenemos el fresco completo, y de eso se ocupa Hilario Peña en sus novelas, de mostrarnos, sin amarillismos ni discursos predicadores, la verdadera realidad tijuanense de dos tipos cualquiera.  

Conozcan al autor en la entrevista que nos dio en la pasada FIL de Gualdalajara. +

Ve cómo Hilario Peña le da voz a Silverio de “El infierno puede esperar”

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