Cuando por primera vez nos enfrentamos a un entorno completamente ajeno o desconocido, nos maravillamos en la misma medida en que sentimos cierto recelo. A Ismael, el personaje central de El país de la oscuridad (El Naranjo), le sucede algo similar. Su autor, Andrés Acosta, nos comparte sobre esa experiencia como base de su nueva novela.
“El país de la oscuridad es una novela juvenil que trata de un chavo que gana una beca para una residencia artística en el extranjero. Él es muy joven y en realidad lo que quiere es irse de su casa, separarse un poco de su papá. Ve la oportunidad y aplica a esta beca, sin creer que se le vayan a dar porque es el más joven. Cuando se la dan, no sabe –como se verá a lo largo del libro– si es una maldición o si es un premio. Él se va a un entorno completamente distinto, a convivir con una cultura distinta como es la escandinava, con un clima adverso, frío, los días muy cortos, las noches largas y mucha oscuridad. Comienza un proceso de extrañamiento en el que se va sintiendo cada vez más diferente”, relata Acosta.
Por supuesto, la atracción y el amor no faltan en este relato que, además, es el primer libro completo que ilustra Brenda Hinojosa. Sin previo aviso, Ismael “se siente atraído por una chava que se llama Gunda; ella es una ceramista que se encuentra también en la residencia artística y comienza a espiarla. A cada uno de los artistas le asignan un estudio en el bosque y él la observa sin saber todas las consecuencias que esto traerá más adelante”, continúa Acosta.
La creación artística es sólo el pretexto para sumergirnos en una serie de eventos donde la sensualidad, el desencanto y las ideas suicidas se dan cita. Comparte el autor: “La novela apuesta por salirse un poco de lo consabido de la literatura juvenil. Habla de algunas de las preocupaciones que por lo menos yo tuve cuando era joven. Cuando leí a Camus uno de los principales temas a debatir era el suicidio porque me interesaba en ese momento. Y esto está relacionado con el extremo opuesto que es la sensualidad del personaje de Gunda. La idea era crear una novela que no tratara solamente los temas de moda, que no fuera complaciente. Creo que arriesga porque trata temas un poco difíciles y además no toma a los jóvenes por tontos”.
Uno de los elementos más sorprendentes y aterradores de la novela es el entorno natural y algunas de las interacciones que el ser humano sostiene con él. Y es que, confiesa Acosta, “parte de la novela tiene que ver con experiencias propias pues yo he tenido residencias artísticas en varias partes del mundo. Entre ellas, una muy parecida a la de la novela, en Austria. Una de las primeras experiencias del personaje es real, yo la viví: lo llevan a conocer un glaciar, sólo que éste es subterráneo. Es agua que está congelada desde hace millones de años y puedes beber un poco de ella”.
Aquel glaciar es sólo el preámbulo, el primer punto natural en un itinerario que se aventura por mares helados, fiordos y uno de los muchos acantilados preferidos por los suicidas. Señala el autor que “esos lugares existen en varias partes del mundo. Hay uno muy conocido en Japón, que es un bosque, el Bosque de los suicidas. El de la novela también es real. Está en Austria, en Salzburgo, que es precisamente donde yo estuve. Es una roca desde la que se suicidan algunos austriacos. Y es que la mentalidad de ellos es la de no fallar. Existe una roca que está en el bosque, en las afueras de Salzburgo, y desde esa roca, quien se arroja no tiene posibilidades de sobrevivir. También está los fiordos. Una relación entre la tierra y el mar que va socavando la roca lentamente. Lo que produce son estas vistas majestuosas que asombran a nuestro personaje”.
Para rematar, la presencia natural nos lleva a un extraño “jardín” de rocas, cuyo creador es un personaje de oficio singular que Andrés Acosta descubrió por casualidad: “Hace tiempo vi un documental de un hombre que se dedicó, durante décadas, a extraer muestras de roca en estas latitudes extremas del mundo que son los polos, para ir analizando las capas geológicas, que son una historia de la Tierra. Ese tema me fascinó. Así, los dos temas se van tratando de manera paralela para que el lector saque sus propias conclusiones, pues no está resuelto completamente en la novela”.
¿Es una novela juvenil? Mientras comentamos los derroteros que Andrés siguió para crear El país de la oscuridad, coincidimos en que la idea de la ‘literatura juvenil’ no es del todo precisa. Apunta el autor: “El tema no está claro porque es una literatura, si es que podemos decir que existe como tal, muy reciente. La literatura infantil proviene del reconocimiento de la infancia en la sociedad. Desde que los niños dejaron de trabajar y se les otorgó el derecho de estudiar, de ser niños, surge la literatura infantil en sus raíces más antiguas y poco a poco se fue moldeando. Es más reconocible a la juvenil, que además es posterior. La literatura juvenil comienza a surgir en la segunda mitad del siglo XX, un periodo en el que nace la idea de la juventud como la conocemos ahora. Además se fue extendiendo: hoy, gente en los 35 años, que en la Edad Media ya hubiera muerto, es considerada joven. Entonces surge la necesidad de contar las historias de los jóvenes. Pero es tan reciente que no se ha acabado de formar, ni siquiera hay un acuerdo sobre su existencia”.
¿Por qué entonces ese furor, esa insistencia en crear colecciones para jóvenes? Andrés Acosta apunta: “Lo que sí existe es la edición de novelas juveniles. Eso es un hecho concreto. Pienso que desde que ponemos en un marco específico una novela, la convertimos en eso. Si una novela ‘clásica’ la editamos en una colección ‘juvenil’ se transforma en una de este corte. Todo en el arte es voluble, impreciso, tiene una frontera borrosa. Pero la edición es clara: editamos para niños, para jóvenes o para adultos. Curiosamente, ahora pasa un fenómeno inverso: la literatura infantil está borrando las edades para que también sea leída por adultos”.
Al terminar la novela figura una pequeña ficha biográfica de los autores y un dato llama la atención: el hecho de que esta historia fue soñada por Andrés Acosta hace más de tres décadas. Relata Acosta: “Cuando tenía unos veinte años estaba en un taller literario. Tuve un sueño y se lo conté a un amigo escritor. Me dijo: ‘Me acabas de contar el argumento exacto de “La hija de Rappaccini”, la única obra de teatro que escribió Octavio Paz’. La busqué, la leí, y al final me di cuenta de que Octavio Paz dice: ‘Esta novela está basada en un cuento de Nathaniel Hawthorne.’ Voy al cuento y dice: ‘Esta historia está basada en un pasaje de la literatura india antigua.’ Voy a buscarla y asombrosamente es la misma historia. Así es que esta historia se ha contado muchas veces, es una especie de renovación: en lugar de ser un estudiante italiano en Padua, que mira a un padre con su hija desde una ventana del castillo, la vive un personaje contemporáneo”.