Cuento inédito “I’m (not) a hero pt. 4. betrayal revelation

Hoy se me acaban las ganas de salvar al mundo. Después de un breve vistazo a los titulares y a los noticiaros, no puede quedar otra resolución. La raza humana se resiste a ser salvada, es incapaz de mover un dedo en defensa propia. Durante tantos años mucha gente ha pensado que cualquier escenario desfavorable tiene arreglo, que siempre se puede dar la vuelta al marcador contra el destino y ganarle, porque lo bueno de que no haya un partido de vuelta es que hay un ganador definitivo y que ése podemos ser nosotros. Pero no. Ahora entiendo a Rorschach: la mierda les llegará hasta las gargantas antes de que se den cuenta, antes de que acepten la mano que uno les tiende y, sí, ahora coincido con él; al unísono susurraremos una negativa tajante.

Hace un par de días intenté salvar una abeja a toda costa. La pobre había volado hasta allí en busca de alimento, mientras lo único que quedaba en mi jardín era una nochebuena que ya amenazaba con marchitarse. Esa abeja se movía pero no emprendía el vuelo. Le di una gota de agua e intenté trasladarla hacia la flor. Fue difícil. El miedo instintivo le decía que mis movimientos eran peligrosos y trataba de escapar a toda costa. Se cayó muchas veces al suelo, las mismas que la levanté. Cuando por fin pude guiarla hacia los pétalos rojos, había muerto.

Pocos días después encontré a una señora que se disponía a aplastar despiadadamente a otra abeja. La detuve. Traté de explicarle la situación: que las abejas están en peligro, que sin ellas la especie humana se va por el retrete. No le importó. Su justificación: “no quiero que me pique”. Sencillo, gorda estúpida, quítate de su camino y ¡puf! Creo que mi respuesta no le gustó. No lo sé, sus ojos se quedaron fijos de odio.

Comprendí que ella no estaba sola, que su pie no era el único que se levantaba para aplastar un ser indefenso, necesario para su supervivencia, por el simple temor de que el diminuto insecto la atacase, aun cuando el karma instantáneo posiblemente haría que con el aguijón también se le fuera la vida a la abeja. En cambio nosotros éramos islas a la deriva. Por cada persona que intentaba detener el pie, había otras cien que dejaban caer la suela contra el objetivo y contra el defensor.

Al carajo. Ellos quieren que el mundo se los cargue, que así sea.

Opté por la indiferencia. Mi carcajada se unía a la de Eddie Blake cuando veía las catástrofes y sólo esgrimía una broma. Me llamaron cruel. Me dijeron que ensuciaba el uniforme. Me gritaron que no merecía el título de héroe. ¿Quién chingados quiere un puto héroe? Son ustedes los que necesitan un mundo que quiera ser salvado. Para su desgracia ese mundo que tanto anhelan proteger los rechaza. Así ha sido siempre, así siempre será. Me expulsaron del grupo. Comenzaron una cacería cada noche y cada día. Emboscadas. Guerra de guerrillas en cada rincón de la ciudad. Súbitamente me convertí en el mayor peligro potencial para quienes fueron mis

compañeros. Demasiado poderoso para odiar a la humanidad, demasiado peligroso para seguir vivo. Por eso, Doctor Manhattan se fue a Marte, entendió que de quedarse desataría el apocalipsis. Adrian Veidt quiso la salvación al inventarse un enemigo común y Jon Osterman aceptó el trato de ser el villano para que el mundo girara en paz.

Me rehúso. Es mi último pedazo de dignidad. El mundo ya me ha arrebatado mi identidad y mi vida, no le dejaré que me arrebate la diminuta pizca de libertad que me queda.

Esto no es salvar a la humanidad por medio de la destrucción de la misma. Les grito desde lo alto del edificio, bajo la lluvia y la tormenta eléctrica. Esto es el epítome de su propio credo. Es un deseo egoísta que un individuo cumple por capricho. No pueden creerlo. Lo veo en sus caras desencajadas, en las mandíbulas completamente abiertas. Puedo sentir sus latidos apresurados. Emocionados por el combate que está a punto de librarse, porque al fin, después de tantos años de contenerse para no causar un cataclismo, deberán despojarse de sus propias ataduras si quieren salvarse. Pero no. Esto no es un acto de enseñanza para ellos. No soy un nivel de tutorial ni el jefe final del videojuego. No soy el mentor que se sacrifica para que sus pupilos adquieran la dureza necesaria. No soy el ejemplo a seguir. Sólo soy un suicida cuyo impacto de daño destruirá un pedazo del planeta.

Sé que la raza humana tal vez seguirá existiendo después de esto. Sé que tal vez uno o dos de ellos sobrevivirán. Sé que mi nombre será acomodado junto al de otros villanos, a otras personas non-gratas de la historia. Sé que mi rostro estará al lado de Lucifer, que los predicadores de todas las religiones exclamarán que mi cuerpo sufre el mismo castigo de Judas o su equivalente.

Exhibo ante ellos los cadáveres de todos los niños que pude asesinar en trece días. Cuerpos desnudos, mutilados, acomodados en nuevas fisiologías, estructuras que emulan moluscos devorándose unos a otros. He aquí mi tributo a su esperanza. Soy un monstruo, lo sé. Simbolismos aparte, sólo quiero que se enfurezcan y pierdan la perspectiva, quiero que en sus entrañas pulse la necesidad de desintegrar mi cuerpo, que toda su energía se una a mi estallido para tener aún más daños colaterales en el combate. Soy Nitro a punto de desatar la última guerra civil en el mundo. No quiero volver al punto cero, no quiero un reset de la partida. Esto sólo es el cinemático previo a un Game Over definitivo. El Joker estaría orgulloso.

La mueca de sorpresa horrorizada ha dado paso a las mandíbulas apretadas, a puños listos para golpear con toda su fuerza, al cuerpo flexionado, inclinado hacia delante, en espera de la señal para iniciar un ataque coordinado. Bien.

Detrás del odio y la ira puedo notar su alegría. Gozan tratando de destruirme. Disfrutan esa libertad que les he dado: pueden descargar sobre mí toda su furia, pueden despedazar la ciudad entera intentando derrotarme y tienen la certeza de que el mundo se los agradecerá; que serán recibidos sobre los escombros con un gran aplauso.

Tengo un par de costillas rotas, pero todo va según lo planeado. Individualmente, sus habilidades son nulas. Los guío hacia el punto donde se puede causar la mayor cantidad de daño. Las explosiones sincronizadas deben causar una destrucción irreversible al mundo, deben acelerar un poco más la extinción.

Son demasiado tercos, aún cautelosos. Saben que un ataque coordinado devastará varios cientos de miles de kilómetros a la redonda. No importa. La esperanza de vencerme se les agota. Ya se han dado cuenta de que si no lo hacen así serán derrotados.

Llegamos.

Ellos frente a mí, formados. Utilizarán su último recurso.

Perfecto.

Se han dado cuenta de la localización.

No importa. Ya no.

Soy la bomba del Zar soy la última visión a kilómetros a la redonda soy el último ángel del Apocalipsis soy una supernova soy el Amén soy el Omega sin la promesa del Alfa soy la última deidad a la que rezan soy todas las confesiones honestas de último minuto soy el beso de despedida que no se concreta soy el par de manos que se quedan a medio camino soy la sonrisa resignada soy un agujero negro soy la gravedad aplastando todo lo que entra en mí soy el tiempo detenido soy el ruido sordo del silencio.

Gilberto A. Nava, “Gablot” (Ciudad de México, 1990). Estudió Letras Hispánicas (ffyl/unam). Pambolero por herencia genética y cruzazulino por resignación; fanático de Zelda, entrenador Pokémon por las noches. Pierde la mitad del día en la oficina viendo 9gag. Participó en la antología Telescopio (Fractal Editores, 2013).

Cuento inédito: Por Gilberto A. Nava, “Gablot”

@Gablot_ier_Van

MasCultura 07-abril-04