Niños a ¡leer!: “Entre vueltas y giros”
El mundo es un fantástico laberinto por recorrer, eso descubrió la protagonista de Journey (Imagina), de Aaron Becker, el día que decidió pintar con su gis rojo una puerta en la pared y salir a explorar cómo era la vida del otro lado… Mejor dicho: salir a inventar cómo era la vida en ese otro lugar donde podía emprender todas las aventuras que se le ocurrieran. Sin más herramientas de viaje que su imaginación y un gis rojo, consiguió atravesar en balsa un bosque del Lejano Oriente, tomar un atajo por el interior de un castillo magnífico, volar en globo y llegar tan alto como algunas ciudades flotantes que se impulsan con maquinaria de vapor, topar un exuberante reino dorado, liberar un ave y escapar a toda velocidad sobre una alfombra… Lo anterior y más, relatado página tras página con palabras invisibles.
Todo detective respetable sabe que para resolver cualquier tipo de caso se requiere caminar alguna especie de laberinto. El gran libro de los detectives le rinde honores a los representantes más famosos de la literatura policiaca: Sherlock Holmes y el Doctor Watson, Sam Spade, Nick y Nora Charles, Maigret, Auguste Dupin, el Padre Brown, Charlie Chan, Poirot y Miss Marple. El libro es una introducción fabulosa a la vida y obra de estos personajes legendarios, enumera sus herramientas de trabajo, deja ver sus métodos de investigación, incluso revela el código de conducta que comparten, aun perteneciendo a épocas distintas y teniendo nacionalidades diferentes. La rica información se acompaña de ilustraciones espectaculares, dignas de las andanzas de este grupo de detectives que se tiene ganado con creces su lugar en el estante de los Clásicos.
Y si de historias laberínticas hablamos, pocas tan bien elaboradas como La invención de Hugo Cabret. Más de quinientas páginas que se leen de corrido con la emoción de cuando se camina un laberinto en busca de la salida. Las doscientas ochenta y cuatro ilustraciones que acompañan al texto producen una magia particular: imagina que con el paso de las hojas consiguieras emular el correr de una cinta de película. Hugo Cabret, el protagonista de este relato ambientado en los años treinta, es un niño huérfano que vive en las cámaras de la estación de trenes de Montparnasse. La historia da un giro formidable cuando Hugo se topa con el viejo dueño de la tienda de juguetes de la estación; notarás que una serie de coincidencias hacen alusión personal a Georges Méliès, autor de Viaje a la Luna (1902) y otras películas mudas que sentaron un precedente importante en la historia del cine. Esta referencia de ninguna manera es mera casualidad; sucede que, en la vida real, Méliès fue dado por desaparecido al término de la Primera Guerra Mundial y redescubierto, años después, trabajando en la tienda de juguetes de la estación de Montparnasse.
Los laberintos, con sus múltiples vueltas y giros en el camino, pueden provocar en nosotros una aflicción espantosa; hacernos sentir absurdos, melancólicos, víctimas de un mundo que se entretiene actuando en nuestra contra. Es común llevarse una impresión equivocada en el momento en el que suceden las cosas, sin embargo, pasa seguido que al final del día, cuando miramos atrás, descubrimos que ese laberinto recorrido fue más bien una suma de sucesos afortunados. Todos hemos sido alguna vez Bruno, la oveja sin suerte. Y mejor darse cuenta de ello a la salida del laberinto que no enterarse nunca.
El día que los crayones regresaron a casa confirma la nada disparatada sospecha de que poco importa la dificultad del laberinto a recorrer; las tortugas marinas, las aves migratorias y los crayones siempre se las ingeniarán para regresar a casa. Duncan y sus crayones coloreaban de lo más felices, en lo que parecía un día cualquiera, cuando un montón de postales llegaron con el correo. Los remitentes eran todos esos crayones que Duncan alguna vez había extraviado en las vacaciones u olvidado en un rincón remoto de la casa. Crayón Rojo Neón se encontraba varado en la otra punta del continente, Crayón Turquesa en el fondo de la lavadora, Crayón Guinda había sido tragado por el sillón y Crayón Bronce vomitado por el perro. Sin embargo, todos deseaban volver a casa, convencidos de que incluso los niños distraídos como Duncan se merecen una segunda oportunidad.
Por Karen Chacek
MasCultura 06-feb-2017