Jóvenes: "Córrele por tu tatuaje"

¿De veras vas a escribir sobre tatuajes? ¿No te parece que ya están suficientemente alocados los chavos? ¿No sabes que los tatuajes son “el resultado permanente de un momento de locura pasajera”? Oh, sí. Tengo una amiga que piensa así (bueno, seguramente tengo más de una, pero fue una la que se me puso punk) y que estaba inquietísima por el tema de este mes en Lee+.

Espera, le dije. ¿Tú crees que por leer recomendaciones de libros que hablan de tatuajes una o un adolescente va a ir corriendo al estudio de tattoos más cercano a pedir que le pongan una estrellita en el cuello o un símbolo de infinito en el tobillo o un dragón yakuza en la espalda? Si de verdad tuviera yo ese poder, ya estaría lanzándome para Emperatriz del Universo, pensé. Pero no me quise poner a discutir con ella porque, si algo he aprendido con los años, es que hay que escoger bien las batallas. Claro, podía dedicar horas a argumentarle que un tatuaje es una decisión personal y que ni siquiera son tan mal vistos en estos tiempos como lo eran antes en nuestra sociedad (y que en otras sociedades son incluso señal de estatus); pero al final ella se quedaría con su idea y yo con la mía. Y no le iba a prestar alguno de mis libros sobre el tema porque seguramente no lo iba a leer ni me lo iba a devolver. Por cierto, si les interesa la historia de los tattoos, les recomiendo mucho La biblia del tatuaje, de Vince Hemingson, publicada en español por Grupo Editorial Tomo.

Así que no alegué, pero me quedé pensando en esa idea, que me parece tan fantasiosa, de que un o una adolescente pudiera cambiar por completo su conducta por haber leído un libro “impropio”. Para empezar, ¿qué es “impropio”? ¿Quién lo decide? Por ejemplo, la semana pasada leí Maldito Romeo, de Leisa Rayven (Suma de letras). Tiene escenas sexuales, sí. Con descripciones sonrojantes, por decirlo de alguna manera. Y no falta el personajillo que se pone hasta atrás o que se fuma un churro. Pero, sobre todo, es una historia bien escrita, divertida, de una chava aspirante a actriz que, por primera vez en su vida, se enfrenta al hormonazo total: hay un tipo que, nomás verlo, hace que se llene de lujuria. Dudo mucho que alguien termine de leerla y corra a inscribirse a clases de actuación y de ahí a buscar con quién darse un revolcón. Más bien creo que quien la lea correrá a buscar la segunda parte, Julieta rota, pero —oh, decepción—, todavía no sale en español. En todo caso, Maldito Romeo no trata sólo de sexo, aunque cuando aborda el tema lo hace con naturalidad, sin caer en el panfleto informativo.

Ahora bien: se cuenta que sí hubo un libro que provocó una especie de histeria colectiva: Las penas del joven Werther (a veces traducido como Las desventuras del joven Werther), de Johann Wolfgang von Goethe (hay varias ediciones disponibles). La historia, aunque fue escrita en el siglo xviii, bien podría entrar en el género “novela juvenil”: trata de un muchacho que se enamora de una mujer comprometida con otro. Ella lo corresponde pero no puede romper su compromiso y el muchacho se suicida. Dicen que, cuando se publicó, la novela fue prohibida en muchos lugares de Europa porque a los chavos les daba por buscar un amor imposible y suicidarse. Habría que investigar si fue sólo el libro o el ánimo de esos tiempos, porque ahora se le considera un clásico, no un peligro (y, clásico o no, está muy buena, sí conviene echarle el ojo).

¿Será que si leemos un libro sobre cavernícolas nos dé por hacer pinturas rupestres? ¿O que si nos acercamos a un poemario en sefardí, esa forma de español antiguo que aún hablan algunos descendientes de los judíos expulsados de España en 1492, nos dé por hablar así? ¡Bueno fuera! Porque se trata de una lengua hermosa, llena de melancolía, que nos hace imaginar cómo fue en otros tiempos nuestro siempre cambiante idioma. Si quieren hacer el experimento, les recomiendo Ansina, libro de poesía de Myriam Moscona y publicado por Vaso Roto Ediciones. Los poemas me gustaron muchísimo y me pasó algo curioso: reconocer palabras del español actual detrás de las versiones ladinas fue como reconocer rasgos míos en fotos antiguas de mi madre o mi abuela. No sé si me explique. Ah, y no hay que tener miedo de no entender. Porque además de que el ladino es muy cercano a nuestro español, el libro cuenta con un glosario, sólo por si la lectura no tuviera el efecto mágico que le asigna la amiga de la que les platicaba.

Por Raquel Castro

MasCultura 08-may-16