Artículo: Microeditoriales. Salir a buscar lectores

Hace unas semanas nos visitó en la librería —ubicada en el viejo centro comercial-popular de Monterrey—, una pareja ya entrada en años. Llegaron alrededor de las ocho de la noche, justo al filo de nuestro horario de cierre. Los recibí por ofrecer el servicio y porque, de todos los negocios, en aquellos donde se venden libros uno no puede cerrarle la puerta a los lectores por cosas tan vulgares como llegar temprano a casa.

“Es que nos dijeron que tenían libros de editoriales independientes y ésos son los proyectos que se deben apoyar”, dijo la mujer mientras su acompañante, un hombre alrededor de sesenta años, alto, delgado y canoso, comenzó a merodear en el librero de poesía con títulos de editoriales como Bonobos, Andraval, Alias, EBL y Quimera, por mencionar algunas.

La mujer me preguntó por libros de teatro, y cuando le indiqué que teníamos una mesa con ese material soltó un grito de júbilo y revisó sin prisa algunos libros de El Milagro, Jus y Arlequín. La pareja anduvo a sus anchas entre los libreros y las mesas de novedades; a veces tomaban libros, leían la contraportada, después los volvían a acomodar en su sitio. Hicieron un par de preguntas sobre autores y al final, aunque no compraron, quedaron en regresar.

Cuento esta historia porque me parece que queda al dedo cuando hablamos de editoriales independientes: generan muchas simpatías, sorprenden a los lectores con sus catálogos y la meticulosa selección de sus autores, pero al final del día la mayoría de sus libros se quedan en los estantes porque una amplia porción de nuestros lectores contemporáneos sigue bajo el influjo del mercado editorial que apuesta por dos cosas: novelas fáciles de vender —porque refritean temas y estilos ya probados— y autores de larga tradición.

¿Es factible fundar más editoriales “independientes” en nuestro país, que puedan permanecer más de cinco o seis años ante el embate de las transnacionales? La respuesta es sí, siempre y cuando aprendan a constituirse desde la periferia y aprendan a mirarse como una empresa.

Hablo de empresas porque es importante visualizarlas como eso: el término independiente es lesivo para muchas de ellas porque asociamos este adjetivo no sólo con términos de renovación, sino también de “hecho al vapor”, aunque esos conceptos han ido desapareciendo con el tiempo. Y hablo de la periferia —sin el sentido peroyorativo— por mencionar un mercado con sus reglas bien definidas de producción, distribución, mercadotecnia, promoción y vinculación de los libros con los lectores.

En México tenemos muchas empresas editoriales que operan desde sus distintas periferias. Algunas han podido leer mejor esa amplia familia y los nichos que se conforman en la República de los Lectores, como Almadía y Sexto Piso, que en más de una década han construido una personalidad para sus mercados. Para una empresa editorial emergente leer el nicho al que va dirigida es fundamental. No se trata de compararse con otra editorial, no se trata de copiar lo que hace otra, sino de volverse visible desde el proyecto propio.

Otra cosa que tienen en común las editoriales emergentes, como prefiero llamarlas, es que además de los libros ofertan para el público lector una serie de productos culturales como talleres, ciclos de lectura, caravanas de lectores, escuelas de escritores, centros culturales y librerías como El Ermitaño en la Ciudad de México, la famosa Caravana Gonzo de Producciones El Salario del Miedo o los encuentros de ilustradores que la Editorial Resistencia ha llevado a cabo desde hace años. La distribución alternativa también es sintomática de las editoriales emergentes. Tumbona Ediciones, por ejemplo, hace tianguis del libro y open house a los que invitan a artistas, músicos, y ofrecen descuentos en sus libros. Si las grandes cadenas editoriales son dueñas de las amplias superficies en las librerías, las editoriales emergentes buscarán medios de ofrecer sus libros sin intermediarios.

Cada editorial emergente aprende a serlo a su manera y como en ninguna otra en sus colecciones se ve reflejado su editor, quien deja su sombra y gusto por temas y estilos literarios. El editor de estas casas emergentes es aquel que aprende a mirar los libros no sólo por sus ganancias, sino también por su capital cutural, y que aprende a editar con sobrado arrojo para calcular proyectos de riesgo: publicar a tal autor que no se conoce, idear un libro que sorprenda aunque esto es, asumo, una asignatura de todo editor que apuesta por libros raros. No conozco a editor independiente que esté lo suficientemente decepcionado de un libro porque no vendió; acaso porque tal vez no logró hacerlo como quería.

En 27 Editores, la editorial emergente, la empresa editorial que mantengo en Monterrey junto con Orfa Alarcón, hemos tenido que sortear también esos escollos. Al leer el mercado nos dimos cuenta de que no había un sello enfocado sólo en publicar novela breve y apostamos por ello. Para hablar del tema de la distribución tuvimos que plantear un sistema sin tantos intermediarios y que nos ayudara a construir un grupo de clientes fieles. Como oferta alternativa al proyecto editorial gestionamos una librería especializada en sellos independientes. En la librería, de la que hablé al principio, sólo hay textos de editoriales como El Naranjo, Jus, Almadía, Andraval, Nitro Press, La Cifra, por mencionar algunas. Para imprimir hemos buscado alianzas con otras editoriales, o bien, con instituciones culturales o universidades.

Ésa es otra característica de las editoriales emergentes mexicanas: funcionan con arrojo, sí, pero también con el cobijo de instituciones y universidades que son las que por lo general imprimen o compran ejemplares por adelantado.

Las grandes preguntas al hablar de estas editoriales tienen que ver con su capacidad para sobrevivir e innovar; es importante que el editor y el equipo de este tipo de empresas aprendan, al menos en sus etapas iniciales, a no delegar funciones y entre todos editar, vender, montar stands, buscar nuevos mercados, gestionar eventos, buscar clientes.

En 27 Editores y Terraza 27 siempre aceptamos ideas locas, pero con una posibilidad de negocio real. Exploramos el mercado e invertimos en él. Actualmente tenemos un ciclo de lectura de jóvenes menores de veintiocho años, vamos a ferias en escuelas primarias, buscamos extendernos a todas las ferias del libro del noreste del país o gestionamos otras, como el Día de las editoriales independientes —miniferia de libro y encuentro de escritores— que llevamos a cabo en Monterrey y en Reynosa. Sabemos que nuestro mercado no es nacional, pero en esta primera etapa queremos ser lo más visibles que podamos en nuestra ciudad de origen: Monterrey.

Hay editoriales emergentes en el norte, como Alja en Matamoros, Casa Editorial Abismos —que se volvió chilanga—, Nortestación; las regiomontanas Atrasalante, Posdata, An.alfa.beta y Vaso Roto con su catálogo de poesía que envidiaría cualquier editorial trasnacional; en otras partes del país: la toluqueña editorial de poesía Bonobos; Quimera, enfocada en la literatura queer; Andraval en Sinaloa; las tapatías Arlequín, Pollo Blanco, Paraíso Perdido y La Zonámbula; la exquisita editorial Magenta y Textofilia. Ficticia con su apuesta por el cuento, la atrevida editorial La Cifra; la exquisita La caja de cerillos más Literal; Sur+ en Oaxaca; o Elephas, Auieo Ediciones. Taller Ditoria y La Diéresis, que funcionan en la Ciudad de México como editoriales artesanales.

Hace meses, en charla con un editor de una de las editoriales grandes, me comentaba que era una lástima que el mercado no permitiera que muchos de estos proyectos crecieran. Sí, es una lástima que la mayoría de la gente no quiera salirse de la comodidad del libro del mercado, pero cada vez hay más autores que comparten sus mejores trabajos en estas nuevas editoriales emergentes.

Como un corazón, estas empresas sirven para oxigenar el estado monolítico-institucional-mercadotécnico del libro en México, que por lo general publica a los mismos autores, que los lleva a las mismas ferias, que a veces incluso pide a los autores el mismo tipo de libro. Eso raramente ocurrirá en el otro mercado.

En su diversidad está su mayor éxito, pero como dije al principio, el largo viaje de la periferia del mundo editorial no lleva al centro del mercado, sino a un flujo continuo. Cada empresa tiene que hacerse de un nombre, capturar a buenos autores que confíen en ellos, resolver los problemas de distribución, vincular con habilidad los espacios en la prensa y en los medios electrónicos, cosa nada sencilla.

Se habla mucho de la conformación del catálogo como el mayor activo de una editorial, pero en los tiempos de la web 2.0 el mayor reto para nuestras empresas editoriales es la visibilidad, el construir tradición, el tener un sello de identidad que las relance al mercado.

¿Cuántas editoriales mexicanas jóvenes o de mercados alternos hay en México? Hace un par de años llegué a contabilizar más de cien y aún me sorprende que haya más. El número decrece y aumenta siempre, muchas editoriales apenas si sobreviven más de un año o dos, tal vez tres, y llegarán a publicar cinco o siete libros.

El mayor reto es que aprendan a mirarse con objetividad. Cuando trabajé en una editorial mexicana emergente lo que más provocaba presión era que siempre querían compararnos con los grandes grupos —y sus tipos de libros— y nunca íbamos a estar a ese nivel.

Generar y vender libros, proponer autores, es la base de cambio en la industria editorial de nuestro país. La función que las emergentes tienen es valiosísima: abren el juego, provocan, insertan en la discusión de lo literario referentes que no están en el inmenso juego del mercado. Avivan la vida literaria. Recuperan textos.

Para que eso siga ocurriendo deben tener mejor selección de títulos, innovar, quitarse ese aire independiente para volverse empresarios en toda la palabra: empresarios para los otros mercados del libro. Acaso deberían ser más incisivas en la forma como se relacionan con los lectores de siempre, los que compran en supermercados o en las librerías tradicionales que, por lo general, ante la baja demanda de los libros de estas editoriales, no siempre los reciben; pero es un problema de distribución que con los años ha tendido a eliminarse gradualmente.

Vuelvo a la historia de la pareja que visitó la librería pasadas las ocho de la noche y no compró ni un libro. Al menos ahora esos ejemplares que vieron les son visibles. Saben dónde encontrarlos. Se empieza a construir una tradición. No hay que olvidar que Joaquín Mortiz empezó siendo muy pequeña, que Siglo XXI también, por mencionar algunas.

Sin romper sus esquemas literarios, sus conceptos del libro, afuera hay lectores. Vaya que los hay, pero como siempre, hay que salir a buscarlos.

Por Antonio Ramos Revillas

MasCultura 16-may-16