De animales y textos sagrados

De animales y textos sagrados
16 de marzo de 2017
Leonora Esquivel

Evitar causar daño y trabajar para lograr la
felicidad de toda criatura es deber de todos.
Bhagavad Gita

 

El Mahabharata, la epopeya mitológica más extensa incluso que la Ilíada y la Odisea juntas, y que la misma Biblia, es un texto clave para el hinduismo. En él se resaltan extensas descripciones sobre la belleza de la naturaleza y los animales, que aparecen como personajes centrales, capaces de comunicarse, representando papeles de dioses que en ocasiones combinan habilidades, rasgos zoomórficos y antropomórficos. Los comportamientos de estos animales tienden generalmente hacia las buenas acciones, protegen a los héroes de sus enemigos, les dan consejos y sirven de guía durante sus aventuras. Es como si no hubiera una diferencia sustancial entre ellos y los humanos, y como si se les reconociera la hoy tan controvertida característica de persona, dejando constancia de que las relaciones interespecie pudieran ser armónicas y más equitativas.

El Ramayana, otra épica igualmente popular del siglo III a. C., dota a los personajes animales de estados emocionales y capacidades cognitivas. En el Panchatantra, colección de fábulas escritas en una época similar, los animales son los encargados de enseñar principios de buen gobierno y conducta recta: cocodrilos, búhos, monos, toros, peces, palomas, serpientes, tigres, cuervos, conejos, gatos, gansos, ranas, insectos y demás; todos muestran intereses, como no sufrir y gozar; deseos, como tener compañía, seguridad y alimento.

En muchos de los textos los animales desarrollan relaciones de amistad y se ayudan entre sí para escapar de cazadores, que son vistos como crueles por irrumpir en su hogar y destruir familias. Por medio de moralejas hacen una continua referencia a la compasión y a la no violencia como ejes rectores de “una vida sabia y noble”.

Estos dioses que adoptan formas no humanas para dar una lección a los altaneros guerreros nos enseñan que la divinidad también está en los animales, y debemos respetarlos por pequeños o insignificantes que nos los hagan ver. Krishna, por ejemplo, es representada tocando su flauta junto a una vaca y su ternero. Hanuman, el mono, es un aspecto de Shiva, fiel compañero del rey dios Rama, uno de los avatares de Vishnu, quien a su vez se presenta como tortuga, jabalí, león, pez. Ganesha, el elefante, es el dios que elimina los obstáculos, patrono de las ciencias y las artes, cuyo rasgo de personalidad es la fuerza presente en la gentileza.

La creencia hindú en el ciclo de muerte y renacimiento apuntala el respeto a otras formas de vida al existir la posibilidad de reencarnar en un individuo de una especie distinta a la nuestra. Las condiciones para esta reencarnación se determinan por el karma, que significa “acción”, y donde cada acto tiene un resultado inevitable. Estas enseñanzas conducen directamente al concepto de ahimsa, palabra que hace referencia al “no dañar” o la “no violencia”, del cual Gandhi fue el más popular promotor, y lo llevó hasta sus últimas consecuencias.

Un himno védico titulado “La vaca”, escrito mil años antes de Cristo, identifica a ese rumiante con el Universo entero, al ser su leche fuente de alimento para las criaturas; el Mahabharata equipara el amor de madre que tiene una vaca por su ternero. Los Upanishads —cada uno de los más de doscientos libros sagrados del hinduismo—, nos invitan a percibirnos como una unidad, donde el malestar que causo a otros me lo provoco a mí mismo.

Son muchos los ejemplos de textos de la tradición hinduista en los que la relación entre los animales y los humanos está permeada de un sentido de respeto, compasión, compañerismo y complicidad, siendo todos parte de una intrincada red de causalidades en la que la norma para no resultar perjudicado en sus intereses, sin importar la forma que se tuviera, era la de no dañar.

Parece contradictorio que hoy India se haya convertido en uno de los más grandes productores de cuero para Occidente. Al ser ilegal matar vacas jóvenes y saludables, les ocasionan heridas e incluso provocan envenenamiento para justificar su matanza. Su traslado al matadero se hace sin ninguna vigilancia en el trato, y una vez allí son degolladas masivamente, incluso muchas veces son despellejadas vivas.

En uno de los libros del Mahabharata, “Mahaprasthanika Parva” o “El libro del Gran Viaje”, se narra la aventura del justo rey Yudhishthira en su peregrinar hacia las Puertas del Cielo, quien fue acompañado fielmente por un perro durante todo el trayecto. Un vez que ha llegado, Indra, el dios que custodia la entrada, le negó el ingreso al animal, y el monarca se negó a dejar a su compañero, argumentando que “abandonar a alguien que nos es fiel es tan reprobable como matar o robar”. El perro, entonces, se convirtió en la personificación del Dharma, “virtud” o “conducta piadosa”, que implica hacer lo correcto aun cuando se pierda la entrada al cielo. Tras descubrir que todo había sido una prueba, obtuvieron el deseado acceso.

¿En qué momento nos alejamos de preceptos tan sencillos como ahimsa? Elegir entre una acción dañina y otra que no lo es requiere sólo un poco de voluntad y compasión, virtudes que seguramente reconocemos y aplicamos en muchas áreas de nuestra vida. Extenderlas hacia decisiones que tomamos en las que se involucran intereses de los animales, nos hace mejores personas, más solidarios, justos y respetuosos. Hagamos, como Yudhishthira, que las puertas del cielo den cabida a todos los seres que sienten.

@leonoraesquivel