Los otros signos de la mexicanidad: entrevista con Andrés Blaisten
10 de febrero de 2020
Beatríz Vidal
Andrés Blaisten —quien posee una de las más importantes colecciones privadas de arte mexicano— apenas necesita una levísima invitación para comenzar a recordar sus afanes: “La historia de la colección se remonta a los años setenta, yo estudiaba la carrera de pintura en la Academia de San Carlos, y comencé a adquirir algunas obras de mis compañeros y mis maestros. En esos momentos sólo las reunía por el placer de tenerlas y contemplarlas. De pronto, me encontré con algo que no esperaba: en mi casa ya había un conjunto de trabajos interesantes de artistas contemporáneos; ahí estaban los cuadros de Rodrigo Pimentel, de Francisco Toledo, de los Castro Leñero y de Irma Palacios, entre otros. Al darme cuenta de esto, decidí que mi colección debía tener un orden preciso. Mentalmente tracé un guion de cómo tenía que ser. Yo había estudiado historia del arte en San Carlos y contaba con un panorama de los grandes artistas y de aquellos que de una manera inexplicable habían caído en el olvido a pesar de su maestría. Al final, elaboré una lista de los creadores que me interesaban y comencé a buscar sus obras. Esas pesquisas fueron muy interesantes: a comienzos de los años ochenta, muchos de los nuevos galeristas no sabían quiénes eran los artistas que estaba buscando. Los nombres de María Izquierdo, de Gabriel Fernández Ledesma, de Agustín Lazo y de muchos otros no tenían eco en sus espacios. Ellos habían quedado casi olvidados debido a la retórica oficial que sólo miraba a los tres grandes: Rivera, Siqueiros y Orozco opacaban a todos. Incluso, Frida Kahlo aún no estaba encumbrada como hoy lo está. Por fortuna, en las galerías de tradición sí sabían de lo que estaba hablando.
Poco a poco, la lista que había creado empezó a circular de mano en mano entre los galeristas y los dealers. Lentamente, las obras comenzaron a aparecer: algunas estaban en colecciones particulares, otras seguían en poder de los artistas que aún vivían y, por supuesto, unas más se encontraban en las casas de los amigos y los familiares de sus creadores. En estos lugares comencé a hallar las pinturas significativas que me interesaban, y así fue como pude comprarlas. En esos momentos aún tenía la oportunidad de escoger, pues estaba solo en el mercado. A nadie, o a casi nadie, le interesaban estas creaciones. Casi nadie se había dado cuenta del valor de mis hallazgos, y esto permaneció hasta el día en que me visitó Fernando Gamboa, uno de los mejores curadores y creadores de exposiciones de nuestro país. Él se preguntaba por qué no conocía mi colección, y yo sólo pude explicarle que era más o menos reciente. El rigor con el que había seleccionado también le llamaba profundamente la atención. A partir de esa visita, muchos museos comenzaron a interesarse, y las obras empezaron a integrarse en algunas de las exposiciones que se montaban. Evidentemente, con el paso del tiempo, la primera lista de creadores que había contemplado comenzó a ampliarse más y más, los descubrimientos y el conocimiento me ayudaban a afinarla cada vez más. Por desgracia, algunos de los creadores que no había considerado en la primera relación —como ocurrió con Frida Kahlo— terminaron volviéndose inaccesibles. Hoy sólo tengo un dibujo de ella y perdí la oportunidad de comprar algunos de sus cuadros fundamentales. Aunque el hubiera duele, lo dejé atrás y seguí adelante.
“A pesar de todo lo que ya había crecido, la colección seguía manteniendo un rumbo preciso: el objetivo era reunir la obra de los artistas mexicanos de la primera mitad del siglo xx que estaban buscando nuestras señas de identidad y que, gracias a esto, nos daban la posibilidad de reconocernos en la pintura. Este movimiento, único en el mundo, generó grandes piezas que estaban marcadas por este afán de búsqueda de lo mexicano. Por esta razón, Frida no formaba parte del primer guion. El primer gran momento de la colección ocurrió en la exposición dedicada a María Izquierdo que se montó en el Centro Cultural Televisa. Para sorpresa de los curadores, yo tenía veinte cuadros de ella; por si esto no fuera suficiente, de manera paralela a la exposición de María Izquierdo se montó otra sobre sus contemporáneos, ahí también me pidieron cerca de treinta piezas de otros artistas. Esa fue la primera ocasión en que se presentó un contingente importante de mis adquisiciones y mi colección empezó a llamar la atención de los curadores y los museos. La razón de su interés era clara: ellos descubrían que la colección ofrecía una lectura que no se había dado sobre el período que abarcaba y que iba más allá de los tres grandes. Fue entonces que muchos historiadores comenzaron a trabajar sobre esta época y así llegaron otras exposiciones, libros, trabajos monográficos y artículos que se referían a las piezas que poseía. Incluso, muchos de los cuadros comenzaron a salir al extranjero para mostrarse en museos de otros países”.
—Tu colección abrió una ventana al mundo para estos artistas que estaban ensombrecidos por los tres grandes —afirmé para recalcar sus palabras.
Andrés nada se tarda en responderme:
“Efectivamente, la colección comenzó a verse y a estudiarse no sólo en nuestro país y en América Latina, sino también en Europa y Estados Unidos. Gracias a ella, la mirada que tradicionalmente se tenía sobre el arte mexicano comenzó a refrescarse, a buscar nuevas lecturas y a adentrarse en perspectivas distintas. Creo que hoy existe un mayor interés internacional por la pintura mexicana de la primera mitad del siglo xx; incluso, puedo pensar que este interés es mucho más importante en el extranjero que en nuestro país. Esto es notorio en los proyectos curatoriales que piensan en mi colección y en las obras de estos artistas, la gran mayoría de ellos son europeos y estadounidenses”.
—Los cuadros de María Izquierdo son muy importantes en tu colección, ¿qué fue lo que te atrapó de su pintura?
“Desde el comienzo de mis trabajos como coleccionista, ella se mostró como una de las artistas más auténticas en su búsqueda de la mexicanidad, un hecho que la hacía indispensable y le daba un lugar destacadísimo en mi primera lista. Las razones de esta perspectiva son claras, absolutamente precisas: en sus obras no sólo se revela una introspección personal, sino también una búsqueda del país a través de las culturas populares, de las vivencias de infancia, del campo… Todo esto se amalgama en cada una de sus creaciones. Si tú pones cualquiera de sus obras en un museo de cualquier lugar del mundo, de inmediato se descubre que tiene un tono diferente que recupera la mexicanidad. Sus cuadros son como una bandera mexicana que se distingue de inmediato.
Aunque los cuadros de María Izquierdo son fundamentales en mi colección, curiosamente ella no es la artista que tiene mayor presencia. Ese lugar le corresponde a Francisco Díaz de León. Su obra, aunque me interesaba desde el principio, llegó a mi colección por otras circunstancias que vale la pena recordar. Él pintó muy pocos óleos, pues la mayor parte de su obra son grabados. Yo tuve la fortuna de conocer a sus hijas y una de ellas, Graciela, tenía un cuadro maravilloso en su casa. Durante varios años intenté convencerla de que me lo vendiera sin lograr el éxito. Sin embargo, llegó el día en que me llamaron ella y su hermana Susana. Me dijeron que por el trabajo que había realizado para difundir la obra de su padre y por el interés que tenía en él, habían decidido donarme todo el acervo de Francisco Díaz de León… menos ese cuadro. Yo lo recibí agradecidísimo y comenzó a clasificarlo mi hija Renata Blaisten que es historiadora de arte, pues en él no sólo estaban las obras de Díaz de León, sino también muchas de las creaciones de sus contemporáneos que había atesorado. Finalmente, el cuadro que me interesaba me lo vendió Graciela y hoy ya forma parte de la colección”.
—Pero en tu colección ya no sólo se encuentran las obras de la primera mitad del siglo xx.
“Efectivamente, cuando ya tenía un cuerpo representativo de este período, y debido a mi interés histórico, comencé a explorar las raíces que nutrían a esa mirada. El arte es un continuo y la búsqueda de la mexicanidad estaba vinculada con las creaciones del siglo xix y de los tiempos de la Nueva España. La colección siguió creciendo y, sin dar espacio a la pintura popular, se concentró en los grandes maestros, en los artistas muy hechos. Me interesan las obras de excelente factura. De esta manera, la colección aumentó en aquellos tiempos y hoy se ha transformado en una fundación que nació en el año 2000 para difundir el arte mexicano. Después de esto se creó un museo virtual que aún permanece y se enriquece constantemente. Este museo fue galardonado por la Unesco como el segundo mejor de América Latina”.+