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Un símbolo impronunciable: El nombre de Prince Rogers Nelson

Un símbolo impronunciable: El nombre de Prince Rogers Nelson
24 de febrero de 2020
Gilberto Díaz

La extravagancia combinada con una personalidad enigmática fueron una constante en la carrera de Prince Rogers Nelson, mejor conocido como Prince; o al menos así lo fue desde que inició su carrera en 1978 y hasta 1993, y desde 2001 hasta su muerte en 2016. Una parte de esa extravagancia se manifestó de una manera muy particular durante ese intermedio de ocho años, y aún sigue mostrándose como uno de los momentos más singulares de la historia de la música de la segunda mitad del siglo xx: él renunció a su nombre para identificarse con un símbolo impronunciable. Un hecho que colmó de satisfacción a la prensa sensacionalista y, además, provocó cierta zozobra en una industria enfocada en los contratos y las ganancias, antes que en el trabajo del artista. El nombre de ‘Prince’ era una marca y no podía perderse.

El ecléctico talento musical de Prince era claro y extravagante. Era un multi instrumentista que podía combinar a su antojo lo más bailable y sexual del funk con lo más emotivo de las letras del R&B, para finalmente otorgarle la estridencia y electricidad del rock. La suya, era una alquimia sonora que definiría buena parte del pop de los ochenta, y que no dejaba de autoreferenciarse en todas sus producciones. No es una casualidad que su más grande e icónico álbum, Purple Rain, sea la banda sonora de una película casi autobiográfica protagonizada por él mismo a mediados de los ochenta. Sin embargo, como la mayoría de sus contemporáneos, él tuvo una complicada transición a comienzos de la siguiente década; en buena parte, la culpa era de la irrupción del grunge y el rock alternativo, pero también era causada por el cambio generacional de una audiencia que ahora sentía su música como algo demasiado elaborado y desconectado de las emociones dominantes en el mercado.

En 1992, después de disolver The Revolution, la banda con la que construyó la mayo ría de sus éxitos —desde el festivo 1999, el antes mencionado Purple Rain y el multicolorido Around the world in a day, y un breve paso como solista con trabajos irregulares que van desde lo sublime (Sign o’ the Times) a lo controvertido (Lovesexy)—, Prince decidió conformar un otro grupo para enfrentar al nuevo mercado musical, incorporando elementos del jazz y combinándolos con un hip-hop, mucho más cercano al Bronx de los ochenta que al sonido y las líricas de la Costa Oeste de Estados Unidos, tan en auge en esa época.

El resultado de este experimento fue un álbum titulado con un glifo dorado que se conformaba por la unión del símbolo astrológico representativo de Venus y el sexo femenino, con el símbolo astrológico representativo de Marte y el sexo masculino, estilizado con algunos rasgos tomados del Ojo de Horus egipcio y el número siete invertido que, de acuerdo con su autor, representa la música. Prince se refería a él como “Love Symbol”. Sin embargo, el poco convincente resultado en ventas, llevó al artista a una confrontación con su compañía disquera y, para no variar, a tomar medidas radica – les que no pasarían desapercibidas.

El 7 de junio de 1993, en su cumpleaños número 35, Prince decidió cambiarse legalmente de nombre por el símbolo antes mencionado. Muchas personas pensaron que esta acción solo era un acto de excentricidad digno de una celebridad de su tiempo, como el Neverland de Michael Jackson o el performance conceptual que Madonna creó en torno a su libro SEX. Sin embargo, todos ellos estaban completamente equivocados: las motivaciones de Prince eran mucho más complejas. En una declaración pública sobre su cambio de nombre, él afirmo: “Es un símbolo impronunciable y su significado se desconoce. [Sin embargo,] es una invitación a pensar de una manera distinta, es una forma de conectarse en una nueva frecuencia de libertades”. En efecto, la transformación iba más allá de ser una ocurrencia, en ella existía una intención genuina o un concepto razonado durante un largo tiempo.

Para dar cuenta del significado de la adopción de un símbolo como nombre propio, se han dado varias explicaciones, desde aquellas que lo relacionan como parte de la estrategia legal de Prince para rebelarse en contra Warner Bros y el contrato que había firmado, y que le imponía limitantes creativas, hasta motivaciones mucho más personales sobre el estado de su carrera. Lo cierto es que bien podrían ser ambas ideas, pues se amalgamaron en una coyuntura donde el artista se vio confrontado con la realidad y una crisis que, muy posiblemente, le estaba pasando factura en el desarrollo de su creatividad.

El hecho de nombrarse como ese símbolo, le permitiría atraer una atención mediática suficiente para desviar la vista de su trabajo y, al mismo tiempo, evadir el vínculo contractual que su antiguo nombre tenía con el sello discográfico. Tal vez por eso lo mantuvo hasta que ese contrato perdió su vigencia. Pero, sea cual sea la explicación, su transformación en un símbolo fue un acto de resistencia, por lo que ahora podría hacer una declaración frontal y precisa: “La compañía es dueña del nombre Prince y de todo el material etiquetado con ese nombre. Yo me convertí en un peón que utilizan para producir más dinero para Warner Bros”. También se puede entender el impacto por los resulta – dos que obtendría en el ámbito personal: era una manera de disociarse de su yo anterior, de separarse de los errores y las expectativas creadas en el pasado y que no estaban logrando el impacto que él deseaba con su música. De alguna manera, el símbolo impronunciable fue una liberación personal y de la presión que enfrentaba en un momento de crisis creativa. Gracias a él podría tener la libertad de reinventarse y recuperar el camino extraviado.

Pero también existe otro aspecto mucho más profundo a considerar: la influencia espiritual que le pudo haber motivado la búsqueda de una conexión entre su cuerpo, su mente y su espíritu, para asumir una nueva frecuencia creativa y obtener una perspectiva distinta de su obra. Como su nuevo nombre estaba compuesto por una simbología en la que se mostraban el significado de la paz y la divinidad, él podía retomar el equilibrio abstracto del yin y el yang como una representación de su signo zodiacal: Géminis. Incluso, es posible que pudiera buscar la protección y el poder atribuidos al Ojo de Horus, además del misticismo del siete como número sagrado. A estos significados bien podrían agregarse la salud representada en la cruz, la igualdad entre los sexos al combinarlos, y la creencia en una fuerza luminosa y superior que desciende hacia nuestra existencia en esa igualdad.

El “símbolo del amor” que creó Prince, habla sobre la imposibilidad de ser definido desde afuera, sobre el reto de no asumir etiquetas y de no escuchar los juicios que vienen de otros espacios lejanos del ser. El símbolo habla también sobre el encuentro con la verdad interior y cómo representarla en los términos que nosotros lo entendamos. Finalmente, cuando alguna vez lo cuestionaban por su nombre previo, él sólo afirmaba que no le gustaban las comparaciones, que no le interesaba equipararse con nadie, pues la única persona a la que aspiraba ser era él mismo.

A finales del año 2000, cuando expiró el contrato con Warner, Prince recuperó su antiguo nombre, ese que le regaló su madre, y con ello, una renovada creatividad y perspectiva de la creación musical; fue un innovador de la industria al ser de los primeros artistas que vendían su música a través de descargas por Internet. Aquel símbolo bajo el que reconstruyó su libertad y su identidad se convirtió en su inseparable sinónimo hasta el final de sus días.

El “símbolo del amor” de Prince —al final— se convirtió en la representación de sus ideales, de sus creencias y de sus aspiraciones en la vida; una explicación de lo que entendió por amor, paz e igualdad. Por esta razón, pasó de ser una imagen de la rebeldía en contra de la maquinaria corporativa para convertirse en un medio de emancipación personal y creativa. Prince, finalmente, se encontró a sí mismo y se reinventó como artista, apropiándose de su esencia para ser único a través del arte. +