El sol caía casi a plomo sobre El extranjero

Recientemente, en los anaqueles de la Librería Gandhi, llegó al apartado de sociología un ensayo de Georg Simmel titulado El extranjero, igual que la obra maestra de Albert Camus. El texto de Simmel define el título del libro: “El extranjero no es una persona sino una ‘forma social’, esto es, se trata de un vínculo específico de relación, una forma particular de ser con otros. Por tanto, las personas no son extranjeras en sí mismas sino para alguien o algunos que así las definen”.

Albert Camus fue un prestigioso escritor que llevó consigo toda una generación que llegó a la madurez entre las ruinas, la frustración y la desesperanza de la Europa demolida por las dos Guerras Mundiales. El extranjero, novela con cuya publicación saltó a la fama en 1942, tiene como referencia omnipresente a Meursault, su protagonista, a quien una serie de circunstancias lo conducen a cometer un crimen aparentemente inmotivado. El desenlace de su proceso judicial no tendrá más sentido que su vida, corroída por la cotidianidad y gobernada por fuerzas anónimas que, al despojar a los hombres de la condición de sujetos autónomos, los eximen también de responsabilidad y de culpa.

Camus se vio envuelto en el desprecio por parte del Estado, por sus inclinaciones políticas, a tal magnitud que tuvo que mudarse a París para poder conseguir un trabajo. Fiel a la infidelidad, fue un gran escritor y pensador del siglo XX.

Hoy trabajé mucho en la oficina. El patrón estuvo amable. Me preguntó si no estaba demasiado cansado y quiso saber también la edad de mamá. Dije ‘alrededor de los sesenta’ para no equivocarme y no sé por qué pareció quedar aliviado y considerar que era un asunto concluido. Sobre mi mesa se apilaba un montón de conocimientos y tuve que examinarlos todos. Antes de abandonar la oficina para ir a almorzar me lavé las manos. Me gusta mucho ese momento a mediodía. Por la tarde encuentro menos placer porque la toalla sin fin que utilizamos está completamente húmeda; ha servido durante toda la jornada. Un día se lo hice notar al patrón. Me respondió que era de lamentar.”

“El sol caía casi a plomo sobre la arena y el resplandor en el mar era insoportable. Ya no había nadie en la playa. En las cabañuelas que bordeaban la meseta, suspendidas sobre el mar, se oían ruidos de platos y de cubiertos. Se respiraba apenas en el calor de piedra que subía desde el suelo. Al principio Raimundo y Masson hablaron de cosas y personas que yo no conocía. Comprendí que hacía mucho que se conocían y que hasta habían vivido juntos en cierta época. Nos dirigimos hacia el agua y caminamos por la orilla del mar. De vez en cuando una pequeña ola más larga que otra venía a mojar nuestros zapatos de lona. Yo no pensaba en nada porque estaba medio amodorrado con tanto sol sobre la cabeza desnuda.”

“Nadie tenía derecho de llorar por ella. Y yo también me sentía pronto a revivir todo. Como si esta tremenda cólera me hubiese purgado del mal, vaciado de esperanza, delante de esta noche cargada de presagios y de estrellas, me abría por primera vez a la tierna indiferencia del mundo. Al encontrarlo tan semejante a mí, tan fraternal, en fin, comprendía que había sido feliz y que lo era todavía. Para que todo sea consumado, para que me sienta menos solo, me quedaba esperar que el día de mi ejecución haya muchos espectadores y que me reciban con gritos de odio.”

Con información de Camus, Albert. El extranjero,