Cuando el dolor se convierte en compañero

El diario New York Times ha dicho que las novelas del mexicano Juan Pablo Villalobos (1973) no son depresivas sino maniaco-impresivas. Se trata de una aseveración justa porque dicho autor no repara en el dolor de una forma efectista o autolacerante sino que lo narra como en realidad ocurre en la vida: una sensación que va volviéndose hábito, contra la que poco puede hacerse porque va inundando la lengua, las habitaciones y los sueños. Y como pasa cuando el dolor se ha vuelto compañero de vida y ha perdido su pegada, Villalobos lo refiere con un estilo sardónico, a veces oscuro y llano, que se ha ganado audiencias en doce idiomas con sólo dos novelas.

La última novela de Juan Pablo Villalobos, “Te vendo un perro”, publicada en 2014 por editorial Anagrama, ocurre en un edificio viejo de la Ciudad de México, donde las cucarachas comparten habitaciones con jubilados. Ahí, un extaquero y pintor frustrado, Teo, llega a sobrevivir los días con comida china y botana de cantina los domingos, procurando extender lo más posible sus exiguos ahorros. Una libreta es el lugar en el que Teo dibuja el tiempo y escribe sus memorias, sus deseos, sus frustraciones y, sobre todo, los sinsentidos de su vida. Esto hace que Francesca, lideresa de una tertulia literaria vecinal, piense que él está escribiendo una novela y lo aleccione sobre las mejores maneras de hacerlo. Teo, en cambio, planea las mejores estrategias para acostarse con ella, incluyendo cortejar a una verdulera revolucionaria, Juliette, para generar sus celos.

Para cualquiera se hace manifiesto, con esta novela, que Villalobos se alimenta de muchas influencias literarias. La batalla sistemática contra la invasión de las cucarachas, el alcohol como una manera de combatir el aburrimiento de la vida, el desprecio ante el propio fracaso e incluso el dolor pasado, están llenos de guiños a Bukowski, Alfred Jarry, Bolaño. “Te vendo un perro” está en el borde de un costumbrismo urbano esquizoide (donde podemos encontrar tacos de perro, alcohol adulterado y un elevador de ascensos eternos) y un absurdo mundo patafísico. El vaso comunicante y muro de contención entre esos universos es la “Teoría Estética” de Theodor Adorno, de la cual Juan Pablo Villalobos toma como premisa para su obra la proposición que dice que "el arte avanzado escribe la comedia de lo trágico". Pero el autor de “Te vendo un perro” no reduce lo trágico al estrecho ámbito de la vida personal, pues sabe que lo trágico ocurre necesariamente como un desbalance cósmico o general. Por eso, en medio de la batalla senil que libra la tertulia literaria contra el tedio, en medio de la propia desgracia de Teo de tener apenas para comer y con necesidad de sobrellevar su fracaso en el arte, al igual que los innumerables bohemios que lo acompañaron en la escuela de artes, en medio de la frágil resignación ante su negación con las mujeres y en la vida en general, interviene un mormón de Utah que busca la redención de Teo. También, como antihéroes pero como restauradores del balance social, se presentan un maoísta trasnochado y una protectora de animales infiltrada en las altas esferas de la sociedad para conseguir valiosa información que pueda contribuir a la causa revolucionaria de darle un mínimo sentido al caos de la vida.

Lo mismo que en sus novelas anteriores “Fiesta en la madriguera” y “Quesadillas”, Villalobos rehuye el drama depresivo porque la tristeza y el fracaso colectivo derivados de las pequeñas derrotas y de las carencias generacionales no se viven sólo desgarradora o melodramáticamente sino que se constituyen como desgracias permanentes que sólo pueden sobrellevarse con sorna, con creatividad y una alta dosis de desparpajo y humor negro.

Juan Pablo Villalobos, “Te vendo un perro”, editorial Anagrama, 2014.

Por: Marco Lara

Mascultura 08-Ene-14