TE QUIERO VERDE, juventud despreocupada y ausencia de cordura

Tengo cierta debilidad por las historias chica-busca-chico en su vertiente irónica: de la ácida Sheila Levine (que Ha muerto y vive en Nueva York) a la melancólicamente divertida Jane Rosental (del Manual de Caza y pesca para chicas), disfruto a esos personajes femeninos que asumen su búsqueda del amor como un masoquista récord de reveses. Y más cuando pueden relatar sus anécdotas con un humor venenoso que, en apariencia, se ocupa de cosas superficiales. Se trata de un grupo amplio (y ahí están Bridget Jones y Carrie Bradshaw para corroborarlo), donde habría que guardar un lugar de honor para Te quiero verde, la novela de Elaine Dundy publicada originalmente en 1958 y que en su momento, recibiera elogios de Groucho Marx, Ernest Hemingway y Gore Vidal.

El libro va sobre Sally Jay Gorce, una veinteañera asentada en París, para quien la vida es una “juguetería amplia y primigenia con todos los escaparates gloriosamente iluminados”. Gracias al patrocinio de su tío Roger, puede dejar los Estados Unidos, tener una estadía en la capital francesa, comenzar una relación con un donjuán italiano y enrolarse en una obra de teatro. Vista de esa manera, Te quiero verde parecería otra de esas bitácoras de viaje de una niña bien, pero nada está más alejado de la realidad. Sus ingredientes –el amor, el sexo, los clichés- están tamizados por una voz personalísima, que no escatima opiniones malintencionadas. La novela sobrevive más allá de su trama, por la franca mala leche de la protagonista.

De principio, la chica descubre una mañana que está enamorada de su viejo amigo Larry Keevil, el director de teatro (ese que ha hecho toda una hilarante clasificación de las turistas norteamericanas en Europa). Sucede, sin embargo, que en ese momento, Sally tiene una relación más o menos clandestina con Teddy-Alfredo Ourselli Visconti, hombre casado, con quien le urge terminar. La situación se complica un poco cuando Teddy le pide matrimonio, a cuenta de que se ha separado de su mujer, y Sally siente la necesidad de mandarlo al diablo, aunque ignore el modo correcto de expresarlo. Para su fortuna, Teddy es un idiota y habla demasiado pronto de dinero (en especial de que el patrimonio era esencialmente de su ex mujer). La chica entonces no tiene duda alguna en hacerle saber que lo suyo no tiene futuro (y de paso, le da las gracias por haberle devuelto el cinismo).

Libre del amante italiano, Sally enfila sus encantos hacia Larry y decide participar en las audiciones que el chico ha organizado para un par de montajes del American Teather. Debido a su lectura apasionada y su talento natural, Sally obtiene no uno, sino ¡dos papeles!: el primero, el de una vagabunda que se escapa de la cárcel y el segundo, el de una prostituta algo demente. Bueno, el caso era estar en activo. Una vez dentro, nuestra heroína busca por un lado destacar como actriz y por el otro, asegurarse de que Larry se dé cuenta. Todo parece ir viento en popa –incluso esa joven norteamericana que podría robarle la atención del director ha querido irse a Biarritz-, hasta el momento en que Teddy vuelve a escena, con un tono cordial que levanta sospechas en Sally, aunque no las suficientes para rechazar la fiesta que su ex amante ha organizado.

La trama, como puede deducirse, es típica. Las que no resultan nada típicas son las formas en que Sally aborda sus peripecias: entre citas de Chejov, Blake y Milton; con expresiones como “yo sólo era una desapasionada espectadora del Banquete de la Vida. La científica que se deja caer por el zoo cuando dan de comer a los animales” o a través de observaciones despiadadas acerca de su propia condición (“mis prendas se dividían todas en tres categorías: la Campesina Tirolesa, la Camarera y la Temida Bibliotecaria”).

Ágil, entrañable, ingeniosa, Te quiero verde captura una idea de juventud caracterizada por la despreocupación y la ausencia de cordura. Y lo mejor es que están escritas con total conocimiento. Alguna vez le preguntaron a Elaine Dundy si su texto era autobiográfico (teniendo en cuenta que ella había vivido en París y se había casado con un crítico de teatro), a lo que la autora respondió: “todas las acciones impulsivas y descabelladas de mi heroína son autobiográficas. Pero todas sus acciones sensatas son pura invención”. Tal cual.

Por: Eduardo Huchín

Te quiero verde de Elaine Dundy en Gandhi

Imagen 1 y 2: Portada del libro Te quiero verde de Elaine Dundy.
Mascultura 20-Ene-12