LA COLA DE LA SERPIENTE, la visita de Mario Conde al Barrio Chino de La Habana
El tema central de La cola de la serpiente es la memoria. No la trama policial ni el sabor y color cubanos, tan propios de sus otras novelas, sino la manera en que el pasado retorna a nuestras vidas. La historia comienza con la visita de Mario Conde, ese “cabrón recordador” como le gusta llamarse a sí mismo, al Barrio Chino de La Habana, o mejor dicho, a sus ruinas. La decadencia de aquel sitio –con sus basureros desbordados y sus delincuentes de todos colores- lleva a nuestro héroe a reconstruir aquellos años en que aún era detective. En ese entonces, dice, tuvo que enfrentarse al caso de un chino que apareció colgado de una viga y con demasiados signos raros en el pecho. Un caso que lo lleva a interrogar a una comunidad renuente a dar declaraciones y ejecutante de una lengua que, según Conde, es como un “abejeo continuo”.
Era el año de 1989. Patricia Chion, el trasero más imponente del Departamento de Policía, había aprovechado sus encantos –en especial ese botón de la blusa, a punto de salir disparado- para que Conde aceptara resolver el misterioso deceso. La víctima –un tal Pedro Cuang- vivía en el corazón del Barrio Chino, lo cual obliga al investigador a internarse en ese rincón de La Habana y en las historias de desarraigo que cada uno de esos chinos tiene para contarle (entre ellos, el propio padre de Patricia).
La novela es, en sus descripciones, no sólo la resolución a detalle de una muerte, sino la fotografía que da cuenta de las condiciones de los inmigrantes chinos. Si “la soledad se pudiera dibujar, cualquiera podría inspirarse en el cuarto de Pedro Cuang”, admite Conde durante la inspecciones. Más allá del asesinato, el cual presenta claros indicios de santería y venta de drogas, La cola de la serpiente se interna en los dolores, alegrías y esperanzas de los orientales en Cuba y en las maneras en que llegaron y terminaron padeciendo su nuevo hogar: gente que viaja en un barco panameño capitaneado por un griego, o que no tiene más remedio que trabajar 16 horas diarias en una bodega, o que se vuelve colector de dinero para un banco clandestino. Y late también la nostalgia por un rincón perdido, por un barrio que ofreció todo tipo de placeres a quienes lo frecuentaban: opio, teatro, putas, lotería, fiestas, peleas, pandillas, usureros, restaurantes, etcétera. Detrás de su estructura policíaca o quizás, gracias al procedimiento propio de las investigaciones policiales, paralelo a la conclusión del caso se va formando el retrato de un puñado de “chinos en vías de extinción” y su pasado.
Y por supuesto, no falta que el protagonista lidie con su historia personal. Y dado que Mario Conde es un investigador de porte clásico, su pasado suele regresar cifrado en los movimientos de un trasero femenino. Así lo corrobora su reencuentro con Tamara, aquella muchacha de quien se enamoró un par de décadas atrás y que apareciera en otra de sus aventuras (intitulada sintomáticamente Pasado perfecto). La mujer que ahora vuelve después de haber dejado a Conde en el más cruel estado de indefensión psicológica y hormonal.
La cola de la serpiente es la séptima entrega de la saga Conde, una serie en la que abunda el desenfado, el ron y las opiniones de un policía desencantado del mundo. Leonardo Padura –autor del éxito internacional El hombre que amaba a los perros– toma de pretexto un crimen para trazar una historia de “soledad, desprecio y desarraigo”, como él mismo lo explica en el epílogo de su novela. La mejor imagen de su método detectivesco proviene de un consejo oriental: por la cola se llega a la cabeza, así que jala la serpiente, pero siempre del lado opuesto al que quieres llegar.
Por: Eduardo Huchín
La cola de la serpiente de Leonardo Padura en Gandhi
Imagen: Portada del libro La cola de la serpiente de Leonardo Padura.
Mascultura 09-Ene-12