LA NOCHE de Francisco Tario: un compendio de 19 de sus relatos

De Francisco Tario suele decirse que es un escritor raro y que sus lectores pertenecen a una suerte de secta secreta en donde se intercambian ediciones a punto de deshojarse. Sucede, sin embargo, que de repente caigo en reuniones más o menos literarias y nunca falta alguien que, en la ronda de confesiones íntimas, me diga al oído que está “rescatando” a Tario, lo cual me hace pensar que quizás Tario sea el escritor mexicano más “rescatado” del que yo tenga noticia.

De este escritor usted va a escuchar esencialmente dos cosas: sus datos biográficos que desentonan con la imagen de cualquier autor que usted conozca y el carácter marginal de su narrativa (esto último a través de una operación crítica que implica elogiar su excentricidad, pero, al mismo tiempo, no tomársela demasiado en serio).

Y vaya que se trataba de un muchacho más bien raro: fue guardameta profesional y pianista, administró un par de cines en Acapulco, se casó con una mujer hermosa. En un medio, como el intelectual, donde las personas se esfuerzan en conservar largas y revueltas cabelleras, Tario lució su cráneo al rape. Tampoco parece que el prestigio literario le haya quitado el sueño, pues cultivó ese tipo de literatura a la que no le preocupa demasiado que la gente vaya tras ella diciendo: “Miren, ahí va un cuento que retrata a México”.

Me gusta Tario por tres motivos: es divertido, es desconcertante, no está pidiendo a gritos un altar. La noche, la edición que Atalanta ha puesto recientemente en circulación, es un compendio de 19 de sus relatos (tomados de dos de sus libros esenciales: La noche y Una violeta de más). Y no espere usted encontrar en ellos personajes comunes, empezando por el hecho de que sus protagonistas ni siquiera pueden ser catalogados como “gente”. Hay objetos, animales, seres imprecisos: un barco con temor a envejecer, un traje que se hace de un cuerpo para poder coquetear con los vestidos de un cabaret, una gallina que se venga de quienes se la comen, un perro que atestigua la muerte de su amo, un organismo de piel sonrosada del que no es posible saber si es un anfibio o un mico, un muñeco de trapo al que le hubiera gustado ser un asesino o un cirquero o un soldado.

Pero, tranquilos, también aparecen personas. O algo parecido. Sujetos insólitos, eso sí, porque Tario tiene la peculiaridad de devolvernos lo que de monstruoso tiene la especie humana. Niñas fantasmales, hombres que terminan preñados, escritores perseguidos por sus personajes. Nada está más alejado de este libro que un caballero al que no le haga falta una prueba de Rorschach.

Hay en Tario además un peculiar contubernio entre lo habitual y lo extraordinario, entre lo alarmante y lo obvio, entre el sueño y la vigilia, entre el humor y el horror. Y en dados casos, terminamos confundidos sobre cuándo termina la rutina y comienza el asombro. Lo habitual, por ejemplo, es que alguien manifieste sus apetitos sexuales respecto a una muchacha; lo extraordinario es que el mencionado lujurioso sea un féretro. Lo humorísticamente horrible es que el pobre féretro termine dando alojamiento a un cuerpo masculino, y que, en un acto de rebeldía, vomite al cadáver en pleno funeral y quiera ir por su chica. ¿Motivo de risa o de espanto? Uno ya ni sabe.

También en eso radica el prodigioso talento de Tario: en no dejarle a usted saber cómo debería reaccionar.

Por Eduardo Huchín

Imagen 1-2: Portada del libro La noche de Francisco Tario.
Mascultura 08-Jun-12