Nada es para siempre

Manuel Puig es uno de los autores latinoamericanos más leídos de la actualidad. Lo es a pesar de haber muerto hace ya casi un cuarto de siglo en Cuernavaca, Morelos, víctima de una infección que contrajo después de haber sido operado de la vesícula. Lo es, en buena medida, porque supo amalgamar en sus narraciones la experimentación técnica con el lenguaje coloquial, los recursos literarios propios de la vanguardia con los temas de ayer, hoy y siempre. Nacido en la Provincia de Buenos Aires en 1932, Puig “demostró que la renovación técnica y la experimentación no son contradictorias con las formas populares”, como bien señala Ricardo Piglia. Ejemplo de ello es “El beso de la mujer araña”, su cuarta novela, en donde dos personajes, Valentín Arregui y Luis Molina, un guerrillero y un homosexual de barrio, comparten celda en una cárcel bonaerense durante la dictadura militar y se inmiscuyen en un diálogo eterno que va transformando sus convicciones más arraigadas y tambaleando su forma de ser hasta convertirla en otra, ni mejor ni peor, pero totalmente distinta.

El secreto de “El beso de la mujer araña” se encuentra, en efecto, en el diálogo, en el dia-logos, en la dualidad. El enfrentamiento discursivo entre Molina y Valentín, al principio un tanto huraño, va cayendo sin embargo en una zona de confort y camaradería que hace mucho más llevaderos los días en prisión. Como polos opuestos que se atraen con una fuerza desmedida, los personajes olvidan sus propias circunstancias y se entregan a la mentira, a la ficción contenida en las películas que Molina, con una pasión desbordante, va relatando a Valentín noche tras noche. Así, mientras Arregui se aproxima a otra forma de vida en la que no todo es tensión y lucha, en la que cabe la imaginación, la fantasía y los placeres de los sentidos, en la que es posible la fe y la confianza en el otro, Molina, blando y sentimental, ingenioso y atento, se acerca a la chispa de la acción, protagonizando él mismo una película de amor, traición y muerte. A través del cine los dialogantes van presentándose frente el otro y, precisamente por ello, tomando partido por tal o cual situación, escena, personaje o historia. Con retazos de películas viejas van armando el capítulo de la cinta que les ha tocado vivir, mientras el lector, fascinado con sus voces, lo va recreando en su mente conforme avanzan las páginas.

Hombre de cine y teatro, Manuel Puig supo siempre que el conflicto es el núcleo del drama. En “El beso de la mujer araña” puso en una misma jaula no sólo dos concepciones opuestas de la masculinidad sino dos formas de ver y estar en el mundo. Para Molina ser hombre significa “ser lindo, fuerte, pero sin hacer alharaca de fuerza, y que va avanzando seguro”. En cambio, para Valentín la masculinidad tiene que ver con no dejarse basurear (ningunear, diríamos en México) y, más aún, con “no rebajar a nadie, con una orden, con una propina. Es más, es… no permitir que nadie al lado tuyo se sienta menos, que nadie al lado tuyo se sienta mal”. Por un lado, placer y belleza y, por otro, lucha, soledad, martirio y muerte. Quizá por eso cuando Valentín escucha los boleros que Molina tararea se amilana, pues recuerda ese otro mundo que le ha sido vedado, un mundo lleno de caricias y de lujos que le hacen recordar con nostalgia a su antigua novia Marta que tenía, dice, mucha clase.

La batalla sin cuartel que Valentín sostiene consigo mismo es complementada con la esperanza renovada de Molina que está muy cerca de conseguir un indulto tras ser acusado de corrupción de menores. Un indulto que lo llevará de vuelta a su madre enferma pero también al enamoramiento, a la pasión. Frente a la inminente separación, Molina y Valentín hacen el amor en la oscuridad, convencidos de que “el sexo es la inocencia misma”. Como en toda fábula que se precie de criticar las costumbres ancestrales, los clichés y la condición humana en general, “El beso de la mujer araña” contiene una moraleja que trasciende las circunstancias que la han producido. Con la maestría que caracteriza su prosa, tan cercana a la oralidad que parece fácil imitarla, Puig nos ofrece una historia de amor que dura tan poco como la vida misma. Dice Valentín: “Molina, hay una cosa que tener muy en cuenta. En la vida del hombre, que puede ser corta y puede ser larga, todo es provisorio. Nada es para siempre.”

Por Lobsang Castañeda

– Manuel Puig: "El beso de la mujer araña". México, Debolsillo, 2013, 271 pp.

Imagen: Portada del libro "El beso de la mujer araña", de Manuel Puig.
Mascultura 15-Oct-13