Gustavo Dudamel deja atónito al Auditorio Nacional madrileño con la Novena de Mahler

La Novena sinfonía de Mahler es "mucho", no sólo porque ha sido ejecutada por los más grandes en los últimos cien años sino por su complejidad, pero esta noche Gustavo Dudamel, al que le quedan sólo tres días para cumplir los 30, ha dejado claro, con una dirección cegadora, el porqué de la "dudelmanía".

El venezolano ha tenido que salir a saludar en cuatro ocasiones con buena parte del Auditorio Nacional puesto en pie, rendido a su inaudita maestría y a la de Los Angeles Philarmonic, que celebra con una gira europea los 50 años de la primera grabación que se hizo de la Novena de Mahler.


Llevaba casi 90 minutos deslumbrando con su potencia y con una energía casi eléctrica cuando ha llegado al desenlace del adagio final y, en lugar de ponerse lacrimoso, ha ido declinando con un control soberbio para quedarse con la batuta en alto durante un minuto entero, parando el tiempo a la vez que la respiración del público, atónito ante semejante clímax.


Cuando, finalmente, ha bajado el brazo y ha dado con ello "permiso" a las cuerdas para que bajaran también ellos el arco, ha estallado un "bravo" que ha hecho sonreír al venezolano y a la orquesta que dirige desde septiembre de 2009.


El "mahleriano" Dudamel entiende que la que es la última sinfonía completa del compositor (Kaliste, Bohemia, 1860-Viena, 1911) es una representación de la eternidad y que se puede "escuchar" en ese último movimiento a un hombre desesperado por alcanzar un minuto más, que comprende que la vida, en realidad, no termina nunca.


A las agobiantes dudas vitales de Mahler, ahondadas por la muerte de su hija de 5 años, María, a la que dedica este "requiem", Dudamel le ha puesto un tono etéreo, moroso y trabado que se correspondía perfectamente con la renuncia vital que representa, aunque el venezolano ha dejado claro desde el comienzo que hay que aceptar lo inevitable.


Con una increíble habilidad física para transmitir, en esta honda despedida de la vida de un hombre obsesionado por encontrarle sentido, Dudamel ha gravitado, al igual que su increíble batuta, que se mueve como si tuviera vida propia, de extremo a extremo.


En el primer movimiento, el andante cómodo, ha sido afectuoso, ha mimado cada nota pero también ha sido incontenible y hasta tormentoso. Los dos movimientos centrales, el Landler y el Rondó-Burleske, dan oportunidad a Dudamel, que dirige sin partitura y con un control pasmoso en cada segundo, de ponerse exuberante, enseñoreándose en esas danzas en las que la melancolía se abre paso con desgarradora emoción en medio de visiones casi celestiales.


"The Dude" (colega, tío), que es así como le han bautizado en Los Ángeles jugando con su nombre y con su juventud, ha emprendido una gira por Europa que comenzó en Lisboa el pasado viernes, y culminará el 5 de febrero en el Musikverein de Viena, el reino de Mahler, después de actuar en Colonia, Londres, París y Budapest.


En cada ciudad, excepto en este concierto en Madrid, organizado por Juventudes Musicales, interpretarán, además de la Novena, Slonimsky Earbox, de John Adams, la Sinfonía número 1 de Leonard Bernstein, "Jeremiah" y la Séptima Sinfonía de Beethoven.


Dudamel, que la próxima primavera será padre por primera vez, comanda así la primera gira europea que hace la orquesta tras la que hizo en 1980 cuando Carlo Maria Giulini era su director, y después le espera una gira nacional por Suecia con la Orquesta de Gotemburgo, de la que es titular, y nuevos conciertos con la Joven Orquesta Simón Bolívar.


La Novena sinfonía es una especialidad de directores como el finlandés Esa-Pekka Salonen, el anterior director de Los Angeles Philarmonic, y Zubin Mehta que mañana dirigirá en el Auditorio.

Madrid, 23 ene (EFE).